A muchos puede parecerles que el tema de la negativa de Paolo Guerrero de venir a jugar al Perú, y específicamente a Trujillo, por las amenazas a su madre y a su familia, es un asunto de las páginas deportivas y policiales, pero en realidad no es así.
Que un jugador peruano, de la trayectoria y prestigio internacional de Paolo Guerrero, no pueda regresar a jugar en su propio país por amenazas a su familia, es una noticia que tiene varias aristas para el análisis.
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Obviamente el primer tema es el deportivo, que da para especular si la decisión tiene que ver sola y estrictamente con las amenazas, o hay, además, algunas tratativas con otro equipo para jugar en Lima u otra ciudad. Dentro de este sector, también hay mucha curiosidad por saber qué rumbo le dará el club a la negociación, es decir, si habrá penalidad o no.
El segundo aspecto es el policial. La Libertad, en general, y Trujillo en particular, se han convertido en las zonas con la mayor inseguridad y la más alta tasa de criminalidad en el país debido a los asesinatos que se han cometido, las numerosas extorsiones a las que se somete a una gran cantidad de ciudadanos, y todos los otros delitos que concurren en esta parte del norte del país.
Trabajar o vivir en esta región se ha vuelto un verdadero esfuerzo de supervivencia. Hace tres días, un taxista en Trujillo nos relataba que todas las noches se escuchaban detonaciones en los alrededores de su casa, y no eran otra cosa que advertencias de delincuentes a familias emprendedoras con negocios familiares por el pago de cupos. La propia familia del taxista había sufrido de este ataque por parte de delincuentes juveniles conocidos del barrio que se “recurseaban” de esta manera.
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Hoy en virtud del drama de la familia de Paolo Guerrero, Trujillo se hará conocido internacionalmente como la ciudad a la que un ícono del futbol nacional y sudamericano no puede ir porque teme por su vida y la de los suyos.
Esta misma noticia pone en evidencia, aún más, y elevando el nivel de cobertura, el drama de todos los que viven en Trujillo y la Libertad, que se juegan la vida cada que salen a la calle. Algo muy similar a lo que les sucede a los que aquí, en Lima, viven en San Juan de Lurigancho, Villa el Salvador, San Juan de Miraflores, Ate, San Martín de Porres o cualquier otro distrito.
Pero, además, esto sucede en momentos en que el Gobierno ha declarado el estado de emergencia en La Libertad, una medida que hace más grande el impacto de la noticia, y que vuelve a poner sobre la mesa la pregunta de para qué sirven los estados de emergencia.
Queda claro, entonces, que a lo deportivo y policial, le sigue el drama social y el político, porque los estados de emergencia son declarados por el mismo Gobierno, y no por los altos mandos policiales o el Ministerio del Interior.
Pero hay dos más todavía.
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El Perú ha venido luchando durante muchos años por elevar el número de turistas, extranjeros o nacionales, que puedan y quieran visitar el Perú y ciudades como Trujillo o distritos como Huanchaco. Esta noticia es un golpe muy fuerte para ese esfuerzo.
Si Paolo Guerrero no quiere regresar al Perú para jugar al fútbol por temor a que atenten contra la vida de sus familiares, ¿querrán otros jugadores, empresarios, turistas o ciudadanos ir a visitar, trabajar o vivir en esa zona?, ¿querrán equipos del extranjero ir a jugar a Trujillo cualquier amistoso o partido por algún torneo regional?
Y, adicionalmente, está el tema económico. Noticias como esta, e impactos como los descritos antes, traen lamentables y enormes consecuencias económicas. A las que ya acusábamos por la cantidad diaria de víctimas y de delitos, y por el notorio desinterés de las autoridades por hacer un trabajo serio y decidido, se van a sumar otras pérdidas por la deteriorada imagen que noticias como las de Paolo Guerrero van a generar.
Si a todo esto le sumamos la crisis que vive el Ministerio Público, una institución en la que nadie seguramente puede confiar en este momento, y que llena como protagonista las páginas policiales y políticas, para vergüenza del Perú ante el mundo; y la situación en la Policía Nacional y en el Ministerio del Interior, en donde a los buenos y sacrificados policías se les suman los que terminan delinquiendo y avergonzando a su institución; podemos ver que lo de Paolo Guerrero es la punta del iceberg y la foto internacional que ofrecemos como país.
Si el Gobierno no es capaz de ver todo esto, entonces podemos concluir que la delincuencia se la va a llevar bien fácil por un tiempo.
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