Escribe: César Martín Peñaranda, economista líder de la Embajada Británica.
Hace unas semanas asistimos a una conferencia regional del Ministerio de Asuntos Exteriores y Desarrollo del Reino Unido con el propósito de discutir el contexto y retos para Latinoamérica, contando además con la presencia de otros donantes, tanto bilaterales como multilaterales. Compartimos las principales ideas, además de propuestas tangibles y potenciales quick wins.
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En cuanto al contexto, acotar que Latinoamérica y el Caribe (LATAC) culminó una nueva década perdida en el periodo 2013-2022, donde el crecimiento per cápita real fue de solo 1.5%, el más bajo del mundo exceptuando a África Subsahariana. Más aún, recordando el concepto de convergencia, que propone que los países emergentes deben crecer más que los desarrollados por los mayores retornos a la inversión y habilidad para importar tecnologías, LATAC en promedio en realidad ha divergido en las últimas cuatro décadas. Es decir, presenta un PBI per cápita, relativo al promedio de las economías del G7, más bajo que en 1980. Chile y Panamá lideran a los pocos convergentes, con el Perú como el único invariante, manteniéndose en 15%. Estas cifras son por supuesto dramáticas y se ciñen a que dicha convergencia teórica es siempre “condicional” a que los países hagan sus reformas, las únicas que gatillan crecimiento alto y sostenido mediante ganancias en productividad.
En cuanto a los retos, son múltiples, en algunos casos convirtiéndose en megatendencias y modificando el crecimiento potencial global. Basta con mirar la reducción gradual que el FMI ha dado a sus proyecciones de crecimiento mundial a 5 años desde el 2014. Podemos dividir estos retos en tres grandes grupos: fundamentos; clima y desarrollo; y, geoeconomía.
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En el primero destacamos los cambios demográficos, con ratios de fertilidad global proyectados a caer por debajo de la tasa de reemplazo en el siguiente cuarto de siglo; la economía china en maduración, creciendo en alrededor de 4% el resto de la década; y, choques de oferta no transitorios (menor productividad) de las economías emergentes líderes, que además repercutan en mayor inflación y deuda.
En el segundo grupo subrayamos la respuesta al cambio climático, tanto en mitigación como adaptación, con altos (pero necesarios) costos subyacentes, por ejemplo, para la transición de la matriz energética; y, los retos en desarrollo: migraciones, seguridad alimentaria y creciente inequidad global.
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Finalmente, el reto de la geoeconomía, por un lado, con disrupciones a las cadenas de suministro, en su máximo esplendor durante la pandemia, y recientemente causando estragos por la guerra en Ucrania y la crisis de transporte marítimo en el Mar Rojo. Por otro lado, con el signo evidente de desglobalización, que se remonta incluso a antes de la crisis subprime (2009), y visto desde un menor flujo relativo (% PBI) tanto financiero, de bienes y servicios, como de mayores restricciones al comercio. Esto último, aunado a la proliferación de alternativas de política comercial (reshoring, onshoring, nearshoring, friendshoring, etc.), ha llevado por ejemplo al FMI a profundizar sobre los efectos nocivos de la fragmentación económica sobre los flujos de capital, mano de obra, comercio, difusión tecnológica y bienes públicos globales (cambio climático, resolución de deuda).
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo virar de una década perdida y retomar la senda de crecimiento alto y sostenido en un contexto de nuevas y retadoras tendencias globales? Esto, además, partiendo de un año, el 2024, de incertidumbre política, con alrededor de 50% de la población mundial (50 países) en elecciones. La receta no es nueva: institucionalidad, capital humano, acceso y calidad de la infraestructura sostenible, así como ambiente de negocios y acceso al mercado, por mencionar algunas de las más importantes.
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La siguiente pregunta es el cómo. El Perú tiene una bala de plata valiosa con el proceso de adhesión a la OCDE, organización cuyas múltiples recomendaciones de política se basan en la evidencia, lo que otorga al proceso igual o más relevancia que la adhesión en sí misma, pues es una oportunidad para atender holística y tangiblemente las reformas impostergables, que suelen discutirse en silos, perdiendo potencia y efectividad de llegarse a implementar. Pensamos que podría replicarse el modelo de la negociación del TLC con Estados Unidos hace 20 años, convocando al sector privado para delinear propuestas en temas transversales cruciales, pero con un rédito potencial mayor al tratarse de la agenda interna nacional. Esto no requiere acuerdos formales, solo liderazgo y voluntad (de todos los actores), así como espacios ejecutivos de discusión. Más aún, un esfuerzo de esta naturaleza incentivaría a la cooperación internacional a potenciar sus plataformas existentes, como la Declaración Conjunta de Intenciones (DCI) en el tema ambiental, para impulsar un enfoque multisectorial que aborde los requisitos del proceso de adhesión. Sabemos que el Perú presenta innumerables problemas, pero las posibilidades son innegables. Basadre tenía razón.
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