Escribe: Paola del Carpio, coordinadora de investigación de REDES
Hace casi exactamente un año, escribí en este espacio un análisis sobre las cifras de pobreza publicadas por el INEI para el 2022. Sí, las cosas en el 2023 empeoraron y eso no es sorpresa, menos aún para los 600 mil peruanos que ingresaron a la pobreza. Lo que sí debería ser sorpresa, o al menos movernos, es lo poco que se ha hecho para mitigar algo tan predecible. Los números se han movido –para mal– pero el análisis es prácticamente el mismo. Por ello, me permito retomar el mismo análisis y hacer énfasis en esta inercia que nos mantiene como espectadores de un empobrecimiento anunciado.
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Una primera preocupación era la inseguridad alimentaria, principalmente por la combinación de la inflación alimentaria y la precarización del empleo. Entre marzo y septiembre del 2023, el total de encuestados del IEP que se quedaron sin alimentos en su hogar por falta de recursos aumentó en 10 puntos porcentuales, alcanzando a casi 6 de cada 10 en promedio y al 75% en las zonas rurales y NSE D/E. Sin empleos de mejor calidad, el avance de la economía y los ingresos no pudieron seguirle la carrera al fenómeno inflacionario internacional. Y es que en el 2023 se mantuvieron problemas ya presentes, como la crisis política, la baja confianza empresarial y la caída de la inversión privada, y se sumaron choques nuevos, como el factor climático y las protestas a inicios del año. Como consecuencia, el Perú del 2023 cuenta con más pobreza extrema –esto es, peruanos que aún gastando todo lo que tienen no pueden costear una canasta mínima de alimentos– que en el año 2020, cuando se cerró la economía.
En segundo lugar, es importante revisar las diferentes dinámicas entre regiones y zonas. En el2023, la pobreza aumentó en 21 de las 25 regiones del país. Si en el 2022 ya Loreto, Madre de Dios, Tacna y Ucayali mantenían niveles de pobreza superiores al 2020, en el 2023 se sumaron a esta lista Lambayeque, Cajamarca, y Lima Metropolitana y Callao. Venimos ya tiempo hablando del avance de la pobreza urbana que, de hecho, ha pasado de 15% en el 2019 a 26% en el 2023. En el análisis del año pasado, exponía que la proporción de pobres urbanos superó a la rural ya en el 2013 y que esta mayor presencia urbana en la pobreza se disparó tras la pandemia. En el 2023, el 73% de los peruanos pobres se encuentran en zonas urbanas. A pesar de la magnitud y la persistencia del problema, seguimos sin tener una estrategia específica para combatir la pobreza urbana, cuyos desafíos son distintos a los de la pobreza rural.
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Una tercera preocupación es la vulnerabilidad. Más del 30% de peruanos no califica como pobre, pero podría caer en pobreza ante cualquier choque negativo sobre su empleo o ingresos. Aunque el porcentaje es algo menor en 2023, lo cierto es que este no se ha movido significativamente desde que tenemos medición de este indicador. Hoy, al igual que en el 2022, podemos decir que seis de cada 10 peruanos se encuentran o bien en condición de pobreza o de vulnerabilidad. Nuevamente, más allá de cumplir con un “checklist” de sacar a peruanos de la pobreza, es crítico que se estos puedan mantenerse fuera de ella. Sin inversión privada, empleos de mejor calidad, y una protección social efectiva, esto no puede lograrse.
Me pregunto, entonces, ¿qué tanto se hizo desde el Ejecutivo y Legislativo para evitar este retroceso? ¿Cuántas medidas vimos para recuperar la confianza empresarial? ¿Se hizo algo para generar mejores empleos o se pretendió poner más barreras al mercado laboral formal? ¿Se priorizó lo técnico o se dejó espacio para medidas populistas dañinas? ¿Se tuvo al fin una estrategia articulada para combatir la pobreza urbana cuando era inminente que la economía retrocedía? Nuestra política pública, aunque ha generado algunas acciones, en el agregado parece encontrarse en un estado estacionario, relativamente quieta y recibiendo los choques que le toquen. Y lo que muchas veces se pierde de vista con las estadísticas es que estas consecuencias recaen en vidas reales: personas que sufren en el día a día, no unidades y decimales.
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Necesitamos, pues, consensos mínimos y la urgencia de la lucha contra la pobreza debería ser el primero. Con una inflación más controlada al fin y precios de exportaciones favorables este 2024, ojalá sepamos dar cabida a un mayor crecimiento e inversión, precondición fundamental para generar empleos. También, ojalá dejemos de dar atención a opciones que buscan inventar la rueda cada cierto tiempo y sepamos valorar más la importancia de la institucionalidad. En ningún universo puede ser aceptable hacer poco cuando 2 millones de personas no cubren sus necesidades mínimas de alimentación. Tenemos bastantes lecciones aprendidas del pasado de lo que hicimos bien y lo que nos quedó pendiente. Pero tenemos que movernos.
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