Hacer Perú
Nuestra agroexportación, uno de los principales motores de nuestra economía en las últimas décadas, está en crisis. Se están deteniendo las inversiones y muchas empresas tienen dificultades para poder cumplir con sus obligaciones financieras.
Varias razones han contribuido a ello. El año pasado fueron la guerra en Ucrania y el aumento en los costos logísticos y de insumos. Este, el Fenómeno de El Niño (FEN). Y, obviamente, la desafortunada derogatoria de la Ley de Promoción Agraria a finales de 2020 no ha ayudado a un sector golpeado. Pero los problemas son más estructurales. Podemos mencionar tres:
Primero, el financiamiento. Nuestros agroexportadores tienen un acceso muy limitado al financiamiento, y el costo del crédito se ha duplicado. Este nunca ha sido abundante, pero el problema se ha acentuado tanto por el cambio radical en las condiciones mundiales del otorgamiento de créditos como por el hecho de que el sistema bancario considera muy riesgoso al sector.
La actitud conservadora del sistema es, hasta cierto punto, comprensible. Pero la poca diferenciación entre empresas es llamativa y un reflejo de su limitado esfuerzo por entender al sector. Existe el riesgo de que la falta de capital de trabajo para el sector comprometa la solvencia de empresas intrínsecamente rentables.
Segundo, la agudización de los fenómenos climáticos. La estabilidad climática de nuestra costa ha sido una gran fortaleza. Pero ello está cambiando. Este año, y aun cuando falta superar las potenciales lluvias que traerá el FEN, su efecto en términos de un invierno caliente ya ha impactado fuertemente en los volúmenes producidos, en más del 30%, en casi todos los cultivos. Parece que la costa en general, sobre todo de Lima hacia el norte, será más vulnerable en el futuro. Puede que no estemos peor que el resto del planeta, pero el riesgo en la actividad agrícola ha aumentado.
Tercero, la sobreoferta de algunos productos. Nuestra agroexportación aprovecha las ventanas de baja producción en el hemisferio norte. Por ejemplo, la gran mayoría de los arándanos que se consumen en EE. UU. y Europa en estos meses son peruanos. Pero el crecimiento de nuestra oferta ha superado al de la demanda, y el precio de nuestros arándanos cayó continuamente hasta 2022. Ese año fuimos los mayores exportadores mundiales de arándano, pero fue el peor para la industria por el colapso de los precios. Este año, el precio ha subido como consecuencia de la caída en el volumen, pero el próximo, cuando este aumente, será difícil.
En el caso de la palta, el problema de la sobreproducción es aún más complejo porque se le añade uno de calidad: nuestra palta de la costa, donde se produce la mayor parte de lo que exportamos en nuestra ventana de abril a julio, no es muy apreciada. En EE. UU. competimos con la palta mexicana (que llega en mejores condiciones de maduración a los supermercados), y terminamos inundando el mercado europeo (donde México no llega). Los bajos precios resultantes conducen a pérdidas. (La palta de la sierra es más apreciada, pero sus volúmenes de producción son menores. Desarrollar el enorme potencial de la sierra para la agroexportación debe ser materia de otro artículo).
Enfrentar estos problemas demandará una colaboración público-privada más estrecha.
El del financiamiento requerirá alguna forma de garantías públicas adecuadas al sector (con énfasis en capital de trabajo) para producir un efecto aditivo: que se generen genuinamente nuevos préstamos y no se usen las garantías básicamente para descargar el riesgo de la cartera actual al gobierno.
La solución al problema de sobreoferta (y calidad) debe ser en buena medida privada. Por ejemplo, ProArándanos puede ayudar a coordinar para evitar una sobreproducción (como consecuencia de inversiones hechas en años previos) en 2024. El reto es titánico: es probable que cada empresa busque maximizar su producción. Pero vale la pena intentarlo. Para mejorar la calidad de la palta se va a requerir mejorar la maduración en destino.
Será crucial trabajar conjuntamente para aumentar la demanda por nuestros productos, en particular en Asia y sobre todo en China, para que ésta pueda seguirle el paso al crecimiento de la oferta y que los precios se mantengan favorables. La puesta en marcha de Chancay ayudará a reducir sustancialmente los tiempos de viaje.
Un mayor impulso a desarrollos genéticos locales también ayudaría tanto a generar variedades más adecuadas a nuestras condiciones climáticas, como a evitar la excesiva “commoditización”. Y, naturalmente, cualquier programa público que incentive la incorporación de pequeños productores de la sierra a la cadena agroexportadora no solo tendrá un impacto social y económico muy importante, sino que nos puede permitir estar presentes más meses del año.
El Perú puede convertirse en la despensa de alimentos saludables del mundo. Para que ello ocurra, necesitamos que el gobierno tome decisiones, urgentemente.