Renunció el ministro de Defensa. Lo hizo varios días después que estallara el escándalo de los ascensos, y luego de pasearse ante los medios “fresco como una lechuga”, desafiando a la Premier, y casi presumiendo de un respaldo presidencial que no era explícito, pero que se hacía notar.
Pero a pesar de esta renuncia, que parece llegar finalmente por otro motivo que no es el de los ascensos, sigue quedando una sensación de que las cosas andan mal al interior del núcleo del gobierno.
En las últimas semanas hemos sido testigos de un enfrentamiento público, abierto, y frontal entre los mismos ministros, y los ministros con la Premier, que no se han cuidado de guardar apariencias, ni de llevar la procesión por dentro.
Por el contrario, han utilizado sus armas a vista y paciencia de la ciudadanía, unos para tratar de sacar a sus colegas incómodos del gabinete, y otros para defenderse y quedarse en sus sillones, dejando en evidencia, una vez más: i) la guerra desatada entre facciones o grupos en el Consejo de Ministros; y, ii) la ausencia total de liderazgo de parte del Presidente de la República y de la Premier, que son incapaz de poner orden, marcar una línea, y alinear a los ministros.
Igualmente, aunque con bajo perfil, ha sido evidente un enfrentamiento entre la Premier y el Presidente.
Si hemos llegado al punto en el cual los ministros tienen que salir a los medios de comunicación a decir públicamente que tal o cual ministro debe renunciar; en el que todos ventilan sus enfrentamientos y diferencias a través de la prensa; en donde la Premier tiene que hacer públicos los oficios que le envía a los ministros para que sus llamados de atención tengan cierta fuerza; en el que los ministros le contestan de mala manera a la Premier en conferencias de prensa o con oficios que también los circulan en público; o en el que la Primera Ministra tiene que buscar que los medios hagan público su malestar –y hasta su eventual o probable amenaza de renuncia- por la permanencia de tal o cual ministro, para que el Presidente la escuche; es que ya no existe ni respeto, ni autoridad. Es todos contra todos, y a la mala.
En una situación así, podrán salir uno u otro ministro del gabinete, y seguramente se aliviará, momentáneamente, el ruido político. Pero no se solucionará el problema central, que es la lucha de poder al interior del gobierno, y la falta de autoridad y liderazgo.
El gobierno parece un campo de batalla con una lucha constante entre el Presidente y la Premier, cada uno teniendo detrás al grupo de ministros y a las organizaciones (Fenate, Perú Libre, Nuevo Perú, facciones de las bancadas, etc.) que los apoyan.
Ella valiéndose de todo lo que puede para tratar de sacar a los ministros y funcionarios (Essalud, Indecopi, etc.) que el Presidente ha puesto, y tratando de amortiguar o suavizar la agenda al Jefe de Estado sin éxito. Él, defendiendo a sus ministros y funcionarios, o respaldándolos todo lo que pueda, y buscando que sus objetivos centrales (Asamblea Constituyente, nacionalización de los recursos naturales, reivindicación sindical, educación según Fenate, “reforma” del transporte etc.) se materialicen cuanto antes.
Este “trabajo de equipo”, esta dupla Presidente-Premier, ha sido, según las encuestas, un perder-perder. El Presidente ha caído 7 puntos en la aprobación y ahora está solo con 35%, y su desaprobación ha subido de 9 puntos. Y la Premier, que parece llevar la peor parte, ha caído 4 puntos en su aprobación llevándola a sólo 28%, y ha subido 10 puntos en su desaprobación hasta alcanzar el 48%.
A estas alturas es obvio que la Premier está muy debilitada políticamente, que ha perdido autoridad en el Ejecutivo y ante la opinión pública, y que no tiene un buen nivel de coordinación –por decir lo menos- con el Presidente, a pesar de las últimas fotos juntos. Prueba de ello, es que a pesar de la salida de uno u otro ministro, esa debilidad no ha cambiado.
El problema es el Presidente, sí, pero parece que el tratamiento o el método que está tratando de imponer la Premier no ha dado resultados. Por el contrario, genera conflicto abierto. Para algunos esto es bueno, porque agudiza las contradicciones y genera cambios. Para otros, genera un muy mal ambiente y la hace ver a ella como una competencia del gobernante.
El Presidente tiene la palabra.