
Escribe: José Ricardo Stok, profesor emérito del PAD
Suele comentarse que el éxito de un directorio es lograr que la empresa tenga un muy buen nivel de rentabilidad, que sus ventas crezcan a doble dígito o que se incremente la participación de mercado. Esos logros, probablemente, se deban más a la gerencia que al directorio, aunque este haya señalado los rumbos. Una orquesta no vale tanto por los contratos que recibe o por tener unos músicos estrella, sino por lo bien afiatados que están todos sus integrantes, por la armonía de su ejecución, por la unidad con el director, aun cuando no sean unas luminarias.
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Un directorio se hace grande si no omite cuatro aspectos: velar por la estrategia, orientar y apoyar al CEO y a todas las personas, cuidar lo intangible y resolver los conflictos de interés. Sobre la estrategia: mejor reducida que extensa, revisarla periódicamente y poner pocos, pero eficaces indicadores. El CEO dirá qué hacer; el directorio lo orientará en cómo hacerlo. No basta tener un área de recursos humanos (¡y no llamarla ‘gestión del talento’, por favor!), hay que centrarse en las personas: cómo se las atiende, exige o sanciona. Entre los intangibles, en primer lugar, está la cultura de la organización y su reputación, que se destroza muy fácilmente, y por eso debe cuidarse pensando en cómo le afectarán las diferentes decisiones que se toman: siempre hay impactos, positivos o negativos. Y los conflictos de interés, mejor prevenirlos ya que, cuando estallan, resolverlos es arduo y costoso.

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Un directorio está conformado por personas y, si bien la variedad de disciplinas y experiencias es importante, mucho más lo es la calidad humana de cada uno. Hay una serie de virtudes y cualidades personales que realmente hacen grande a un directorio: un clima de confianza y credibilidad, una cultura de sinceras y honestas discrepancias, un ambiente de unidad y lealtad.
Como mencionara una vez un director de gran experiencia, el presidente del directorio debe lograr que todos los miembros sean sus “cómplices”, en el sentido de solidaridad, de conjunción. Yo añadiría: cuídese de quienes asuman estos dos extremos nefastos: el adulador que nada aporta y el meticuloso que traba todo. Y el ingrediente final indispensable: una elevada dosis de buen humor. Al afrontar temas o momentos críticos, se comprueba la calidad del directorio. Celebrar los éxitos es reconfortante; aprender de los fracasos es una muestra de inteligencia.
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Un directorio se hace grande si practica las virtudes de la prudencia y la paciencia: analiza los hechos y alternativas viendo sus múltiples repercusiones, pide consejo, recurre a la experiencia, mira con serenidad para luego discernir y actuar. Tiene que dejarse de lado la visión “romántica” del directorio: es trabajo, escarpado y exigente, y el trabajo en equipo destacará las virtudes o defectos de cada uno.

Profesor emérito del PAD, Escuela de Dirección de la Universidad de Piura.






