Economista PAD – Escuela de Dirección, Universidad de Piura
Recientemente, una de las principales calificadoras de riesgo, Standard & Poor’s, ha dado a conocer al mundo la degradación de la calificación de riesgo soberano del Perú. Es necesario que el empresariado la dimensione y evalúe lo que podría venir como consecuencia de ello. Algunas breves reflexiones.
Primero, la economía peruana, estas dos últimas décadas, brilló con especial éxito al interior del escenario latinoamericano. Nada nos llevó a degradación alguna, ni la crisis internacional del 2008, ni los desastres naturales, como el terremoto de Pisco del 2007 ni la recurrencia de un entorno político hostil como el que vivimos hacia el 2001 y el iniciado en el 2016.
Segundo, Perú fue una de las pocas economías de la región que, durante las dos últimas décadas, logró dos mejoras consecutivas en su calificación de riesgo soberano. Standard & Poor’s, la misma calificadora que nos acaba de degradar a BBB, nos elevó hasta la calificación BBB+, mientras que economías como la chilena, colombiana, mexicana eran degradadas.
Tercero, Chile, juntamente con Perú, han sido las economías que mostraron la mejor calificación de toda la región. Las ventajas fueron muchas. Por ejemplo, la posibilidad de colocar deuda con bajas tasas de interés. La fortaleza fiscal y externa logradas permitieron ello.
Cuarto, aunque el último año calificadoras del nivel de Fitch y Moody’s ya habían anunciado degradaciones y baja de perspectiva, a diferencia de antes, ahora dos de las tres principales calificadoras del mundo coinciden en que Perú es BBB (Standard & Poor’s y Fitch). Cuando se alinean dos de las tres más importantes calificadoras a nivel mundial, las cosas realmente cambian.
Quinto, antes había ruido político significativo y no sufrimos degradación alguna, ahora sí. ¿La razón? Simple, hoy se ha puesto en tela de juicio el modelo económico. Se ha propuesto destruir a la economía peruana con planteamientos trasnochados, cambio de Constitución y con una gestión gubernamental propia del peor de los desgobiernos. Con ello la independencia entre el frente político y el económico se rompió.
Sexto, hay que notar cómo las economías con alta exposición al precio de los commodities mineros y energéticos no han sido degradadas recientemente, ello es así porque los vientos soplan a su favor. En contraste, a pesar del beneficio del precio del cobre y su impacto sobre las cuentas fiscales y externas, se ha decidido degradarnos.
Séptimo, estamos experimentando una típica degradación de riesgo soberano por efecto del daño que viene sufriendo nuestra economía de un entorno de desorden político y desgobierno. La falta de institucionalidad y un Estado ineficiente se han alineado con la peor de las limitaciones propias de un gobierno incapaz. La causa, más que económica, es puramente política.
Octavo, la resiliencia de la economía peruana se viene agotando mes a mes. La inversión, variable clave en el crecimiento, está dañada en su frente público, por estar acompañada de deficiencia y corrupción; la privada, está estancada por el factor desconfianza. El crecimiento al 2026, en esas condiciones, bordearía pobremente un 2.0% promedio anual.
Noveno, con un pobre crecimiento esperado del PBI tenemos garantizada la descomposición de nuestros principales indicadores. Adiós bajo nivel de endeudamiento público, adiós disciplina fiscal, adiós generación de empleo formal, adiós productividad. Con ello deberíamos esperar potenciales nuevas degradaciones.
Décimo, nuestros políticos asociarán cualquier posible degradación de nuestro riesgo, a las secuelas de la crisis sanitaria, al impacto del conflicto entre Ucrania y Rusia, al impacto de la crisis energética y de la cadena de suministro mundial. Nada de eso será exacto. Acuérdense.