El impacto de la economía de mercado al interior de las comunidades indígenas de la Amazonía no supera los 150 años. Esto significa que existe una brecha cultural en relación con otros sectores sociales como podrían ser los chinos o los judíos, que nos llevan más de 5 mil años trabajando el dinero.
A pesar de esta brecha cultural, lo cierto es que la economía de mercado ya está presente en las comunidades. Una muestra de ello es la creación de pequeños negocios como son las bodegas, algunos centros de esparcimiento y los emprendimientos para el usufructo sostenible de la biodiversidad como el aguaje, el camu camu, la castaña y el huito.
Este esfuerzo comunal tiene una razón principal: la creciente necesidad de empleo remunerado entre la población indígena.
Hasta hace poco hablar de los pueblos indígenas en término de “empleo o desempleo” no era un léxico común, tampoco un concepto asociado cuando se hablaba de las comunidades. Sin embargo, actualmente, la evidencia nos muestra que, de cada 100 jóvenes originarios que terminan el colegio, un aproximado de 70 emigran a las ciudades en búsqueda de trabajo.
Este hecho nos plantea un desafío institucional: ¿será posible generar empleo remunerado al interior de las propias comunidades?
Creemos que sí. Los últimos 10 años venimos trabajando en ello y basados en nuestra experiencia sostenemos que debemos seguir los siguientes dos caminos: 1) la inversión en el fortalecimiento de las capacidades locales y 2) la promoción de alianzas estratégicas entre el sector privado y las comunidades.
“No podemos ponernos un pañuelo en los ojos impulsados por alguna ideología o ilusión social. Es tiempo de que cada pueblo o cultura indígena sea el espacio para hacer del Perú un territorio de buen vivir para todos”.
Teniendo en el radar la brecha cultural entre una sociedad familiarizada con el dinero y otra que no, será difícil lograr casos de éxito en los negocios con los indígenas si antes no se les ha empoderado económicamente. Se debe invertir en la formación de habilidades técnicas e intelectuales relacionadas al mundo de los emprendimientos. A esto nos referimos cuando hablamos de fortalecer las capacidades locales. Es decir, la pedagogía en el “homo economicus” es esencial para hacer de las comunidades actores claves de su propio desarrollo. Y aunque esto no es suficiente, es el punto de partida.
Una razón de por qué múltiples proyectos, millonarios muchos de ellos, ya sean estatales o de la cooperación internacional fracasan en su trabajo con las comunidades es debido a este asunto que acabamos de mencionar. Resulta imprescindible, por ende, tenerlo presente.
Respecto a la promoción de alianzas estratégicas entre el sector privado y las comunidades nos referimos a la posibilidad de que se desarrollen “joint venture” en rubros como el ecoturismo, los bionegocios; las empresas de seguridad, el transporte, la construcción, etcétera. Para concretar esto, además del fortalecimiento de las habilidades locales se deben crear diferentes esquemas de personería jurídica como son las asociaciones o las cooperativas.
Algunos ejemplos de este tipo de experiencias son las que vemos con los indígenas achuar de Ecuador con el hotel ecológico “Kapawi Lodge”, ubicado en las postrimerías del río Pastaza, o las diferentes iniciativas de negocios relacionados al mundo de la industria extractiva y la pesca con los indígenas maoríes de Nueva Zelanda y los inuit de Canadá.
En el Perú existen algunos esfuerzos parecidos y lo vemos con los indígenas kukamas de la Reserva Nacional Pacaya Samiria con el aguaje y la multilatina de bebidas AJE. En Chile, los mapuches están dando un gran salto al buscar participar en las licitaciones de energías renovables bajo el concepto de la “indigeniería”.
Impulsar estas medidas podría conllevar a cambiar el rostro de la Amazonía que durante muchos años es materia de teorías más no de soluciones prácticas. Tenemos frente a nosotros la puesta en escena de una nueva realidad indígena que va a requerir trastocar nuestros esquemas mentales y estas fórmulas podrían ser la solución a la difícil situación en la que vive la mayoría de nuestra población originaria.
Seguir estos caminos posiblemente tome más tiempo de lo previsto en la búsqueda por darles a las comunidades el espacio que se merecen en la cadena del desarrollo. Pero entendemos que es la única ruta que podría hacer de ellos sociedades activas en la economía de mercado, donde además de gozar de sus menesteres, autoempleándose sobre la base de sus propios recursos, preserven mejor sus tierras y revaloren sus identidades.
Finalmente, se trata de enrumbar al país hacia la senda del crecimiento, pero con oportunidades compartidas. La nueva realidad circundante nos interpela y nos invita a darle respuestas. Ante ello no podemos ponernos un pañuelo en los ojos impulsados por alguna ideología o ilusión social. Es tiempo de que cada pueblo o cultura indígena no sea sinónimo de exclusión sino el espacio para hacer del Perú un territorio de buen vivir para todos.