Ricardo Valcárcel, Analista económico
La semana pasada el FMI siguió recortando la perspectiva del crecimiento mundial para el 2023. Sería el más bajo desde hace 32 años. Más aún, estima que en los siguientes cinco años el crecimiento planetario será anodino, aproximadamente 3% anual. Esas proyecciones, pueden resultar optimistas pues el FMI supone que el trance bancario reciente, en EE.UU. y Suiza, puede ser contenido.
Ese supuesto del FMI podría estar errado, pues la crisis bancaria global si tiene gran probabilidad de desencadenarse, convirtiéndose en el gatillador de un padecimiento económico de gran magnitud.
La FED considera que si habrá una crisis bancaria, la que produciría una recesión en EE.UU. en el presente año. La quiebra del Silicon Valley Bank, el mes pasado, provocó un tumulto financiero, que fue sujetado a duras penas por el gobierno y el banco central estadounidense.
Pero eso es solo la punta del iceberg. Muchos otros bancos afrontan costos mayores y pérdidas de valor en diversos activos, por lo que su situación patrimonial se hace frágil y, entre otras consecuencias, están reacios en el otorgamiento de créditos. Eso los lleva a un círculo vicioso de mayor pérdida patrimonial.
Poco puede hacer la FED para apagar ese incendio financiero, pues está más dedicado a su misión de bajar la inflación. Más aun, al subir las tasa de referencia algo adicional, acentuará la posibilidad de una recesión, que confían sea leve. Es todo un arte de malabarismo para evitar una estanflación que parece ineludible.
Si bien Europa adolece ya de una recesión, especialmente Reino Unido, Alemania, Suecia, e Italia, la fortaleza de la banca europea está ligeramente mejor que la de EE.UU., pero una debacle de este último país los contagiaría rápidamente. Fue alarmante la estrepitosa caída del Credit Suisse, una entidad que tenía 167 años de actividad, derrumbando la gran reputación financiera que tenía Suiza.
Hay que tener presente que la muy posible crisis bancaria referida del 2023 será distinta a la del 2008. En aquella oportunidad detonó despacio, por el colapso previo de la burbuja inmobiliaria en EE.UU.
Quince años después, con los avances tecnológicos, basta un mensaje por Tweet o por Whatsapp de un rumor, más o menos cierto, para diseminar la noticia por las redes sociales en minutos, se pierda la confianza en un banco, y de inmediato muchos clientes, desde sus laptops o celulares, transferirían sus fondos a otras entidades con unos pocos clics.
La mencionada potencial crisis bancaria se suma a otras contingencias mayores del exterior. Allí está la interminable guerra Rusia-Ucrania, que aumenta la inflación mundial con las sanciones impuestas a Rusia, se perturba las cadenas logísticas, se complica los flujos de capital y se disminuye el comercio internacional.
Aporta su cuota a la inflación planetaria la decisión de los países de la OPEP y otros productores de petróleo, al recortar sustantivamente su producción para mantener altos los precios de la energía.
También abunda a que estemos ya prácticamente inmersos en una estanflación internacional, la evidente fragmentación del mundo en dos bloques: uno, el de los países occidentales desarrollados por un lado, liderado por EE.UU. y, por otro lado, Asia-y varias naciones de África y Sudamérica, liderado por China. El trasfondo es la batalla por la supremacía mundial. En ese largo proceso de confrontación, muchos países como el Perú estarán presionados por ambos bandos.
Asimismo, la rápida irrupción de la Inteligencia Artificial, que sin duda cambiará la forma de vivir en el mundo, en el mediano plazo, con su creciente uso en diversos sectores. Ello ampliará la brecha entre países desarrollados y países en desarrollo como el Perú.
Se viene argumentando que la economía peruana está en buena situación al resaltarla destacadamente, cuando se la compara con el estado deplorable de sus pares sudamericanos. La realidad es que la economía peruana está afligida y la estanflación en el 2023 es casi un hecho, por sus problemas internos y los factores externos referidos.
El crecimiento de nuestra economía será muy exiguo. Eso ya se experimentó en el primer trimestre. En el resto del año observaremos al BCR y al MEF irán ajustando sus proyecciones hacia abajo. Eso se entiende, su labor es intentar crear un ambiente optimista, aunque tomen supuestos dudosos de cumplirse.
Los factores internos para un pronóstico desfavorable son evidentes. Si bien se cuenta con buenas reservas internacionales, una moneda relativamente estable, un déficit fiscal manejable, y un precio de los metales relativamente buenos, hay puntos preocupantes.
La incertidumbre prolongada, en lo social y político, seguirá creando riesgos altos y disuadiendo a los potenciales inversionistas. Y no se percibe que, durante el presente año, se desanude el entrampamiento en que estamos.
Sigue también el lento daño económico que sufre la mayoría de personas, por la inflación que no ceja aún. Al estar agotándose sus ahorros, habrá una baja en la demanda agregada. En consecuencia se crearán muy pocos nuevos trabajos, y puede haber pérdidas sustanciales de los vigentes. Por ello, la inflación disminuirá algo, de mala manera, por falta de recursos de los consumidores.
Por otra parte, lastimosamente, ha crecido la probabilidad de sufrir un Fenómeno del Niño fuerte, mientras aún se viene sufriendo los estragos climáticos en el norte del país. La ineptitud gubernamental para prevenir y reparar los daños, puede dar lugar a una disminución de la producción y productividad en ciertas zonas.
Poco se espera del plan de reactivación del MEF para afrontar las eventualidades internas y externas. No hay muchas noticias positivas para pensar distinto, por lo que seguiremos pagando con la tuya y con la mía esta ordalía.