Escribe: Carlos Casas, profesor de la Universidad del Pacífico
Una preocupación creciente de los analistas y entidades estatales e independientes es el deterioro de las cuentas fiscales. Como sabemos, desde hace algunos años hemos entrado en una situación perversa de incremento del gasto y caída de los ingresos estatales. Lo más preocupante es la caída en los ingresos tributarios, donde poco se hace para ampliar la base tributaria y realizar una eficiente fiscalización. Mientras esto último no se realice de manera adecuada, nuestra presión tributaria será una de la menores de América Latina.
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Por el lado de los gastos hemos visto el aumento de los mismos sin ningún sustento y sin mostrar rasgos de prudencia fiscal. Esto nos lleva a pensar, dados los pocos días que faltan para fin de año, que el déficit fiscal se ubique alrededor del 4% del PBI. Los ingresos se han recuperado moderadamente donde incluso en noviembre se ha observado un significativo incremento que ha logrado revertir la caída que se observaba hasta fines del tercer trimestre del presente año, pero de manera muy ligera.
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El problema es que los gastos están creciendo a doble dígito y ello se refleja en el déficit. El incremento del gasto en remuneraciones a ese ritmo es preocupante. Por otro lado, el incremento del gasto en inversión pública ha sido considerable, pero todavía hablamos de cantidad y no necesariamente de calidad. Como ya lo he mencionado otras veces, el gran tema alrededor de la inversión pública es la medición de la calidad de la misma y el efecto que ha tenido sobre el bienestar de las personas y la mejora de la productividad de las empresas.
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Para el 2025, el panorama tampoco se muestra alentador. Existen ya muchas críticas sobre los supuestos utilizados para la elaboración del presupuesto de la República. Los ingresos no van a crecer al ritmo que se ha estimado. Por el lado de los gastos lo que veremos es una feria de ofrecimientos y promesas que se van a traducir en mayor gasto debido a que la balanza del poder en este momento está inclinada hacia el Congreso de la República. En un año ya electoral, los diferentes grupos políticos querrán mostrar logros ante sus posibles electores con la mirada puesta en las elecciones de abril del 2026. Ello no es nada saludable porque existirá una muy pequeña fuerza de contención por parte del Ejecutivo. Es más, si este año el PBI crece 3% y claramente estamos incumpliendo la regla fiscal, muchos políticos dirán que no importa el déficit porque hemos crecido. Ello nos llevará a la falacia de compararnos con otros países como Estados Unidos que ha tenido un déficit fiscal fuerte y sigue siendo la primera economía del mundo. Lo que no van a tomar en cuenta es que no somos comparables y que incluso el nuevo gobierno de dicho país ya está hablando de recortar gastos para buscar restablecer en algo el equilibrio fiscal.
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El gran riesgo está en el mediano plazo donde se socavará la credibilidad de la política fiscal. Ese es el gran daño del que no se dan cuenta los políticos con una alta dosis de miopía autogenerada en donde sólo ven la ganancia de corto plazo y ponen en riesgo todo lo logrado en un esfuerzo que tomó 20 años, que fue lo que tomó, obtener el grado de inversión.
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La institucionalidad fiscal que se ha construido está en juego y no es un tema menor. Es uno de los cimientos económicos de la economía que permiten tener condiciones para crecer. Esta condición no es suficiente pero sí necesaria. La decadencia de nuestras instituciones ha generado que los mayores recursos obtenidos en un clima de salud macroeconómica no hayan satisfecho muchas de las expectativas de la población. Lo macro ha funcionado y lo micro, no. Por ello es que entre lo recaudado y lo obtenido por la población haya un largo trecho que está poblado de no presencia del Estado, de ineficiencia en muchos de los servicios que presta (pensemos ahora en la inseguridad ciudadana que está llevando a la población al hartazgo), de corrupción y excesiva mirada política del manejo de la economía. Esto dentro de un mar de sistemas administrativos que hacen más difícil la tarea de aquellos funcionarios que dan la cara a la población. El descontento y escándalo que vemos todos los días nos indican ello.
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Por tanto, lo que se avizora para el 2025 es un panorama enrarecido en donde lo único que quedará es resistir de la manera que se pueda los arrebatos populistas de un Congreso desatado y empezar a construir un consenso entre diferentes grupos de la sociedad: ciudadanos, empresarios, academia y políticos sin miopía. Este consenso debe apuntar a resaltar las ventajas de unas finanzas públicas sanas y con organizaciones fuertes que las manejen. Es necesario blindar la política fiscal de los vaivenes del corto plazo. Construir un pacto fiscal será una prioridad para evitar un crecimiento tímido pero destructivo o, lo que es peor, caer en una espiral perversa de la cual será muy doloroso salir.
Profesor de la Universidad del Pacífico.
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