La situación actual le ofrece, a cualquier aspirante a opositor/líder/candidato, una serie de incentivos que un político/a con visión y olfato ya hubiera aprovechado. Foto: archivo GEC
La situación actual le ofrece, a cualquier aspirante a opositor/líder/candidato, una serie de incentivos que un político/a con visión y olfato ya hubiera aprovechado. Foto: archivo GEC
Enrique Castillo

Escribe: , periodista.

En cualquier país, y en el Perú de otras épocas, una situación política como la que vivimos hoy, con un Gobierno tan desaprobado y aislado, y un tan cuestionado y rechazado, ya hubiera generado el surgimiento de una verdadera y real oposición política y/o social, y la aparición pública de uno o más líderes que estarían ya encabezando o dirigiendo movimientos, acciones, pronunciamientos o planteamientos firmes.

La situación actual le ofrece, a cualquier aspirante a opositor/líder/candidato, una serie de incentivos que un político/a con visión y olfato ya hubiera aprovechado, sea para catapultar y/o fortalecer un partido, un movimiento, una línea política, un liderazgo o una candidatura.

Tenemos un Ejecutivo y un que producen y alimentan profusamente, con empeño y pasión dignos de mejores causas, sus propios errores y escándalos de todo tipo. Tenemos un proceso electoral cercano, y una ciudadanía/electorado que en todas las encuestas clama mayoritariamente por la aparición de nuevas alternativas, nuevos liderazgos políticos, y de rostros nuevos como candidatos. Los pocos partidos o movimientos políticos que aún existen, y los políticos/as que parecían querer aspirar a líderes, han abandonado, voluntaria o involuntariamente, la cancha en el lado opositor.

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Ese abandono se ha dado por diversas razones: a) para algunos, por lo conveniente que resulta tener al frente a un Gobierno débil que deja hacer y deja pasar; b) para otros, por un curioso y peligroso cálculo político que los lleva a creer que con esta mediocridad pueden crear las condiciones para una elección conveniente; c) por incapacidad y/o egocentrismo que impide articular alianzas o coaliciones, una muestra precisamente de la falta de liderazgo con visión y olfato, y del conformismo o pequeñez que los lleva a contentarse con encabezar la “pequeña capilla” o ser “cabeza de ratón”; y d) porque en verdad, no tenemos ni líderes reales ni potenciales.

Y cuando hablamos de oposición no nos referimos a eventuales declaraciones en los medios de comunicación masiva o en las redes sociales para oponerse o para criticar las medidas o las normas del Gobierno o del Legislativo respectivamente. Eso lo hacen todos, desde congresistas, “opinólogos”, o los ciudadanos con un micrófono abierto.

Tampoco hablamos de una oposición callejera o violentista que, a punta de pedradas, de enfrentamientos con la policía en la avenida Abancay, y bloqueo de carreteras, buscan tumbarse a un Gobierno.

Nos referimos a ese liderazgo que debería emerger en circunstancias como esta para elaborar, presentar, y promover alternativas a través de las diferentes plataformas que la política ofrece.

Ese liderazgo que debería arrastrar, adherir, representar, porque debería tener la capacidad de ser catalizador, y de estimular la organización y movilización política y ciudadana, así como el desarrollo de un proceso opositor que debería actuar en el presente frente a los desaguisados y falencias de Ejecutivo y Legislativo, y que debería proyectarse hacia el futuro como una buena alternativa, sea para la acción política o para la elaboración y promoción de ideas, proyectos, tendencias o legislación.

Este Gobierno ha tenido la “suerte” de no tener real oposición. Se ha disparado a los pies con sus propias manos y sus propias armas, y ha producido y protagonizado sus propios escándalos, los que todavía no sabe cómo resolver. Si hubiera tenido una verdadera oposición al frente, su suerte, y la del país, sería otra.

Y el Congreso, que siempre ha sido fuente de buena oposición, hoy está, a juzgar por sus acciones y decisiones, jugando en pared con el oficialismo, o jugando su propio partido, en su propia cancha, con su propia pelota y con “jugadores” más rechazados por las grandes ligas, de espaldas a las tribunas, peleando la baja, y abucheado por los espectadores.

Hoy en el país tenemos muchas instituciones y organizaciones, de todo tipo, y en muchísimos sectores. Según las informaciones, podríamos llegar a tener varias decenas de partidos políticos inscritos aptos para participar en las próximas elecciones, y un número similar o muy cercano de candidatos a la presidencia. Y, sin embargo, no tenemos hoy ningún líder político, social, empresarial, sindical, o incluso religioso, capaz de hablar fuerte y con firmeza como para movilizar al sector político y a la población, y hacer retroceder o frenar la insensatez que impera en el poder.

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Por el contrario, existen otros “liderazgos” clandestinos o de muy bajo perfil que representan a los sectores informales o ilegales que si tienen fuerte influencia y la capacidad de poner a sus órdenes al poder de turno.

Por causa de esa ausencia de buenos liderazgos se dan en el país dos situaciones extremas que nos generan preguntas y malestar: o la población se muestra absolutamente desinteresada y alejada del quehacer político sin capacidad de reacción frente a la crisis actual; o, en ciertos sectores, y frente a coyunturas muy puntuales, se producen reacciones inesperadas, pacíficas o muy violentas, que responden a la falta de atención y de intermediación, a frustraciones e impotencias, o a consignas e intereses subalternos.

“Se buscan líderes”, debería ser uno de los principales avisos de las páginas de anuncios, o uno de los principales deseos por el Año Nuevo.

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