A partir de la renuncia de Alberto Otárola y de todo lo sucedido luego del caso de los Rolex, ha vuelto a escucharse la pregunta de si la presidenta Dina Boluarte llegará al 2026.
Puede sonar exagerado para algunos, pero lo que esa interrogante encierra es en realidad una serie de preocupaciones, y, por qué no, de escenarios. La inestabilidad que hoy se respira le da la contraria a quienes hablaban de “estabilidad” hasta hace muy poco. Y esto porque se trata de un Gobierno que no tiene oposición, y cuyos problemas, carencias e ineficiencias, son creados y “desarrollados” a pulso por los propios miembros del Ejecutivo.
La renuncia del expremier no fue poca cosa. Al margen de si fue “invitado” a dejar el gabinete, lo cierto es que la presidenta se quedaba sin su principal colaborador en el Ejecutivo, su más importante soporte emocional y su más eficiente escudero.
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Obviamente, y al margen de las consideraciones o las presiones que la presidenta tuvo en cuenta para dejar de contar con su brazo derecho, la decisión ha sido muy dura para Dina Boluarte, y el vacío, para ella, ha sido enorme.
Definitivamente, el sucesor de Alberto Otárola, tal como se preveía, no ha dado la talla. Por el contrario, su presencia en la escena política peruana ha confirmado los ¿temores? o ¿prejuicios? que se tenían con respecto a su comportamiento como miembro del gabinete. No solo no tiene muñeca ni cintura política, sino que, además, a pesar de haberse desempeñado como embajador, no tiene ni las “formas” ni la prudencia, y menos la paciencia, que cada ocasión merece.
El otro soporte de la presidenta es su hermano. Eso es obvio. Y por más que nos digan que él no tiene ninguna participación en el Gobierno, es muy difícil de creer que no coordina con su hermana, y que no tiene una participación “informal” o “casual”, pero permanente e importante.
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Y la mejor forma de comprobarlo es escuchando a la misma presidenta. La cerrada y hasta apasionada defensa que ella hace de su hermano, y de su libertad para hacer lo que le dé la gana, la delata. No sabemos si a ella la preparan para esa defensa o lo hace de manera espontánea, pero es tan contraproducente como usar los Rolex.
Además, va a ser muy difícil que la prensa –que ya le sacó bastante– le quite el ojo y las cámaras de encima al “hermanísimo”, más ahora que se le liga con quien se ha convertido en uno de los expresidentes más rechazados por la prensa.
Y ese es el otro problema de la presidenta y de su hermano: Dina Boluarte no tiene apoyo en los medios de comunicación. Al contrario, en un extremo y en el otro de la prensa existe un fuerte ataque y rechazo a la presidenta, sea por su ¿gestión?, por su total desconexión con la realidad en todos y cada uno de sus discursos y presentaciones, o por las sospechas que generan tanto ella como su hermano. Con una oposición mediática tan fuerte, y sin el apoyo o la “tolerancia” de los grupos que la soportaron al inicio de su gestión, la cosa se le pone cuesta arriba.
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Si este tema de los relojes es una venganza de alguien que ha quedado “con sangre en el ojo”, o es la primera advertencia para que no se deje a alguien en el desamparo, es algo de lo que ya nos enteraremos, pero lo importante hoy es confirmar la vulnerabilidad y debilidad de la presidencia y del Ejecutivo; así como la torpeza e incapacidad de quienes son los encargados de hacer el control de daños.
Las respuestas de la presidenta, el papel desempeñado por el primer ministro, así como la deplorable defensa de varios de los ministros –donde el caso más penoso fue el de quien menos debía hablar de lo “bamba”– nos muestra lo penoso del trabajo y la coordinación (si los hay) del Consejo de Ministros y de los ¿asesores?
A eso se suma que los congresistas, que tienen una enorme cantidad de “ropa tendida”, deben estar muy contentos de que los titulares y los reportajes los dejen parcialmente postergados. Y, naturalmente, habrá bancadas que buscarán levantar el o los temas que ponen contra la pared a la presidenta.
Y, de otro lado, los miembros del Congreso buscarán aprovechar la debilidad del Ejecutivo para seguir sometiéndolo, y ya va a empezar a hacer sus cálculos para la campaña.
El Ejecutivo tendrá que hacer en los próximos días muchas cosas realmente muy buenas para calmar un poco las aguas. Pero no se salvará de la estela que seguirá presente tocando la puerta de Palacio.
El problema para el Gobierno es que cuando la desesperación, el nerviosismo y el mal manejo se apoderan de los miembros del Ejecutivo, la gestión del Gobierno se ve gravemente afectada. Y si, además, no hay cabezas frías, un buen coordinador, ni buena muñeca política, las cosas siempre tienden a empeorar. Si no, recordemos qué pasó luego de Sarratea.
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