
Escribe: Enrique Castillo, periodista.
Lo que hizo Pedro Castillo en días pasados, en medio de su proceso judicial, nos recuerda aquella escena en la que, encabezando una movilización, alguien le dice que se tire al suelo para simular ser blanco de una agresión policial, y victimizarse ante el país.
Claro, la diferencia está en que aquellos días era un conspicuo dirigente gremial en plena libertad, y con todo el apoyo de cientos de miles de maestros; mientras que hoy trata de llamar la atención, detenido, y en una sala de juzgamiento.
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Su actual plataforma de lucha, que incluye una huelga de hambre, no ha llegado a tener toda la notoriedad que él quisiera porque compite, mediáticamente, con las denuncias contra su exvicepresidenta, con la situación del ministro del Interior; con la nutrida agenda parlamentaria que enciende cada vez más el enfrentamiento entre anticaviares y caviares; y con las revelaciones de El Valor de la Verdad. Las cosas pueden cambiar un poco ahora con su hospitalización.
Pedro Castillo no la tiene fácil esta vez como en aquella movilización en la que su actuación sí pudo captar mucha atención y lo catapultó como político. Hoy, luego de su deplorable gestión y del triste final de su Gobierno, es percibido por muchos sectores como un gobernante incapaz y permisivo con la corrupción, y un golpista.
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Sin embargo, y a pesar del paralelo que muchos hacen de sus pobres disfuerzos en el proceso judicial con aquella magistral actuación de Cantinflas (con el perdón de Mario Moreno) en la notable película Ahí está el detalle, cuyo título tomamos prestado para encabezar esta columna, creemos que, para el análisis político, no se puede dejar de prestar atención ni minimizar lo que ahora hace Pedro Castillo ni los detalles o consecuencias de estas. Por no prestarle atención y minimizarlo, se sentó en Palacio de Gobierno y en todos nosotros.
La caída de Pedro Castillo significó también la estrepitosa caída de todos sus socios y socias de esa izquierda que creyó que llegaba al poder para quedarse y para hacer su revolución, pero que al ponerse un fajín, o ser nombrados en importantes puestos públicos, no supieron qué hacer realmente, hicieron exactamente lo que no se debía hacer, o hicieron lo que quisieron para su beneficio o el de sus amigos de Sarratea.
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Pedro Castillo y esa izquierda que se aupó al oficialismo de entonces y que promovió y/o defendió los desaguisados de ese Gobierno, fueron mayoritariamente rechazados en el país, desde el centro a la derecha por ineptos, y desde el centro a la izquierda por oportunistas y traidores. Fue el momento oportuno para realizar elecciones generales y vapulearlos electoralmente.
Con el correr del tiempo, los hechos de sangre sucedidos al asumir Dina Boluarte, el giro y los actos del actual Gobierno y de la presidenta, las alianzas y tropelías del Congreso, el acelerado crecimiento de la delincuencia, así como la inexistencia total de una oposición seria, la percepción sobre Pedro Castillo, ha ido dando un cambio.
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En algunas encuestas su aprobación no es tan baja, e incluso está por encima de la de la Presidenta y de la de otros personajes políticos conocidos y en libertad; y pasó a ser, en algunos sectores, de victimario a víctima.
En algunas regiones la comparación entre Pedro Castillo y Dina Boluarte favorece al primero, ya sea por la actitud distante y hasta soberbia de la segunda, que genera un profundo y mayoritario rechazo; o por el paso del tiempo, la falta de memoria política, la identificación, y/o compasión que genera el primero.
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Las reacciones de Pedro Castillo en el proceso judicial que se le sigue, y la misma huelga de hambre, generan desde rechazo hasta burlas en el sector político y en medios de comunicación y redes en Lima y en algunas ciudades de la costa, pero el impacto de estas podría ser otro en algunos sectores populares, y en algunas regiones del centro y sur del país, así como en el exterior. Más ahora con el deterioro de su salud a consecuencia de la medida de fuerza adoptada.
Hay que tener en cuenta también que el proceso que se le sigue a Pedro Castillo no es por corrupción, como en el caso de todos los expresidentes que le han precedido, y esto puede ayudarlo al momento de la “narrativa” política. Hoy mismo, hay especialistas del derecho que discuten los cargos por los que se le juzga, y hay quienes sostienen que él no dio un golpe, y que fue el Congreso el que lo golpeó.
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Pedro Castillo no puede volver a ser candidato a la presidencia, y lo más probable es que sea condenado y siga preso por mucho tiempo. Pero, en vida y preso, y gracias al tiempo que ha transcurrido desde que dejó el gobierno, su figura e imagen o percepción de víctima y/o de injustamente encarcelado puede ayudar a promover algún liderazgo político asociado a él, que lleve una bancada al Congreso; puede ser utilizado por oportunistas que dicen que lo indultarían si ganan; o puede ayudar a sus “socios” de esa izquierda que lo acompañó, a reciclarse o reinventarse electoralmente. Si no, veamos donde está sentando Perú Libre en la Mesa Directiva del Congreso y al lado de quienes.

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