Socio de Macroconsul
Entre los meses de abril y mayo de este año, se publicó lo que es posiblemente la información más importante que tiene el país para monitorear la situación socioeconómica de las familias peruanas.
Primero, a inicio de abril se publicaron los resultados de la Evaluación Muestral de Estudiantes (EM) del Ministerio de Educación que permite medir los logros educativos de los niños en edad escolar.
Segundo, la semana antepasada se publicó la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) que, entre otras cosas, permite medir los niveles de pobreza y vulnerabilidad monetaria, así como los niveles de pobreza no monetaria.
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Tercero, la semana pasada, se publicó la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) que produce información de desarrollo infantil temprano, específicamente, los niveles de desnutrición y anemia de los niños menores de 5 y 3 años, respectivamente.
Analizar de manera conjunta esta información permite obtener diagnóstico amplio sobre la evolución en la calidad de vida y bienestar de la población tanto en el corto plazo como sus implicancias en el largo plazo.
En este artículo, resumo las primeras conclusiones que me permite analizar esta información. El resultado más importante y que ha recibido mayor atención mediática ha sido la evolución de la pobreza y vulnerabilidad monetaria en 2022. En el primer caso, pasando de casi 26% a niveles por encima del 27% y, en el segundo caso, registrándose una caída desde casi 35% hasta niveles cercanos a 32%.
Estas tendencias responden al empobrecimiento de corto plazo del que ha sido víctima la población que, a fines de 2021, se encontraba aglutinada alrededor de la línea de la pobreza.
El shock inflacionario desde inicios de año, agravado por la desaceleración de la economía y la conflictividad social del último trimestre, fueron factores clave en el resultado observado.
Estas tendencias ocurren en un contexto donde los niveles de pobreza no monetaria aún se mantienen alrededor del 16% (cifra similar a la del 2021 y 2019).
Es decir, las condiciones estructurales de bienestar (medidas a través de necesidades insatisfechas en acceso adecuado a vivienda o a servicios públicos, por ejemplo) aún no estarían reaccionando al abrupto empobrecimiento que ha experimentado el país desde 2020.
No obstante, esto no sería sostenible en el mediano plazo si tomamos en cuenta que una pobreza que se mantiene por mucho tiempo por encima del 25% podría empezar a abrir brechas sociales como las comentadas.
Para concluir lo anterior es importante fijarse en los niveles de pobreza crónica (aquellas personas que se mantienen pobres por más de un periodo). Esta cifra era del 12% en 2019 y ahora llega al 16%. Con esta mirada de largo plazo es que el proceso de urbanización de la pobreza adquiere un significado adicional.
Según cifras del INEI, alrededor del 70% de los pobres viven en las ciudades, donde la inflación y el bajo crecimiento tiene consecuencias en la seguridad alimentaria de las familias. Según la FAO, al año 2021 casi la mitad de la población peruana ya sufría algún tipo de inseguridad alimentaria y, según el INEI, al año 2022 más del 35% de la población peruana presenta déficit calórico (consume menos calorías de las que debería).
Ambas condiciones podrían ser una antesala de un previsible deterioro en los niveles de nutrición en la primera infancia. Por ejemplo, según las últimas cifras de la ENDES, si bien la desnutrición crónica de los niños menores de 5 años aún se mantiene alrededor del 12%, los niveles de anemia sí han empezado a aumentar pasando de 38% a 42% entre 2021 y 2022.
Estas trayectorias deben ser una señal de alarma tomando en cuenta los efectos negativos que en el largo plazo genera no asegurar una adecuada nutrición en los primeros años de vida.
Según estudios que hemos realizado en Macroconsult, existe evidencia suficiente para concluir que niños desnutridos presentan luego peores trayectorias educativas y laborales. Tercero, justamente las cifras del Minedu permiten monitorear las trayectorias educativas para la población en edad escolar.
Los resultados muestran que al año 2022 más del 60% de los niños de segundo de primaria no tienen niveles satisfactorios de comprensión lectora y casi el 90% está en dicha situación en el caso de razonamiento matemático.
Trasladando la mirada a la secundaria, observamos que en segundo de media las cifras llegan a casi el 80% y 90%, en lenguaje y matemáticas, respectivamente.
Es decir, más allá de los efectos de la pandemia y el cierre de escuelas, un eventual deterioro de los niveles de desarrollo infantil temprano ocurrirá en un contexto donde el sistema educativo no tiene la capacidad de asegurar niveles de aprendizajes óptimos.
Por ello, es probable que llegada la etapa escolar más que revertir, se multipliquen las inequidades y brechas sociales que afecta a la población más pobre y vulnerable comprometiendo su capacidad de desarrollo a largo plazo.
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