
Septiembre es el mes bisagra. Cierra el estiaje y abre la puerta al trimestre que define siembras, rendimientos y costos energéticos. La fotografía hidrológica típica de estas fechas es conocida: los grandes embalses del norte descienden por la campaña de riego, los del centro llegan con base sólida tras un semestre húmedo, y el sur requiere prudencia mientras espera las primeras lluvias. Sin eventos oceánicos extremos a la vista, el clima ofrece algo poco frecuente: previsibilidad suficiente para planificar con cabeza fría.
En la costa norte, los sistemas que alimentan valles agroexportadores —Chira-Piura, Chancay-Lambayeque— aún tienen margen, pero ya muestran el “diente de sierra” de agosto por mayores entregas a campo. La señal para el productor es clara: ajustar dotaciones por parcelario, escalonar siembras y priorizar cultivos con mayor productividad por metro cúbico. Donde el inventario de agua lo permita, conviene cerrar riegos largos en septiembre; donde el nivel esté más justo, riego tecnificado, turnos nocturnos y control de filtraciones son la ruta para llegar a noviembre sin sobresaltos.
En el centro, la combinación de reservas razonables y el arranque de lluvias en vertiente oriental reduce el riesgo operativo, pero el calor diurno en la sierra central eleva la evapotranspiración. La agricultura de altura debe responder con calendarios finos, limpieza de canales y mantenimiento de tomas. Para la industria, septiembre es la ventana para programar mantenimientos eléctricos y de proceso antes de que la temporada húmeda complique accesos y tiempos de obra.
El sur andino exige administración quirúrgica. Aunque varios embalses partieron el año con buen colchón, el inicio del periodo lluvioso puede demorarse en la franja suroccidental. La receta es prudencia: siembra escalonada, refuerzo de micro-reservorios, monitoreo diario de volúmenes y pérdidas, y reglas de priorización claras cuando la demanda apriete (consumo humano, luego riego, después usos industriales no críticos). Prevenir conflictos temprano vale más que cualquier mesa de crisis en diciembre.

El sistema eléctrico vive el mismo partido. Con reservas altas a mitad de año y aportes que deberían mejorar gradualmente en el cuarto trimestre, la hidroelectricidad puede “tender el puente” hacia la temporada húmeda. Eso exige curvas de operación bien calibradas, coordinación fina entre generación y transmisión, y coberturas eficientes para clientes regulados y libres. Para empresas intensivas en energía, septiembre es mes de cobertura y mantenimiento, no de rezar por la lluvia; asegurar contratos y revisar respaldos térmicos y renovables cuesta menos ahora que en plena demanda de fin de año.
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La gestión pública tiene tres tareas de alto impacto y bajo costo. Primero, transparencia diaria: tableros simples con volumen por embalse, vertimientos y dotaciones por junta de usuarios reducen la incertidumbre y disciplinan la demanda. Segundo, mantenimiento menor antes de las lluvias: cunetas, compuertas, alcantarillas y estaciones de bombeo en condiciones evitan pérdidas y anegamientos. Tercero, conservación vial “por niveles de servicio”: que la maquinaria y los contratos se activen por umbrales de lluvia o caudal, no cuando la vía ya está cerrada.
Para el comercio y los servicios, el clima también es una oportunidad: ferreterías, materiales impermeabilizantes, bombas de achique, techumbres y accesorios de drenaje tienen su pico lógico entre septiembre y octubre. En paralelo, el crédito y los seguros —multirriesgo agrícola, coberturas por exceso de lluvia o deslizamientos— pueden tarificarse mejor cuando hay pronóstico estacional y datos de embalses a la mano.
El mensaje de fondo no cambia: gestionar antes cuesta menos que corregir después. Cada sol invertido hoy en planificación hídrica, mantenimiento y cobertura energética ahorra varios soles en emergencia, logística rota y productividad perdida en noviembre. Septiembre no es un mes para contemplar el cielo; es el mes para decidir. Con información en tiempo real y disciplina operativa, el país puede convertir el “filo del estiaje” en ventaja competitiva para el campo, la industria y el usuario final.