Docente de la Universidad del Pacífico y miembro de WCD
Finalmente, la Alianza del Pacífico (AP) regresó a su cauce institucional, entregando al Perú su presidencia temporal. Los acuerdos de integración entre países se establecen en función de la confluencia de intereses de Estado y no en función de los intereses políticos de los Gobiernos de turno. Por ello, la actitud de un presidente que, en su propio país, se salta las vallas de la institucionalidad política local con argucias, y capitalizando la popularidad de sus conferencias de prensa mañaneras, no sorprendió. Pero fue un golpe muy fuerte a las excelentes e históricas relaciones bilaterales entre Perú y México. Gracias a una filigrana diplomática desarrollada por el Gobierno chileno –que entiende la importancia de las sanas y peredeceras relaciones internacionales entre nuestras naciones–, se pudo continuar con el adecuado proceso de transferencia del liderazgo político a la presidenta del Perú, como representante de nuestra nación.
Este reciente acto obliga ahora al Gobierno de Dina Boluarte a tomar acciones que fortalezcan los principios fundacionales de este mecanismo de integración política, económica y comercial, para demostrar los beneficios a nuestros pueblos. Me tocó participar en el proceso de construcción de la AP desde el 2006, cuando se constituyó el primer ejercicio de crear el Arco del Pacífico. El propósito era integrar a los países de la costa latinoamericana del Pacífico, a través del comercio, con los países del otro lado de la cuenca del Asia Pacífico. No todas las naciones vieron los beneficios de integrar una oferta exportable para el mercado asiático, pero hubieron países que sí lo entendimos: Chile, Perú, Colombia y México. Vimos la potencialidad de trabajar en nuestras cadenas de valor integradas, con reconocimiento de origen colectivo, para generar una oferta regional que pudiera acceder a mercados no atendidos por nuestros países, con demandas diferentes a nuestros habituales clientes, como eran EE.UU. o Europa. Todo esto sería posible si manteníamos nuestros modelos económicos de crecimiento y permitíamos libre movilidad de bienes, servicios, capitales y personas. Era indispensable asumir soluciones, de manera pragmática, para cooperar no solo a nivel de gobiernos (Ejecutivo y Legislativo), sino también a través de acciones de los propios sectores empresariales de cada nación.
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De hecho, la decisión más inmediata fue adelantar los cronogramas de liberación comercial entre las cuatro naciones, que teníamos tratados de libre comercio. Logramos la liberalización inmediata del 92% de las líneas arancelarias entre todos los miembros y el 8% restante de forma gradual. El Acuerdo Marco de la AP también incorpora el concepto de reglas de origen regional. Es decir, que un producto producido en Perú con contenido de cualquiera de los otros tres países es considerado un producto peruano o AP, si se quiere. Incluso se toma en consideración los insumos de otros países con los que compartimos tratados comerciales. Esto es importante para la creación de cadenas de valor en la AP, tema al que deberíamos darle mayor énfasis en el proceso de integración, pues tenemos producciones complementarias. Si logramos ser más competitivos en nuestros países, conseguiremos generar más empleos de calidad.
“El recientemente creado Mercado Integrado de Latinoamérica (MILA), que reúne las bolsas de AP, es un primer paso para lograr el financiamiento de las empresas regionales buscando mayor crecimiento y menor riesgo”.
Si analizamos nuestro comercio con estos países, podemos observar que tenemos una balanza comercial positiva, con exportaciones que superan los US$ 46 mil millones e importaciones que llegan a casi US$ 31 mil millones. A diferencia con otras regiones, el peso de las exportaciones no tradicionales es mayor (58%) si las comparamos con las tradicionales (42%). Por el lado importador, compramos 80% de bienes de consumo e intermedios a los países miembros y 20% de bienes de capital. Existe un comercio intraindustrial (bienes similares) entre nuestros países, principalmente con Chile y Colombia, lo que es indicativo de las posibilidades de formación de cadenas de valor que integren a nuestras pequeñas y medianas empresas exportadoras en la AP a mercados globales. Para ello, las agencias de promoción del comercio han tratado a través de diversas actividades –como ferias y articulación de nuestras consejerías comerciales en Asia– la mayor integración de nuestras empresas. Incentivar inversiones social y ambientalmente responsables también ha sido un factor que coadyuva a mayor integración y creación de valor. Por último, el recientemente creado Mercado Integrado de Latinoamérica (MILA), que reúne las bolsas de la AP, es un primer paso para lograr el financiamiento de las empresas regionales buscando mayor crecimiento y menor riesgo.
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La Alianza del Pacífico es una oportunidad de mayor desarrollo, no solo económico sino social, con buenas políticas públicas armonizadas. Ojalá pronto pueda acceder Ecuador, que se encontraba listo para hacerlo. Con su inclusión lograremos una integración latinoamericana no ideologizada, sino realista, que impulse el bienestar de nuestro pueblos.
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.
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