En las elecciones presidenciales del último domingo, sin embargo, el candidato oficial del MAS, el exministro de Gobierno Eduardo del Castillo, logró apenas un 3.1% de los votos. (Foto de Rodrigo Sura / EFE)
En las elecciones presidenciales del último domingo, sin embargo, el candidato oficial del MAS, el exministro de Gobierno Eduardo del Castillo, logró apenas un 3.1% de los votos. (Foto de Rodrigo Sura / EFE)

Luego de que ganara la elección del 2005 para convertirse por primera vez en presidente de Bolivia, nuestro vecino altiplánico vivió otros tres procesos electorales en los que el líder del fue reelegido con resultados contundentes (más del 50%): en el 2009, 2014 y 2019. Y si bien su postulación en el 2014 fue cuestionada por inconstitucional, y la elección del 2019 recibió serias acusaciones de fraude –incluso la misión de la afirmó que hubo “manipulación y parcialidad”–, la victoria de Luis Arce como representante alterno del MAS en la primera vuelta del 2020 parecía sugerir que el partido lograría mantenerse en el poder tras el retiro (no voluntario) de Morales.

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En las elecciones presidenciales del último domingo, sin embargo, el candidato oficial del MAS, el exministro de Gobierno Eduardo del Castillo, logró apenas un 3.1% de los votos. Mientras tanto, dos candidatos más cercanos a la derecha, pasaron a lo que será la primera segunda vuelta en la historia de Bolivia. El senador opositor Rodrigo Paz quedó primero con el 32% de los votos, seguido por el expresidente Jorge ‘Tuto’ Quiroga con 26.8%. Cabe recordar, que Quiroga fue vicepresidente de Hugo Banzer y, tras la renuncia de este último en el 2001, asumió el Gobierno boliviano hasta agosto del 2002.

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La confirmación de que el MAS tendrá que dejar el poder democráticamente es, sin duda, una buena noticia, pues implica una oportunidad para que Bolivia emprenda reformas necesarias que habían sido postergadas. Entre ellas, el aspecto del modelo económico que, tras cuatro lustros de Gobierno socialista, no solo no ha dado los frutos esperados y prometidos, sino que ha dejado al país altiplánico en una situación sumamente compleja: sin reservas internacionales, muy dependiente de subsidios difíciles de costear y con una alta inflación; al punto de que hoy muchos bolivianos ahorran en soles peruanos.

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En lo que respecta a las relaciones con el Perú, por otro lado, se trata también de una oportunidad para mejorar el lado diplomático y, sobre todo, la coordinación entre ambos países, que enfrentan retos comunes muy serios, como la minería ilegal, el narcotráfico y el contrabando.

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Dicho esto, el futuro de nuestro vecino sigue siendo incierto. Si bien la salida del MAS representa una oportunidad, si esta no se utiliza con prudencia y no se logran resultados concretos y tangibles, podría volver a surgir un líder populista que lleve nuevamente a Bolivia por un rumbo incierto. La victoria en primera vuelta de Arce en el 2020, por ejemplo, se explica en parte por el alto rechazo que generó el Gobierno transitorio de Jeanine Áñez, quien actualmente cumple una condena de diez años de prisión y enfrenta varios procesos adicionales. Solo queda esperar lo mejor.

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