El 2023 será recordado como el año en que el PBI cayó y la pobreza aumentó. Ello explicado principalmente por un gobierno sin liderazgo ni ideas claras y un Congreso irresponsable de pocos “adultos”.
Sería iluso pensar que en 2024 la realidad será muy distinta. Al menos busquemos avanzar en la línea correcta, de encaminar decisiones que brinden más adelante bienestar y progreso para los peruanos. Así, sumemos los esfuerzos de los diversos actores en atender lo prioritario para fortalecer nuestra democracia, procurar un Estado que funcione y dinamizar la economía para que se generen nuevos empleos.
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En cuanto al fortalecimiento de la democracia, para comenzar hagamos control de daños: desalentemos el adelanto de elecciones, que instauraría un pésimo precedente para la gobernabilidad futura, en la medida que esta posibilidad se sumaría a la de vacancia presidencial. Y enfoquémonos en reformas claves que nos permitan fortalecer la idoneidad y representatividad de las autoridades en Ejecutivo y Congreso: bicameralidad, reelección de congresistas, alcaldes y gobernadores e impedimentos para que agresores y delincuentes puedan postular o ejercer cargos públicos. Las tres cosas requieren aprobación del Congreso. En el caso de lo último, debe aprobarse como impedimento que se tenga condena por delitos de narcotráfico, terrorismo, violencia contra la mujer e integrantes del grupo familiar, o por violentar la independencia de los poderes del Estado o el orden constitucional
Respecto de procurar un Estado que funcione, valoremos y defendamos la meritocracia en los cargos públicos. Como control de daños, dejemos de ahuyentar a buenos profesionales de la gestión pública. Contraloría, Ministerio Público y Poder Judicial deben perseguir a delincuentes, y no a funcionarios diligentes con cuyas decisiones técnicas discrepan. Ello sumado a que la presunción de inocencia suele dejarse de lado, hace que muchos buenos profesionales estén optando por dejar o no regresar al sector público, en atención a que sus decisiones podrán ser juzgadas de manera arbitraria. Haría bien el Consejo de Estado en conformar un grupo de trabajo que analice la problemática existente y formule recomendaciones para las distintas instituciones involucradas.
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En cuanto a reformas, avancemos en el camino de instaurar una verdadera meritocracia en la gestión pública. Solo podremos lograr servicios de calidad cuando quienes los gestionan tengan claro que su permanencia en el puesto depende de que atiendan bien a sus clientes, en este caso los ciudadanos, y en particular los más vulnerables. Ceder a pedidos y extorsiones de sindicatos sin velar porque se atienda bien a los ciudadanos lo que hace es condenar a muchos peruanos a malos servicios de salud, educación, agua, entre otros. Quienes realmente se interesan por los pobres no deben permitir que se sigan anteponiendo los intereses de funcionarios públicos a los intereses ciudadanos. Basta de nombramientos sin capacidades, así como permanencia y aumentos sin tener en cuenta resultados.
En lo que se refiere a dinamizar la economía para que se generen nuevos empleos, pongamos énfasis en los tres sectores que más impacto pueden tener: agro, turismo y minería. Como señala Gabriel Amaro en su libro Agro, La Gran Apuesta del Perú, la Ley de Promoción Agraria se constituyó en el “mejor programa social creado por un Gobierno, ya que generó industria y empleo donde no había, generó desarrollo económico donde no había, generó empleo formal especialmente para la mujer y los jóvenes donde no había, sacó de la pobreza a cientos de miles de familias de las zonas rurales, las más deprimidas y pobres de todo el país (…)”.
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Sigamos potenciando el agro y hagamos que el turismo pueda ser también un “programa social” de similares características. Lo mismo con la minería, que genera empleo directo y muchísimo empleo indirecto vía los distintos encadenamientos que tiene en la economía nacional.
Finalmente, creemos un mejor entorno para trabajar juntos Estado, empresas, organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos. Busquemos construir relaciones de confianza entre todos, lo cual parte por conocernos, dialogar y tratarnos con respeto. Combatamos la polarización y las etiquetas, saludemos la discusión con argumentos en vez de adjetivos, y busquemos escuchar y entender a quienes piensan de manera diferente.
Estos son mis deseos para este año. No resultaron tan acotados, ojalá que avancemos juntos en impulsarlos.
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