Ricardo Valcárcel, Analista económico
Casi noventa años atrás Mao Zedong emprendió la Larga Marcha conduciendo el grupo principal del Ejército Rojo, recorriendo la China del sur al norte, por 12,500 kilómetros, derrotando posteriormente a sus enemigos políticos e imponiendo el comunismo en el país.
Luego de tal episodio histórico, China vivió las siguientes cinco décadas, como una sociedad pobre, analfabeta, mayormente rural y apartada del progreso de los países occidentales.
Con el ascenso al poder supremo de Deng Xiaoping en 1978, China inicia una serie de reformas de mercado, sin abandonar el comunismo, que dio lugar a otra Gran Marcha, la de un crecimiento económico cercano al 10% anual durante los siguientes cuarenta años, situándose como la segunda potencia mundial.
Con esa poderosa transformación económica desplazó a Japón del segundo lugar en el 2010, y actualmente amenaza la hegemonía que ha detentado los EE.UU., luego de la Primera Guerra Mundial, y ulteriormente consolidada después de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente.
La mayoría de analistas concuerdan que China se convertirá indefectiblemente en el país hegemónico. Algunos lo establecen tan pronto como el 2030, otros más tardíamente en el 2050. El hecho es que ese fenómeno está en proceso y conllevará transformaciones sustanciales en la presente década en todo el mundo.
Como casi todos los cambios de supremacía en la historia de la humanidad, ésta tampoco será pacífica. Habrá diversas crisis entre ambos. EE.UU. tratando de mantener su poderío, el otro sustituyéndolo. La supremacía hegemónica va más allá de la economía, ello va siempre acompañada de alcanzar una superioridad en los campos militar, político y cultural.
Desde hace algunos años ya EE.UU. ha tomado decisiones contra China, para atajar su avance. Hace cinco años, Donald Trump, aduciendo un gran desequilibrio comercial e industrial a favor de China, le impuso aranceles a muchos productos y servicios del país asiático, especialmente en el sector tecnológico.
Ello ha sido inefectivo. El déficit comercial se mantiene prácticamente igual, y los importadores estadounidenses trasladaron los mayores precios a los consumidores locales. También China está acelerando su progreso tecnológico para tener autonomía y liderazgo en ese campo a mediano plazo.
Ambos antagonistas han estado muy activos en el frente diplomático y geopolítico, fortaleciendo alianzas comerciales, de inversiones y militares por todo el planeta. EE.UU. ha reforzado su alianza con Japón, Corea del Sur y Australia y, en alguna medida con la India que, por su volumen demográfico, será un actor mundial importante.
China, por su parte, ha tomado desde hace una década una estrategia denominada Nueva Ruta de la Seda, que lidera, basado en el desarrollo de infraestructura, el comercio y la cooperación internacional. Hasta la fecha ya son más de 140 países de África, Asia, Europa y América Latina que se han adherido a tal iniciativa, entre ellos está el Perú.
Un aspecto preocupante para el todo el mundo, es la renovación emprendida por China de su potencial militar, capacidad nuclear, aeroespacial y cibernética. Año tras año está aumentando su gasto en el sector bélico.
Tal dinámica está llevando al mundo a un fraccionamiento en dos bloques, frenando parcialmente el proceso de globalización. Prácticamente, el mundo se dirige a una nueva Guerra Fría.
En medio de esta contienda estaremos el resto de países, sufriendo o beneficiándonos de tal evolución. Hasta países o regiones importantes, como Europa, están turbados por la creciente beligerancia de las dos superpotencias. Recientemente el presidente francés, Emmanuel Macron, recomendó a Europa marcar su propia autonomía independiente de los dos adversarios.
Macron expresó “Como se acelere el conflicto entre este duopolio, no tendremos tiempo ni medios para financiar nuestra autonomía estratégica y nos convertiremos en vasallos”; “el día que nos quedemos sin margen de maniobra en cuestiones como la energía, la defensa, las redes sociales o la inteligencia artificial, nos quedaremos apartados del ritmo de la historia”.
Obviamente, países menores como el Perú estaremos muy complicados con las presiones que llegarán desde ambos bandos, tanto para atraernos a su lado como para impedir que se vayan al del otro. Surgirán presiones, sutiles o toscas, sobre los gobiernos y algunas empresas, durante la lucha por la citada supremacía.
Con la ineptitud de los poderes públicos que tenemos, sin visos de mejorar en el futuro, el Perú se vería zarandeado para manejarse ante esas fuerzas contrapuestas. Si a ello le añadimos los fenómenos de la estanflación mundial y nacional, la posible crisis bancaria global y los problemas climatológicos locales, es evidente que estaremos pagando con la tuya y con la mía esas adversidades durante varios años.