
Escribe: Carlo León, gerente de Renta Fija en Prima AFP
Estados Unidos atravesó el shutdown más largo de su historia. ¿Qué significa? Que el gobierno se paraliza porque no hay acuerdo para aprobar el presupuesto. Oficinas cerradas, empleados sin sueldo, servicios suspendidos. Es un mecanismo extremo, pero temporal, que funciona porque detrás hay instituciones que sostienen el sistema. Es un paréntesis, no una sentencia.
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Ahora, miremos al Perú: ¿no parece que llevamos años en un shutdown silencioso? Aquí no hace falta que el Congreso y el Ejecutivo se atranquen para apagar el país. La falta de acuerdos, la improvisación y la fragmentación ya nos han dejado con proyectos que no se ejecutan, regiones que esperan transferencias, hospitales sin insumos y escuelas que sobreviven con lo mínimo. Lo que en EE.UU. es una crisis transitoria, aquí parece ser la normalidad.

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En Estados Unidos, el shutdown es un conflicto controlado: se detienen funciones no esenciales, se ajusta el cinturón, se soporta el ruido. Pero el Estado sigue latiendo. En Perú, la sensación es distinta: no hay cinturón ni red de seguridad, solo pedazos de Estado pegados con cinta adhesiva. ¿Qué ocurre cuando esa cinta se rompe? Lo vimos en la pandemia: cada decisión tardía se tradujo en vidas, pobreza y retrocesos que aún estamos pagando. Un shutdown formal sería igual, pero sin virus.
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Aquí, gobernar se confunde con resistir. Y lo más incómodo: nos hemos acostumbrado a vivir al borde del colapso y llamarlo normalidad. Si la máquina ya está medio apagada desde siempre, ¿qué más falta para reaccionar?
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No basta con indignarse ni con esperar que la próxima elección lo resuelva todo. Cada crisis –como la pandemia– demostró que la institucionalidad no se construye con discursos, sino con decisiones concretas: reglas que se cumplen, presupuestos que se ejecutan y autoridades que planifican más allá del corto plazo.
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El Perú no necesita apagarse para aprender; necesita asumir que la inercia no es gobernabilidad. Y sí, las elecciones del 2026 son una oportunidad, pero no la solución mágica. Sirven para exigir más que promesas: planes claros, prioridades medibles y compromisos que se cumplan y podamos continuar el camino del desarrollo.







