Escribe: Guillermo Boitano, director de la carrera de Economía de la Universidad de Lima
El 6 de noviembre del 2024, Donald Trump derrotó a Kamala Harris y aseguró su segundo mandato en un contexto económico desafiante para Estados Unidos. Con un déficit fiscal del 6.4% del PBI, un déficit comercial del 3.4% y una deuda pública equivalente al 124% del PBI, su Gobierno ha definido estrategias claras: endurecer las políticas migratorias, reducir el gasto federal, eliminar programas sociales, disminuir impuestos corporativos y, una vez más, recurrir a los aranceles como herramienta para mejorar los ingresos fiscales y reducir el déficit comercial. Esto marca el inicio de una nueva fase en la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
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El proteccionismo no es nuevo en la historia estadounidense. Desde su fundación en 1789, Estados Unidos utilizó aranceles para proteger su industria de las importaciones inglesas. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, comenzó a adoptar el libre comercio, tendencia que se consolidó en los años 80. ¿Qué diferencia el proteccionismo actual? La globalización. Actualmente, el comercio representa el 59% de la producción mundial, frente al 26% en los años 70. Las cadenas de suministro son internacionales y los mercados financieros están más interconectados que nunca.
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Un punto clave es que el proteccionismo dirigido a ciertas industrias estratégicas no es lo mismo que una guerra comercial. Esta última implica incrementos arancelarios continuos en múltiples sectores, lo que encarece las cadenas de suministro y genera inflación. En EE.UU., esto genera una pérdida de poder adquisitivo y tasas de interés más altas para contener la inflación, lo cual encarece el crédito y frena la inversión.
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Debido al peso de la economía estadounidense, sus políticas afectan directamente a otras naciones. Las economías emergentes, como Perú, son particularmente vulnerables. Además, el proteccionismo reduce el comercio global, lo que afecta especialmente a países que dependen de la exportación.
El caso de Perú es ilustrativo. Su economía es pequeña y altamente dependiente de la demanda de sus principales socios comerciales: Estados Unidos y China. Si bien en el primer mandato de Trump las exportaciones peruanas no se contrajeron, sí se vio una desaceleración en su crecimiento.
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Un punto crucial es que las medidas proteccionistas rara vez alcanzan sus objetivos sin consecuencias. Si bien pueden beneficiar a ciertas industrias nacionales en el corto plazo, generan represalias comerciales y desincentivan la inversión extranjera.
¿Quién gana en esta guerra comercial? Hasta ahora, la evidencia sugiere que nadie. Aunque el objetivo de Trump es reducir el déficit comercial, el proteccionismo suele generar costos imprevistos y efectos secundarios que perjudican a consumidores y empresas. Más allá de las grandes potencias, el impacto se siente en economías como la peruana.
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En ese contexto, los países emergentes deben diversificar sus mercados y fortalecer su competitividad para reducir su vulnerabilidad ante disputas comerciales entre gigantes.
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