Julio Ramón Ribeyro es uno de los escritores más entrañables del distrito. Como dijo Fernando Ampuero, “nada ni nadie lo marcó tanto como la inveterada neblina miraflorina que difumina los malecones y las calles en los inviernos de Lima”.
Pocos de nuestros peruanos universales evocan con nostalgia, y cierta crudeza por momentos, lo que supuso para él su vida en Miraflores, su periplo europeo, para volver finalmente a Perú a pasar sus últimos años. Buena parte de su producción literaria es indeleble a la migración andina a Lima durante los años 50, lo que luego José Matos Mar denominó “desborde popular” al que el Estado debía asegurar integrando a la sociedad como “en 1821 la República no pudo crear”.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, una ciudad sostenible debería contar con, al menos, nueve metros cuadrados por habitante de áreas verdes. Sin embargo, en el Perú solo existen tres ciudades que superan apenas los tres metros cuadrados per cápita: Lima, Arequipa y Tacna (WWF y Periferia, 2020). Los distritos con la mayor proporción de espacios verdes por habitante son San Isidro (22.09 m2), Miraflores (13.84 m2) y Jesús María (9.27 m2), según el Sistema Nacional de Información Ambiental del Ministerio del Ambiente.
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Lamentablemente no sorprende que Lima sea la capital con el menor índice de espacio verde por persona en la región, ni tampoco que la variación interdistrital sea tan abismal. Mientras se recomienda que las personas no caminen más de 15 minutos hacia un parque o plaza, en el caso de Villa María del Triunfo, las personas deben caminar hasta 40 minutos para llegar al parque más cercano (Raffo, 2022).
Nunca esta problemática se hizo tan visible y urgente como durante la pandemia de covid-19. Recordemos que Perú, además de ser uno de los países con el mayor número de muertes por 100 mil habitantes, también tuvo uno de las confinamientos más largos y restrictivos.
Durante meses, solo podían circular en las calles trabajadores esenciales, aquellos portando permisos especiales y los que realizaban alguna actividad física. Tener un espacio donde poder realizar actividad al aire libre no fue solo un pasatiempo. Se convirtió en una actividad vital de supervivencia. Casi un lujo.
Con la reapertura progresiva de la ciudad, muchos se volcaron a los espacios verdes y plazas de la ciudad para improvisar celebraciones, ensayos de baile, reuniones sociales y actividad física. El distrito más concurrido por vecinos, visitantes y turistas es, sin lugar a duda, Miraflores. Su legado histórico y cultural, la oferta gastronómica y nocturna, y la variedad de establecimientos lo hacen un punto neurálgico de la ciudad.
Y el malecón, si acaso el espacio abierto más popular de la capital, el corazón de Miraflores. Un gran favorito, como decía Ribeyro, “llego al malecón desierto al cabo de mi largo paseo, agobiado aún por el aleteo de invisibles presencias y reconozco en el poniente los mismos tonos naranja, rosa, malva que vi en mi infancia” (Los Otros).
Lima, la que se suponía que sería potencia mundial, sigue dándole la espalda al mar. Esta semana, la municipalidad dispuso la solicitud de permisos si más de 15 personas hacen un picnic y el pago de una tasa si se realiza actividad física con instructores.
Esta nueva versión de NIMBY (“not in my backyard” o “no en mi patio trasero”) no es nueva ni única a nuestro país. Alude al grupo de personas o autoridades que se oponen a proyectos, o en este caso, desalientan el flujo de personas. Abarca desde la implementación de un proyecto inmobiliario, torres de telefonía, entre otras. Dentro de los problemas citados usualmente se menciona la congestión del tráfico, la contaminación, la disminución del valor de la propiedad o los cambios en la comunidad. Estas disposiciones son, en realidad, una manifestación de un problema más estructural.
Esta excesiva regulación y existencia de grupos NIMBYs se relaciona con el nivel de confianza interpersonal entre las personas. De acuerdo con Ipsos Global (2022), Perú está en las últimas posiciones en este aspecto. Mientras el promedio es de 30% en una muestra de 30 países alrededor del mundo, solo 17 peruanos de cada 100 consideran que se puede confiar en otras personas.
Lo podemos observar desde la manera de conducir defensivamente, la alta incidencia de corrupción, la baja confianza en las instituciones y la reticencia de hacer de las ciudades espacios inclusivos para vecinos y visitantes.
Al fin y al cabo, las urbes son claves para el desarrollo económico. Son centros de innovación, creatividad, cultura y comunidad. Si bien actualmente albergan a más de la mitad de la población global, se espera que más de dos tercios vivan en ciudades hacia el 2050 (Naciones Unidas, 2019). Aprovechar las (pocas) áreas verdes en la ciudad es clave.
Más aún, en un país tan fragmentado como el nuestro, y una megápolis como Lima donde tan solo una de cada tres personas realiza alguna actividad física. Como decía Ribeyro en uno de sus más célebres cuentos, “un grupo de blanquiñosos jugábamos con una pelota en la plaza Bolognesi” (Alienación). Estos blanquiñosos ahora seguramente tendría que pedir un permiso. Y Bobby López, el protagonista del cuento, seguro sería intervenido por los serenos del distrito, con alguna excusa inverosímil.
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