Economista, docente de la Escuela de Posgrado de la U. Continental
El título del memorándum de hoy corresponde al de mi más reciente libro, que presentaré mañana en la Feria Internacional del Libro de Lima y esta tarde en la Cámara de Comercio en Arequipa. Este contiene una serie de reflexiones en torno a la crisis peruana, que más que económica es institucional y, más que institucional, es de valores. Este es el cuarto libro de una serie en que compilo de forma temática 52 de mis columnas publicadas en los últimos años en este diario. La serie comenzó en el 2013, gracias al entusiasta apoyo de Julio Lira, gran amigo y excelente periodista, al cual perdimos recientemente y a quien está dedicado este último volumen.
Al preparar el libro me di con la sorpresa de que, a pesar de mi sesgo economicista, en los últimos años mi atención se había centrado más en nuestros problemas institucionales y políticos que en aquellos de carácter económico. Probablemente, esto refleje el hecho de que en materia económica habíamos avanzado mucho más que en el campo institucional o en el de la política –que al final también es un tema institucional. Durante este periodo, la crisis institucional y, en particular la política, se profundizaron, socavando así la estabilidad general del país y las posibilidades de progreso de los peruanos. A esto se sumó la crisis del covid-19, la gota que derramó la copa.
La elección del 2021 y lo que estamos viviendo hoy no son sino consecuencias de ese derrame. Aunque probablemente los actores de esta prolongada crisis cambien pronto, no hay razón para creer que el fin de la misma está cerca, pues se encuentra enraizada en nuestra sociedad y en sus precarias instituciones. Sin embargo, es probable que tras la salida de este (des)gobierno, la economía peruana se recupere nuevamente; esta es resiliente.
De hecho, los peruanos somos muy resilientes. Hemos superado enormes problemas en el pasado: terrorismo, hiperinflación, innumerables shocks externos, como la crisis financiera internacional del 2008-09 y, más recientemente, la pandemia del covid-19. Parecería que la famosa frase de Basadre “el Perú es más grande que sus problemas” tiene mucho de cierto. No obstante, la resiliencia no es eterna; la descomposición institucional que estamos sufriendo –sobre todo en este último año–generará daños a largo plazo para la mayoría de los peruanos, especialmente para los más pobres.
En el último año, hemos sido testigos de cómo la economía no está divorciada de la política. Nuestros bolsillos y nuestro futuro están sufriendo por los continuos desaciertos del actual (des)gobierno. La crisis de valores y la corrupción pululan en el aparato estatal, gran parte del cual ha sido puesto en manos de gente no calificada, ni profesional ni moralmente. Si antes el sector público peruano era altamente disfuncional, hoy se encamina al colapso.
En este contexto, es importante reconocer que nuestro modelo económico y la constitución política sobre la cual se basa, han generado enormes réditos para la mayoría de los peruanos. El crecimiento económico y la fuerte reducción de la pobreza de los últimos 25 años así lo atestiguan. En contraposición, el aparato estatal fue mal gestionado, convirtiéndose en muchas ocasiones en un engendro que entorpece el progreso y destruye oportunidades para los peruanos.
Somos resilientes, pero no indolentes. Las mentiras, deshonestidad y desfachatez de muchos de los que hoy ocupan puestos claves en el Estado, pronto les pasarán la cuenta. Han llevado la crisis a un extremo tal, que solos se van acercando a su inevitable final. Estoy seguro de que pronto, aunque sea demasiado tarde para ellos, se percatarán de que las peruanas y peruanos no somos indolentes.