
Escribe: Martin Naranjo, presidente de Asbanc
En mayo del año noventa y cuatro, estuve en Tokio, invitado por Eximbank Japón, junto con unas treinta personas, cada cual de distinto país. En una de las primeras salidas, sentado en el ómnibus, tenía a un joven chino a mi derecha y a un joven japonés a mi izquierda. En un momento, el japonés le preguntó, en inglés, al chino por su nombre. El chino lo pronunció, pero el japonés no lo entendió. Entonces le preguntó: “¿Cómo escribes tu nombre en kanji?” El chino lo trazó en un papel y el japonés, apenas lo vio, percibió perfectamente el nombre del chino. Había comprendido el nombre, sin asociarlo con el sonido. Yo, sentado en medio, entendí que un trazo podía conducir a una idea compartida por encima del sonido de un nombre.
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Nuestro alfabeto latino traduce sonidos en combinaciones de letras. El kanji, en cambio, traduce ideas en imágenes. Uno puede no saber cómo pronunciar, pero igual puede llegar a entender. Algo parecido ocurre con los números arábigos: el “8”, por ejemplo, suena distinto en cada idioma, pero todos lo reconocemos. Usted puede viajar por el mundo sin entender nada del idioma local, pero con seguridad va a entender perfectamente la cuenta de cada una de sus comidas. Es que los números son ideogramas universales.

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Años después, recordé la experiencia en el ómnibus en Tokio cuando me di cuenta de que en el antiguo Perú también existía una forma de registro que prescindía del sonido. Durante siglos, a los quipus se los redujo a simples registros contables. Sin embargo, investigaciones como las recogidas en el libro Quipus y quipucamayoc. Codificación y administración en el antiguo Perú —publicado por EY Perú en 2020— ofrecen una mirada más amplia y profunda que transforma esa visión tradicional. Este libro reúne cuatro ensayos que muestran que los quipus no fueron solo auxiliares de la oralidad, sino una forma de pensamiento, un lenguaje de cuerdas y colores capaz de registrar, clasificar y transmitir información sin necesidad de letras.
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La obra revela que los quipus podían asumir funciones fiscales, judiciales, religiosas, militares o censales, y que el imperio dependía de una red de quipucamayocs encargados de tejer la memoria administrativa del Tahuantinsuyo. Explora la relación entre los quipus y la yupana, el ábaco inca, como parte de un mismo sistema lógico regido por la dualidad entre opuestos que se equilibran. También muestra que los patrones de color y la disposición de los nudos podían representar unidades sociales o tipos de trabajo, y que cada ejemplar conservado encierra una gramática propia, definida por sus fibras, proporciones y texturas. En conjunto, el libro rescata la poderosa idea de que los quipus fueron una tecnología de conocimiento. Cada cuerda combina variables simultáneas: color, textura, torsión, grosor, distancia y tipo de nudo.
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Si el kanji es un ideograma plano, el quipu es un ideograma multidimensional, contextual, que se lee como quien recorre una red. No representa sonidos, sino relaciones. Es, conjeturamos, escritura tejida. En muchos sentidos, el quipu anticipó la lógica de las redes modernas. Cada nudo funciona como un nodo que concentra y distribuye información; cada cuerda es un enlace que vincula unidades dentro de una estructura mayor. El valor de cada elemento depende de los vínculos que lo conectan con los demás. Esa misma lógica sostiene hoy a las economías de redes, donde el valor proviene de la interacción y se expande a medida que las conexiones crecen. El quipu expresa esa intuición desde hace siglos.
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El quipu nace en una cultura textil. Cuando una civilización vive rodeada de telares, su base tecnológica es el hilo. El quipu surge de ese entorno, de la capacidad de usar la cuerda para vestir y para pensar. Cada sociedad ha hecho lo mismo con los materiales que domina. Los sumerios escribieron sobre tabletas de arcilla, los egipcios sobre papiro, los chinos sobre seda y bambú, los europeos sobre pergaminos y los peruanos escribieron tejiendo nudos. La historia del conocimiento es también la historia de sus soportes. Si en otras culturas la escritura se desarrolló sobre papel y tinta, en el Perú lo hizo sobre cuerdas. Cada civilización transforma sus materiales en instrumentos de memoria.
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Esa adaptación es lo que en biología llamaríamos una exaptación, una función nueva que aprovecha estructuras preexistentes. El cerebro, igual que la cultura, se adapta al soporte que usa, leer una línea o un nudo implica circuitos distintos, pero la intención de preservar el sentido es la misma.
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Por todas estas características y significados consideramos que el quipu es un símbolo apropiado para la Sexagésima Asamblea Anual de la Federación Latinoamericana de Bancos que se llevará a cabo en el Perú el próximo año. El quipu representa la inteligencia de conectar, de transformar lo disponible en una herramienta para entender y comunicar. Cada hilo, cada nudo, cada color cuenta algo, pero su sentido pleno surge solo cuando se mira el conjunto. Así también funcionan las economías y las instituciones, como redes de confianza. El quipu representa esa intuición desde hace siglos y une historia, desarrollo, cultura y tecnología. Encarna esa conversación permanente entre tradición e innovación.








