Coordinadora de Investigación de REDES
Cuatro mujeres han sido galardonadas con Premios Nobel en diversas materias. Tres de ellas, en disciplinas en las cuales las mujeres se encuentran subrepresentadas: economía, física y medicina. Verlas obtener un reconocimiento por su trabajo es muy positivo pues la evidencia indica que el acceso a modelos a seguir, en particular en oficios con poca representación femenina, puede tener un rol en cerrar brechas de género y brindar un mejor marco de decisión para niñas y jóvenes sobre su futuro.
En la actualidad, las mujeres enfrentan aún techos y muros de cristal que limitan su avance profesional y autonomía económica. Sobre lo primero, aunque más mujeres que hombres asisten a educación superior, conforme se avanza en la carrera, el acceso a los escalafones más altos de las jerarquías se les ve dificultado. Esto se da en la academia, el mundo corporativo, la gestión pública y también en la política. Los muros de cristal se asocian con la concentración de las mujeres en actividades con menor retorno y asociadas con cuidado u otros estereotipos femeninos. Por ejemplo, las mujeres están sobrerrepresentadas en carreras como educación inicial y enfermería pero, según la Sunedu, solo el 32% de los egresados en carreras vinculadas al grupo de ciencia, tecnología e informática –carreras que tienden a ser mejor pagadas- son mujeres.
¿Qué hay detrás de esto? ¿Es un tema de preferencias o de capacidades? Existen estudios que indican que, sin encontrar diferencias de capacidad inicial entre niños y niñas, persisten estereotipos que generan y profundizan brechas de desempeño a futuro, como aquel que indica que las mujeres tendrían menor capacidad para las matemáticas y las ciencias que los hombres. Si una niña internaliza erróneamente que es menos capaz de lo que es en una materia, le asignará un menor esfuerzo y podría ver autocumplida su profecía. Existe evidencia que muestra cómo los modelos a seguir pueden actuar como amortiguadores de los efectos de estereotipos, desde edades muy tempranas, influenciando autopercepción, desempeño, motivación y metas.
En el caso de economía, el reconocimiento a Claudia Goldin es doblemente importante, pues su investigación está enfocada justamente en entender mejor las brechas de género en los mercados laborales. Sus estudios con datos de Estados Unidos muestran cómo diferentes avances como el acceso a servicios básicos y tecnologías que facilitan las labores de cuidado, así como el reparto de anticonceptivos marcaron una mayor participación de las mujeres en la educación superior y el mercado laboral en los últimos años, al tener un mayor marco de decisión y planificación sobre sus carreras y familias. Sin embargo, a pesar de los avances, muestra también que las diferencias salariales entre hombres y mujeres depende del ciclo de vida y se marca sustancialmente desde la tenencia del primer hijo.
En uno de sus estudios, Goldin habla del “último capítulo” pendiente para la convergencia de género en el mercado laboral, indicando que –dados los avances- la brecha se explica cada vez menos por temas de discriminación, formación o elección de oficio. El problema restante es que, en los mercados laborales, las horas de trabajo son desproporcionadamente más valoradas cuando son horas largas e inflexibles. Esto juega en contra de las mujeres porque, al formar una familia, una de las partes debe buscar un empleo con mayor flexibilidad, aunque pague significativamente menos, para poder atender las necesidades del hogar. Esta penalidad por flexibilidad normalmente la asumen las mujeres.
En el Perú, las mujeres dedican casi 24 horas más al trabajo doméstico no remunerado y 15 horas menos al trabajo remunerado que los hombres a la semana. Dada esta necesidad de flexibilidad, las mujeres están más presentes en el sector informal, en empresas de 1 a 5 trabajadores (típicamente menos productivas) y el autoempleo. Es decir, están más presentes en la desprotección. Además, en un mercado laboral disfuncional y altamente informal como el nuestro, es complejo hablar de flexibilidad en un marco formal, más aún cuando se petardea constantemente la poca formalidad que nos queda.
Estamos aún lejos de solo tener por delante ese “último capítulo”. El acceso a servicios básicos de calidad, el acceso y uso de tecnologías de información, la educación sexual oportuna y el uso generalizado de anticonceptivos son aún pendientes importantes. A ello se suman los factores culturales y la violencia que relegan a muchas mujeres a mantener sus propias aspiraciones en un segundo plano.
Ojalá pronto deje de ser noticioso que una mujer gane un Nobel o que llegue a altas posiciones de poder. Nuestras diferencias privan a la sociedad del talento de muchas mujeres, pero privan también a muchos padres de tiempo de calidad con sus familias. De una cancha más pareja, ganaríamos todos. De momento, nos quedan varios techos y muros por vencer.