Escribe: Enrique Castillo, periodista.
Hace cerca de un mes señalamos en este mismo espacio que dado que las líneas de derecha e izquierda ya no se distinguen muy bien, otro eje del debate en las próximas elecciones podría ser el de oficialismo versus oposición. Es decir, una campaña de candidatos que representen a esos dos tercios de los encuestados que buscan un rostro y una propuesta diferente versus Dina Boluarte y los partidos que le dan soporte desde el Congreso.
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Es verdad que a nivel de medios de comunicación y en redes sociales, sobre todo en Lima, existe un enfrentamiento muy fuerte entre extrema derecha, derecha, centro, izquierda, comunismo y “caviares”, pero no estamos seguros que esa confrontación se replique en la mayoría de las regiones del interior del país.
Muchos en la derecha señalan que Dina Boluarte es una presidenta de izquierda. Y desde la izquierda dicen que ella es una traidora y que ahora es títere de la derecha. Hace dos días Dina Boluarte condecoró a Edmundo González Urrutia y lo ha reconocido como el presidente electo de Venezuela enfrentándose abiertamente a Nicolás Maduro, ¿eso la hace ya de derecha o todavía se puede decir que es de izquierda?, ¿es ya una demócrata libertaria o la continuidad de Pedro Castillo todavía?
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En la Mesa Directiva del Congreso conviven y votan en el mismo sentido, y sin mayores problemas, Fuerza Popular y Perú Libre, ¿eso hace al fujimorismo de izquierda o al perulibrismo de derecha?, ¿o es pragmatismo puro sin etiquetas?
Ambos poderes del Estado, Ejecutivo y Congreso, son rechazados casi por unanimidad en el país. Y poco le importa al ciudadano, en estos momentos, si tienen una etiqueta de izquierda o de derecha. En la percepción de la gente simplemente tenemos una presidenta con un Gobierno incapaz de enfrentar los principales problemas que agobian a la población, y un Parlamento cómplice del Ejecutivo que aprovecha la situación para beneficio propio.
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Lo que si es cierto es que existe un “oficialismo” aglomerado, amorfo, ventajista, y arrinconado, pero no existe oposición. Lo que hay son voces individuales y tuits que critican al Gobierno en el Congreso, en medios o redes, pero nada más; y en otros casos, hay mudez o “cálculo” de algunas agrupaciones o políticos que quieren tentar suerte el 2026, y que juegan al muerto para no “quemarse” tan pronto.
Es curioso porque en un momento en que tenemos un Gobierno que ofrece todos los flancos para la crítica y que se dispara todos los días a los pies, la derecha, el caviarismo y la izquierda, en todas sus variantes, prefieren dirigir sus mejores esfuerzos a atacarse y a tratar de demolerse públicamente unos contra otros, antes que perfilarse, cada uno a su línea, como una oposición orgánica y bien consolidada contra un gobierno y un Congreso tan impopulares como ineficaces, y así constituirse en una alternativa electoralmente interesante.
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Con esto lo que generan es que la ciudadanía ponga a todos en el mismo saco, y quizás por eso es que más de las dos terceras partes de los encuestados piden caras y propuestas nuevas, y ofrecen a los rostros ya conocidos o ya “lanzados” porcentajes muy bajos de adhesión en este momento.
Sin oposición orgánica, dentro o fuera del Congreso, lo que hay son nombres de congresistas, políticos, candidatos y precandidatos que aparecen y se pronuncian según la coyuntura, y que se etiquetan a sí mismos en una posición, y, al mismo tiempo, como “anti” algo. Los partidos y su línea política no cuentan, quizás porque no la tienen o porque ya no les interesa. A veces hasta ni siquiera se sabe el nombre de la agrupación que cobija a esos políticos y/o aspirantes.
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Y es con base a esos nombres que se barajan y se especula sobre alianzas de derecha, caviares, o de izquierda.
Sin embargo, hay todavía un amplio espacio para la aparición de un “outsider” opositor, de una candidatura que sintonice con una buena porción de ese 93% que desaprueba al Ejecutivo y al Congreso, de un rostro nuevo que satisfaga las expectativas de esos dos tercios indiferentes todavía, o de una alianza que sea coherente o consistente y que pueda ser una alternativa diferente.
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Lo que preocupa es lo que pueda pasar con el Congreso. Si bien hay candidatos que no pueden postular a la presidencia por estar inhabilitados o impedidos, si podrían encabezar listas parlamentarias, o generar alianzas a las que puedan endosar algo de su actual apoyo. Y eso puede ser peligroso, porque sin tentar la presidencia pueden dominar el futuro Parlamento, en una alianza “anti” peligrosa.
Por eso, la pregunta es si en el Perú de hoy, y teniendo en cuenta: a) los bolsones electorales que tenemos en regiones del norte, centro y del sur, por ejemplo; b) las crisis políticas sucedidas desde el 2016, así como el desempeño y los vaivenes del actual gobierno y de los actuales congresistas; y, c) los principales problemas reales que aquejan a la población; todavía se puede seguir apelando en una campaña a los “antis” como eje de la confrontación, para tener un resultado que beneficie al país y que genere la estabilidad que el siguiente Gobierno va a necesitar de todas maneras si no quiere seguir el camino de sus antecesores.
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