Escribe: Mercedes Araoz, Catedrática de la Universidad del Pacífico.
En medio de nuestra interminable crisis de gobernabilidad e incertidumbre política, es bueno hacer una pausa y plantear temas relevantes, como lo es garantizar la supervivencia de nuestra nación y de la humanidad, a través de la seguridad alimentaria.
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Mi propuesta no plantea, para nada, una política proteccionista del sector agropecuario, como suele hacerse con la llamada agenda de seguridad alimentaria. Por el contrario, en las últimas décadas el Perú, poco a poco, se está convirtiendo, a través del comercio internacional, en una fuente de alimentos nutritivos, resilientes y capaces de adaptarse al cambio climático para el mundo y para nosotros mismos. Este círculo virtuoso en nuestro sector agrario está generando, a su vez, un mejor modo de vida para los agricultores, con ingresos justos y sostenibles. Es el resultado de adecuadas políticas públicas, que aún tienen que mejorarse, para aprovechar una condición que nos enorgullece: somos un país agro megadiverso y el origen de alimentos básicos para la humanidad, como la papa, la quinua y también de los considerados superfoods. Además tenemos otros cultivos tradicionales subutilizados que, si los tomáramos en cuenta, podrían potenciar nuestras oportunidades de oferta alimentaria. Adicionalmente, nuestra exquisita gastronomía, caracterizada precisamente por los ingredientes de esta agrobiodiversidad, nos pone en la vitrina del mundo. Solo faltaría poner a la ciencia y la tecnología al servicio de una política de desarrollo agrario sostenible e inclusiva.
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La política de desarrollo agropecuario debe recuperar las ventajas del régimen de promoción agraria (agroexportador) que, lamentablemente, fue modificado sin un adecuado debate y análisis durante el gobierno interino de Francisco Sagasti. Hace falta, además, involucrar también a las pequeñas unidades productivas de agricultura familiar y los diferentes modelos de agricultura asociativa, para que se incorporen a las cadenas de valor desde el campo hasta el consumidor. Y, finalmente, proveer un sistema que articule y fomente el desarrollo científico y técnico alrededor de este sector.
Una de las piezas claves de esto último son los bancos genéticos, como es el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) o el Centro Internacional de la Papa (CIP), miembro de la red global de centros de investigación para la seguridad alimentaria (CGIAR), cuya sede está en nuestro país. Y, por supuesto, otros centros regionales y comunales como, por ejemplo, el Parque de la Papa en Cusco, entre otros.
Las actividades de preservación de colecciones de recursos genéticos y la investigación que se realiza en estos centros, así como su difusión a través de cultivadores y productores de semillas y germoplasma hasta los productores del campo, son cruciales para garantizar la seguridad alimentaria de la humanidad. En estos centros se logra un registro genético de las variedades existentes de, por ejemplo, papa y de otros cultivos subutilizados y relacionados. Se conocen sus propiedades nutritivas y adaptativas al cambio climático, su resistencia a plagas y condiciones climáticas adversas. Así, se mejoran los cultivos, aumentando su productividad, evitando el uso excesivo de pesticidas y fertilizantes, optimizado el uso del agua y los suelos. La investigación científica puede involucrar edición genética –una especie de método de injertos muy sofisticados de variedades en una misma especie– que nos permite niveles de productividad que pueden mejorar sustancialmente los ingresos de los agricultores.
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Sin embargo, este tipo de trabajo requiere de recursos económicos importantes, inversión en infraestructura de última generación y en capital humano especializado. Pero suele tener financiamiento insuficiente. Este es un problema global y, por ello, desde el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, se ha creado el Fondo Global para la Diversidad de Cultivos, con el propósito de tener un fideicomiso que asegure el financiamiento a perpetuidad de los bancos genéticos internacionales y su investigación. También para financiar proyectos específicos en los bancos nacionales, que salvaguarden el futuro de la diversidad de cultivos. Formo parte del directorio ejecutivo de este fideicomiso y estoy comprometida en hacer conocer la importancia de generar ese financiamiento de parte de los sectores públicos y privados del mundo, y del involucramiento de todos los ciudadanos en la necesidad de tener alimentación para siempre. Esta es una invitación a que nos comprometamos a promover políticas públicas que incorporen la existencia y fortalecimiento de los bancos genéticos de nuestra nación y del mundo. Podríamos con ello, por ejemplo, coadyuvar a que haya menos niños con anemia, desnutrición crónica o hambruna en nuestro país. En estos centros de investigación se lleva a cabo innovación científica capaz de desarrollar alimentos fortificados para atender estas necesidades. Poner el énfasis en esta propuesta, no tiene costos onerosos aún, y todos los ciudadanos del mundo nos beneficiamos con alimentación para siempre.
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