
Escribe: Pedro Pablo Kuczynski, expresidente de la República
Hace setenta años había una escuela económica radicada en la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas), que decía que la economía mundial estaba organizada en perjuicio de los productores de materias primas, tales como el Perú y todos los otros países de América Latina.
Decía esa teoría que los términos de intercambio, o sea el precio que recibimos por las exportaciones, comparado con el precio que pagamos por lo que importamos, estaban estructuralmente organizados en contra de nuestros países. Esta teoría tuvo su origen en el hecho de que el precio de nuestras exportaciones bajó después del auge que hubo durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la Guerra de Corea (1950-1953).
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En los últimos años, todo eso ha cambiado y, en particular, en los últimos meses, los términos de intercambio se han vuelto favorables por el alza del precio de casi todos los metales, entre ellos los industriales como el cobre y los más especulativos como el oro y la plata. Hoy, en este 2025, el Perú y otros países, como Chile, viven un momento espectacular en los mercados internacionales, mientras que compradores tradicionales como China siguen importando niveles altos de materias primas, y el resto del mundo sigue todavía con mucha fuerza el crecimiento económico. Todo esto cambiará cuando venga la inevitable recesión económica –no se sabe cuándo–.
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El Perú, en particular, está viviendo un momento único. Debemos aprovecharlo, tal como lo hicimos a partir del año 2004 hasta el 2017, con gobiernos que, mal que bien, tenían un plan para el crecimiento del país. Hoy no podemos dejar pasar la oportunidad, a pesar de tener un Gobierno sin un rumbo muy claro. Además, estamos entrando a una campaña electoral que, igual que las anteriores campañas, frenará la inversión y, por consiguiente, el crecimiento y el trabajo, hasta que se aclare el horizonte de quién y cómo va a ser el Congreso y el Gobierno en los próximos cinco años.
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Como país, debemos tomar varias medidas para que el próximo capítulo de nuestra historia sea feliz y positivo. Antes que nada, debemos mantener las cosas buenas que tenemos: un banco central y una política monetaria responsable, un mercado abierto al comercio internacional y un alto nivel de emprendimiento en nuestra población. Pero también debemos trabajar en eliminar nuestras debilidades. Obviamente, la primera es la inseguridad en nuestras calles y casas. La otra inseguridad es jurídica: nuestro sistema de justicia no cumple con la solidez y transparencia que se requieren a nivel internacional.
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Por eso estamos perdiendo cuantiosos arbitrajes y disputas sobre inversiones en el CIADI, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones.
El otro peligro que afrontamos es el desorden fiscal, que siempre ha sido el talón de Aquiles del Perú en sus últimos 200 años. Es verdad que nuestra deuda pública es una de las más bajas de América Latina (aproximadamente el 35% del producto interno bruto, y bastante menos si incluimos las reservas fiscales). La frondosa burocracia en el Poder Ejecutivo y en el mismo Congreso no solo entorpece las decisiones económicas, sino que también cuesta un platal sin tener una productividad adecuada.
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Veamos ahora el caso del cobre, nuestra primera exportación. Somos el segundo productor a nivel mundial, aunque parece que el país africano del Congo nos está ganando esta posición. Somos sin duda el productor más eficiente, al menor costo. Pero tenemos el defecto de obstaculizar la exploración y el desarrollo de nuevas minas, las cuales pueden tomar 30 años o más para poder construirse.
En las últimas semanas, la administración del presidente Donald Trump ha anunciado un arancel del 50% a las importaciones de cobre hacia Estados Unidos. No sabemos si esta medida va a perdurar, pero es sin duda la primera señal de que el auge que vivimos hoy podría no durar. Entonces, urge no solo negociar un acuerdo con el Gobierno de Estados Unidos, sino también acelerar los procedimientos para aprobar nuevas minas, que están en el tintero desde hace muchos años. Estados Unidos consume 2 millones de toneladas de cobre al año, un 10% de la producción total mundial, y sus costos son altos. Además, las barreras ambientales son mucho más altas que en el Perú. Hace 100 años se discute la mina “Gardiner” en Wisconsin: las tribus nativas que se encuentran en esa área objetan la mina, que probablemente nunca se construirá.
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El gran productor de cobre es, naturalmente, Chile, cuyas perspectivas dependen mucho de una elección que tendrá lugar a fines del presente año. El Perú debe mantenerse muy atento a lo que pasa en el vecino del sur.
Luego tenemos el oro, metal que ha tenido un auge de precios nunca antes visto, por causa de la gran inseguridad política que existe hoy en el mundo. Lamentablemente, la falta de controles sobre la producción y de incentivos para la formalización ha hecho que la minería de oro el el país se vuelva la cueva de los ilegales, también llamados “minería tradicional”, los cuales dejan huellas ambientales terribles. Hoy el negocio de la minería ilegal es más grande que el de la droga. Si no enfrentamos esta amenaza con verdaderos incentivos para que los mineros informales e ilegales se formalicen, nos enfrentaremos al final con prohibiciones a las exportaciones peruanas. Urge una reforma, que será materia de nuestra próxima columna.