Gerente general de Protecta Security
Últimamente, se tiende a endilgar culpas a las grandes empresas y los “monopolios” respecto al fenómeno inflacionario. Lo cierto es que los factores que vienen impulsando la inflación se han venido incubando desde hace ya un buen tiempo a nivel global y es conveniente identificarlos con objetividad: políticas monetarias y fiscales fuertemente expansivas como consecuencia de la desaceleración económica que trajo el covid desde principios del 2020 (bonos y subsidios a la población); una fuerza laboral decreciente como consecuencia del envejecimiento global (jubilación especialmente de mano de obra calificada en ciertas industrias) y por supuesto fuerte congestión y disrupción en las cadenas logísticas globales.
Esto último se ha manifestado con claridad tanto en el aumento de los fletes marítimos como en la escasez, por ejemplo, de circuitos integrados que son críticos para la fabricación de automóviles y otro tipo de maquinaria y equipos (hasta los masivos celulares).
Sobre todo este concierto de factores se ha venido a sumar recientemente y en forma realmente poco oportuna la invasión de Rusia a Ucrania, desencadenando una guerra que ha impactado no solo en el patrón de comercio mundial y tráfico financiero sino directa e indirectamente en el precio de materias primas clave para la alimentación, la agricultura y el transporte, tales como el trigo, el maíz, el gas, el petróleo y los fertilizantes.
El Perú es una economía pequeña y abierta. Somos importadores netos de petróleo, maíz y trigo, además de fertilizantes. La deficiente infraestructura vial nacional y la alta dependencia de la misma para efectos logísticos, donde una proporción mayoritaria de bienes básicos e intermedios se desplazan en camión en vez de trenes o barcos, terminan por configurar un escenario perfecto para impulsar el alza de los costos y por ende de los precios al consumidor. Nuestros costos logísticos no son competitivos.
Si bien es cierto existe concentración en diversos mercados relevantes, esta es en parte también consecuencia de que somos un mercado pequeño. La receta para generar competencia y propiciar precios cada vez más competitivos es incentivar la producción, es decir la oferta. Pero para ello se requiere inversión privada y para que esta se dé se requiere confianza y estabilidad económica y legislativa. Ciertamente, estar amenazando con cambios constitucionales de fondo con frecuencia o desconocer acuerdos y contratos pasados no son el camino para que dicha inversión se concrete y la oferta se expanda.