Ricardo Valcárcel, Analista económico
Ya es prácticamente un hecho que el 2023 la economía peruana será un año de recesión. Y existen argumentos para que el 2024 vuelva a ocurrir, completando un quinquenio de crecimiento casi nulo.
Diversos analistas y entidades públicas y privadas, locales e internacionales, que estudian nuestra economía abrigan la esperanza de que no sea así. Ojalá. Pero esas expectativas se basan en factores cuyo cumplimiento es muy difícil de lograr.
El hecho que ya la emergencia sanitaria del Covid-19 parece superada en gran medida; que el expresidente Pedro Castillo esté en la cárcel; que la inflación comience a ceder; que la violencia del periodo diciembre 2022-febrero 2023 haya disminuido notoriamente; que nuestros índices macroeconómicos muestren aún cierta solidez; o que la venta de entradas para ver a Luis Miguel es un gran éxito, ello no es suficiente.
Ciertamente, pudimos estar peor, pero eso no significa que estamos bien o que podamos estar encaminados hacia un rebote firme, en el corto plazo, para tener una economía sana y de buen crecimiento. Realistamente, estamos mal económicamente y entrampados. No existen los elementos para sacudirnos del enredo institucional vigente.
Este atolladero se da principalmente en el campo político que provoca gran incertidumbre, dañando luego la economía. Las diferentes alternativas que se manejan, como “tirar los dados otra vez” con un adelanto de elecciones, o con una Asamblea Constituyente, no serían eficaces o podríamos empeorar la situación.
La base de una evolución política cabal está en los partidos políticos, hoy desgarrados por intereses personales y con serios cuestionamientos, sin liderazgos que conquisten a sus propios afiliados y, menos, a la ciudadanía.
Quedarnos quietos tampoco es una solución. Estamos ante una inestabilidad persistente, mientras la economía se desliza hacia la recesión aludida. Obviamente, todo tiene límites. De continuar el empobrecimiento de las familias, llegará un cierto momento en que la desesperación aglutine fuerzas sociales, hoy dispersas, y vuelva el desbarajuste.
La situación se complica cuando gran número de los países del mundo, simultáneamente, adolecen de sus propias estanflaciones. Ya el FMI y el Banco Mundial estiman cifras de muy bajo crecimiento planetario para el bienio 2023-2024. Ello es grave en tanto los principales países avanzados, socios comerciales, financieros y de inversiones del Perú se contraen.
¿Esperanzados en China? Hay serias dudas de que este gran país logre su objetivo de crecer 5% y ayudar al mundo. Sus cifras son poco trasparentes y, además, los países con quienes comercia principalmente, EE.UU., Japón, Alemania y Reino Unido, luchan con sus propias recesiones e impactarán negativamente en el país asiático.
Hay varios otros temas que serán lastres para la economía peruana en los siguientes 18 meses. Sin mayor orden son:
1) la disminución del consumo de las empresas y familias por menores ingresos, mayores gastos y rotura de la cadena de pagos
2) Los precios de la energía y de los alimentos se mantendrían altos ante la prolongada guerra Rusia-Ucrania, el proteccionismo de varios de países para privilegiar su mercado interno, la disminuida cosecha local por falta de fertilizantes y los efectos del próximo Fenómeno del Niño.
3) los precios de los metales que exportamos serían menores a los estimados por el MEF y el BCR, dada la estanflación mundial. Ello redundará en la menor entrada de divisas y recaudación de tributos.
4) Posibles actos criminales del narcotráfico, minería ilegal, pesca ilegal, tala ilegal, y el contrabando. A ellos les conviene provocar la anarquía para facilitar sus actividades ilícitas y encontrarán, en la pobreza, la masa de gente que ansiaría “el cambio por el cambio”.
5) Menoscabo mayor de las inversiones privadas ante la gran incertidumbre actual. A ello se suma la ineptitud consabida en la ejecución de la inversión pública. Ello es muy serio pues complica la generación de puestos de trabajo y el desarrollo del país en el mediano y largo plazo.
6) Incremento de los gastos corrientes en el sector público, principalmente en bonos y subsidios, aumentando el déficit fiscal. Con ello se corre el riesgo de una reducción de nuestra calificación crediticia con lo que las líneas de crédito internacionales se volverían más onerosas.
7) El sistema financiero se volvería más frágil ante un aumento de la morosidad bancaria y las consiguientes restricciones crediticias hacia los clientes. El Estado tendría que seguir apoyando a diversas entidades con garantías, y estimulando las fusiones y las capitalizaciones.
¿Qué fuerzas poderosas, hoy ocultas, pueden hacer variar, en lo que resta del presente año, para que lo aquí citado no acontezca, sino todo lo contrario? La prolongada recesión la seguiremos pagando con la tuya y con la mía pues el “vamos con fe” no funciona en economía.