A 48 horas de la presentación del gabinete Bellido en el Congreso con el propósito de lograr la confianza del Legislativo, el canciller Maurtua presentó un esquema tradicional de política exterior propia de tiempos normales.
Salvo por la prioridad otorgada al esfuerzo externo en la adquisición de vacunas (cuyo stock ha declinado), el discurso se tradujo en una lista de actividades, foros ortodoxos y de lugares comunes (incluyendo el que atribuye al planteamiento “concéntrico”-vecinal, regional, global- la paternidad de García Bedoya). Es más, el canciller llevó el lugar común al extremo ensayando una explicación constitucional de su rol: él sólo ejecuta la política exterior siguiendo los lineamientos establecidos por el presidente Castillo (quien no los ha referido).
Quisiéramos creer que el programa ortodoxo, repetido como libreto de un diplomático de carrera, fuera de verdad viable, serio y verosímil. Pero el escepticismo acompaña al analista a la luz del inmediato antecedente revolucionario, guerrillero y febril que hace apenas una semana se había aposentado en Torre Tagle por designio del presidente y mandato de Cerrón.
No puede ser de otra forma porque la corrección de una declaración psicodélica del antecesor (la imputación a la Marina y a la CIA de la progenitura de Sendero Luminoso) requería, para ser creíble, de una eficaz sustitución en el cargo pero, además, de un enérgico deslinde por el presidente que no se produjo. En lugar de ello se ha buscado, procurando mejorar la imagen, a una personalidad que repite el catecismo seglar de los cancilleres-diplomáticos adueñados del sector.
Esa impresión se confirma en tanto el discurso del Sr. Maurtua tampoco tuvo en cuenta ciertas realidades que debió explicar de alguna manera. Es decir, por qué forma parte de un equipo que está apurando la disolución institucional del Estado para cambiarlo (la Asamblea Constituyente). Y que, al margen del presidente, será Sr. Cerrón - el ideólogo y operador político principal del gobierno- su principal obstáculo cargado como está de una agenda cubanófila.
Al no explicar su posición, el canciller da la impresión de aceptar que la política exterior se convierta en instrumento de una política interna de circunstancias. En efecto, contribuirá a que el gabinete no reformado del que forma parte, se presente hoy ante el Congreso en búsqueda de una confianza extensible a un fardo de personajes imputados o investigados por diferentes tipos de delitos (y si se reforma, los nuevos ministros se presentarían sin programa de gobierno).
En ese escenario, el discurso del canciller sirve para engalanar a un gabinete y un gobierno necesitados de alguna viabilidad de corto plazo antes que encausar la política exterior del Estado por rumbos más civilizados. Quisiéramos equivocarnos.
Por lo demás, el discurso fue un pasmo político.
En efecto, las novedades conceptuales fueron más bien errores. Por ejemplo, la omisión clamorosa de mención del concepto de interés nacional reemplazado por un pretendido sustento en las entrañas de la Patria; la confusión de lo “social” con el campesinado y con un inmenso listado de minorías olvidando que las mayorías necesitadas se encuentran en el sector informal que ya superó de largo el 70% de la PEA; o la degradación de la integración fronteriza para atender a los más necesitados en lugar de desatacar su valor para avivar las fronteras; o la mención a la soberanía a propósito del Chinchorro sin hacer mención al “triángulo terrestre” que desconoce el punto Concordia señalado desde 1929 como el inicio del límite territorial con Chile.
A ello se agregó la mención de la integración regional sólo con ánimo de consenso antes que de convergencia liberal o social-demócrata olvidando que todos nuestros acuerdos en la materia incorporan una “cláusula democrática” (una garantía nominal contra las autocracias que hoy abundan en el área). Además, fue notable la omisión de toda referencia a los países desarrollados y a Occidente –con los que García Bedoya reclamó relaciones necesarias sea con la “potencia dominante” (Estados Unidos) o con los “covergentes en relación a Europa.
Pero el discurso tuvo también acápites valiosos. Por ejemplo, la señalización del compromiso con el Grupo de Contacto para que Venezuela encuentre una salida democrática, el compromiso con la aproximación a la OCDE, la valoración de los TLC (sin referir eventuales revisiones), la vinculación de la reactivación económica con el mercado externo y la necesidad de realizar los Objetivos del Milenios de la ONU. Esperamos que se logre éxito en ese esfuerzo.
Finalmente, el resto del ámbito multilateral apenas mereció otro listado de foros sin explicar lo que se deberá realizar en ellos (p.e. la reforma de la OMS o de la OMC que no fue mencionada).
Para no perdernos en el mundo halados por la inercia de la degradación del Estado, el Perú necesita revertir ese destino ayudado por una política exterior que ayude a cauterizar sus factores disolventes antes que engalanarnos en trajes diplomáticos que esconden la desnudez del monarca.