
Yohnny Campana
Economista asociado de Macroconsult
A pesar de la crisis política, existe entusiasmo en la economía peruana. Después de la caída registrada en el 2023, el Perú experimentó un crecimiento del PBI en el 2024 de 3.3% y este año y el siguiente se espera crecimientos cercanos. Esta expansión está “jalando” al empleo, que ha venido creciendo en el primer semestre a ritmo de 1% en comparación con el mismo período del año anterior y se espera que se acelere levemente este año y el siguiente. Esto mismo ocurre con la pobreza que, si bien actualmente es mucho mayor que la del 2019, está en lento descenso y se espera que continúe así en los próximos años. Las cifras no son las más auspiciosas que hayamos tenido, pero son destacables a pesar de estar en vísperas del año electoral 2026 y la incertidumbre que ello trae consigo no es un asunto menor en el Perú.
Los promedios, sin embargo, ocultan realidades distintas. Si prestamos atención al empleo, que es clave para reducir la pobreza, los datos muestran que hay segmentos de población rezagados.
Un primer segmento es el de jóvenes de hasta 24 años. El empleo en este grupo no logra recuperar siquiera sus niveles prepandemia (todavía está cinco puntos porcentuales por debajo, cuando el empleo agregado está cinco puntos por encima) y solo en el segundo trimestre de este 2025 se redujo cerca de 6% con respecto a igual trimestre del 2023. Un segundo segmento es aquel compuesto por población que solo cuenta con educación primaria como máximo nivel educativo alcanzado. Este grupo aún está siete puntos porcentuales por debajo del nivel registrado en el 2019. El tercer segmento es la población rural. El empleo en este grupo mostró un mejor desempeño que el ámbito urbano después de la pandemia, pero, luego de múltiples shocks, principalmente climáticos, empezó una tendencia declinante y actualmente está cerca de seis puntos porcentuales por debajo de su nivel anterior al inicio del covid-19.
El mal desempeño del empleo en estos segmentos es indeseable porque evidencia que hay población excluida de la recuperación económica después del shock negativo que significó la pandemia, y esto puede devenir en malestar social que se traslade al ámbito político. Por tanto, en el contexto de las próximas elecciones que afrontaremos, este malestar social amenaza con convertirse en un factor adicional de frustración política y desafección con la democracia, al que se suman otros factores de creciente importancia, como la inseguridad, el deterioro institucional, la corrupción, entre otros.

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Diversos informes muestran que la confianza en la democracia en el mundo está en descenso desde hace algunas décadas y en la actualidad hay más países con regímenes no democráticos que democráticos según el Índice de Democracia Global 2024 de The Economist. Perú no es ajeno a este proceso de desconfianza creciente. Datos recientes de mayo de este año del Instituto de Estudios Peruanos, combinados con los del proyecto LAPOP, muestran que la población que reporta bajo apoyo a la democracia se ha incrementado desde la pandemia, cuando pasó de 10% en el 2019 hasta 24% en el 2024, y aquella que señala insatisfacción con la democracia se elevó desde 80% en el 2022 hasta 88% en este 2025. La lectura es clara: los peruanos no sólo muestran mayor desencanto con la democracia, sino con la forma en que esta se implementa.
Este desencanto no es un asunto trivial ya que, cuando se pierde el respaldo ciudadano, aumenta la tentación a optar por alternativas más populistas o autoritarias, que pueden profundizar el daño a nuestra institucionalidad y comprometer el desempeño de nuestra economía en el largo plazo.
El contexto social con el cual afrontaremos las elecciones del 2026 es diferente del que afrontamos en el 2021, cuando la economía se había contraído en más de 11%, el empleo estaba severamente golpeado a raíz de las medidas para contener el covid-19, lo que condujo a que la pobreza se incrementara hasta casi 30%. Hoy la economía y el empleo crecen y la pobreza se reduce, aun cuando ello ocurra lentamente. Sin embargo, si hay segmentos importantes de población que aún no son parte de estas mejoras, siempre podrán volcarse hacia los candidatos más populistas, autoritarios o de postura radical como una expresión de su frustración. Esto genera el riesgo de que opciones políticas poco comprometidas con la democracia siempre puedan llegar a segunda vuelta a pesar del contexto económico más favorable que vivimos.
El reto que enfrentamos como sociedad es, entonces, no solo continuar creciendo y mejorando nuestros indicadores sociales, sino que esto ocurra en todos los segmentos de población, incluyendo de modo particular a aquellos más rezagados, y que esto venga acompañado de un fortalecimiento institucional que devuelva legitimidad a la democracia en el Perú.