Escribe: Paola del Carpio, coodinadora de Investigación de REDES.
Los últimos reportes de producción del INEI indican que los meses de abril y mayo han presentado crecimientos interanuales superiores al 5%. En el caso del empleo nacional, el último dato para Lima Metropolitana indica que los puestos de trabajo han aumentado en 4.7% y, aunque a paso bastante lento, que el empleo adecuado comienza a mejorar. Aunque hay mucho por delante y por sostener, esto brinda un aire de optimismo tras las caídas del año pasado.
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Sin embargo, las cifras alentadoras no parecen llegar a los más jóvenes, típicamente más presentes en el desempleo y la informalidad. Como expuso recientemente Carolina Trivelli en este espacio, hay menos jóvenes en la fuerza laboral (trabajando o buscando empleo) y una mayor precariedad general que genera mucho desaliento e incentivos a salir definitivamente del país en busca de un mejor futuro. Y aunque este escenario contempla a jóvenes en general, hay un grupo de ellos que vienen siendo una preocupación para las políticas públicas desde hace buen tiempo (o deberían serlo) y que vienen en aumento. Se trata de los jóvenes “nini”: ni estudian, ni trabajan.
Los “ninis” son aquellos jóvenes de 15 a 29 años que no se encuentran estudiando, capacitándose ni laborando. En el 2023, el 18.2% de jóvenes en ese rango etario calificaban como ninis: más de un millón y medio. Este porcentaje no solo representa un aumento respecto al 2019 (16.9%), sino que se trata del nivel más elevado desde el registrado en el 2006, excluyendo la pandemia, cuando la precariedad para los jóvenes se disparó. Las regiones con mayor proporción de ninis son Tumbes (26%), Loreto (24%), y Tacna (21%). Se trata, pues, de jóvenes que no están generando ingresos ni acumulando capital humano, por lo que difícilmente podrán romper círculos y salir de la precariedad. Peor aún, ocho de cada 10 ninis no solo no estudia ni trabaja, sino que tampoco se encuentra en búsqueda activa de empleo.
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Viendo estas cifras, es fácil caer en el “atajo mental” de considerar a estos jóvenes como flojos y esto puede llevar a propuestas como la presentada en el 2021 de querer aplicar el servicio militar obligatorio para todos los ninis. Es importante entender que se trata de un grupo altamente heterogéneo y dentro del cual hay varios problemas estructurales que no son sencillos de superar. Para comenzar, dos de cada tres de estos jóvenes son mujeres. Muchas de ellas han dejado los estudios y no pueden dedicarse a labores remuneradas por deber dedicarse a trabajo doméstico. Otro grupo, aunque menor, corresponde a jóvenes con discapacidades que les imposibilitan o dificultan ser parte de la fuerza laboral.
También es importante considerar que un tercio de los ninis se encuentra en condición de pobreza, lo que les obliga a abandonar tempranamente los estudios, pero a la par les dificulta obtener un empleo en un mercado cada vez más precarizado, donde los ingresos reales se mantienen por detrás de los de la pandemia incluso para personas con años de experiencia dentro del mercado laboral. En el 2023, cuando la economía retrocedió en 0.6%, se perdieron 112 mil empleos entre los jóvenes peruanos.
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Abordar el problema de los ninis requiere un entendimiento amplio de la heterogeneidad dentro de este grupo y las dinámicas tanto del sector educativo como del mercado laboral. Por un lado, es importante priorizar políticas que mantengan a los más jóvenes dentro del sistema educativo, lo cual incluye medidas como combatir el embarazo adolescente, apoyo económico condicionado para que las familias con mayores necesidades mantengan a sus hijos en el sistema educativo. Uno de cada cuatro ninis se encuentra en el rango de 15 a 18 años, y requieren una atención distinta a aquellos más cerca de los 29 años.
Por el otro lado, es importante abordar medidas que faciliten la inserción de los jóvenes al mercado laboral de manera menos precaria, y que esto se plantee desde la educación secundaria. Dada la proporción de mujeres nini, hay que poner especial atención en formas de acumular capital humano a pesar de las obligaciones domésticas o dificultades para salir de casa. Esto implica medidas de facilitación del cuidado diurno, así como oferta formativa diversa, flexible y que aproveche las tecnologías para facilitar la adquisición de competencias.
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El deterioro de la economía e instituciones peruanas vienen desalentando a los jóvenes, en general, a quedarse a construir un proyecto de vida dentro de su país. Esto es sumamente desalentador, porque además es más probable que quienes logren salir sean justamente los que tienen mayor potencial de impulsar nuestra productividad. Desde toda óptica, resulta ineludible promover mejores condiciones para los jóvenes peruanos, sin perder de vista a este grupo importante y creciente que enfrenta dificultades complejas pero urgentes.
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