
Escribe: Omar Mariluz, director periodístico de Gestión
El asesinato del suboficial PNP José Gabriel Munive Gurmendi no solo es una tragedia; es un retrato brutal de lo que significa ser policía en el Perú. Munive, 44 años, 16 en la institución, murió en un enfrentamiento en La Victoria por disparos que perforaron una zona sin protección de su chaleco antibalas. Un chaleco que él mismo había comprado, porque el Estado –ese que exige dar la vida por la patria– no le dio uno.
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Ese dato debería bastar para indignarnos: la Policía no renueva chalecos desde hace más de cinco años. Las licitaciones recientes, un festival de procesos declarados desiertos e interrumpidos, dejaron a miles de efectivos expuestos. El ministro del Interior, Carlos Malaver, en un déjà vu de ministros anteriores, se lavó las manos: “heredamos este problema”. Eso sí, prometió compras, aunque admitió que ni así se cubrirá toda la demanda. Traducción: sigan cuidándose solos.

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La precariedad en la base contrasta con las prioridades en la cúpula. Mientras falta equipo para la calle, la alta comandancia de la PNP está tramitando la compra de vehículos Audi para un grupo de generales. Y no se trata de cualquier adquisición: el dinero para estos autos de lujo saldría de fondos originalmente destinados a la atención médica de los efectivos y a los aportes para las pensiones policiales. Se estaría priorizando la tapicería de cuero antes que la salud de quienes ponen el pecho.
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Todo esto, en un contexto donde la mitad de la flota policial destinada a patrullar está inoperativa. Pero el comandante general Víctor Zanabria, ante las críticas, tuvo la ocurrencia de decir: “¿Qué quieren, que vaya en bicicleta?”. Un sarcasmo involuntario que, viniendo de quien sí tendría un Audi nuevo en carpeta, suena a burla institucionalizada.
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Y por si fuera poco, cuando no mueren por falta de equipo, algunos efectivos terminan siendo parte del problema. Nueve policías, incluido el coronel en retiro Walter Palomino –hace apenas siete meses jefe del Grupo Terna–, fueron detenidos por presuntamente integrar la organización criminal “Los Incorregibles de San Juan de Miraflores”. Sí, los encargados de atrapar delincuentes, haciendo sociedad con ellos.
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Este coctel de negligencia, corrupción y cinismo plantea una pregunta incómoda: si la Policía no puede proteger a sus propios hombres, ¿puede protegernos a nosotros? Porque en un país donde los patrulleros no funcionan, los chalecos no llegan y los altos mandos gestionan Audis mientras las calles arden, la respuesta parece más obvia que un semáforo en rojo.
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La muerte de Munive no debería ser una estadística más ni un titular que olvidemos en 48 horas. Es un recordatorio de que la inseguridad no solo está en las calles: también está en las oficinas donde se decide que es más urgente cambiar de auto que salvar vidas.

Magíster en Economía, diplomado internacional en Comunicación, Periodismo y Sociedad, estudios en Gestión Empresarial e Innovación, y Gestión para la transformación. Cuento con más de 15 años de experiencia en el ejercicio del periodismo en medios tradicionales y digitales.