
Galantino Gallo, CEO de Prima AFP
Aunque nadie puede poner en tela de juicio lo importante que es ahorrar para el futuro, no siempre es sencillo hacerlo. En nuestra contra conspiran múltiples sesgos psicológicos que hacen difícil sacrificar el presente a favor del futuro, y muchas veces la realidad –sobre todo en un país como el nuestro– lleva a valorar más la supervivencia diaria que el sostenimiento de un “yo” futuro, abstracto y remoto.
Existe mucha literatura sobre lo primero. En 1997, por ejemplo, el economista David Laibson publicó un artículo en el que estudiaba cómo otorgamos mucho más valor al dinero disponible actualmente que al que podemos recibir en el futuro. Ante la oferta de S/ 20 hoy frente a S/ 21 mañana, solemos optar por lo primero. Nuestra “paciencia” para esperar un día más recién aparece cuando la decisión se proyecta en el tiempo: S/ 20 en 30 días o S/21 en 31. La disyuntiva es exactamente la misma, pero sin la presión de lo inmediato empujando nuestra elección. En simple: nuestras ganas de disfrutar al instante van en contra de nuestro interés por el ahorro o la inversión.
Al mismo tiempo, a nuestro alrededor existen muchos más estímulos para gastar que para guardar dinero. Es más fácil notar que nuestro vecino está comprando que enterarnos de que invierte mensualmente en fondos mutuos. La primera es una actividad pública y la segunda, casi íntima. Y la influencia del entorno en este terreno, el peso del ejemplo de quienes nos rodean, es innegable. La ahora Premio Nobel de Economía, Esther Duflo, lo evidenció en un artículo del 2002, donde documentó cómo las decisiones previsionales de los empleados de una universidad estaban fuertemente influenciadas por las de sus colegas.
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Otro elemento clave es el divorcio que existe entre nosotros y nuestra versión futura. Imaginar nuestras necesidades del mañana es casi imposible frente a la presión de las que tenemos hoy. Por ejemplo, una investigación hecha por Hal Hershfield, de la Universidad de California, junto a otros autores, mostró cómo las actitudes hacia el ahorro para la vejez cambiaron cuando se les presentó a las personas una versión digital envejecida de sí mismas. Solo cuando pudieron “verse” con canas y arrugas, los participantes del estudio se mostraron más dispuestos a destinar dinero para su vejez. Un ejercicio que difícilmente puede realizarse para toda la población, pero que demuestra el peso de nuestra desconexión con lo que no podemos experimentar hoy.
Sin embargo, si bien es clave abordar estos sesgos para lograr que quienes pueden ahorrar y no lo hacen empiecen a hacerlo (por ejemplo, las herramientas de inversión con débitos automáticos han demostrado ser muy útiles), en nuestro país existen factores estructurales que hacen que “guardar pan para mayo” sea improbable para algunos e imposible para muchos. No es gratuito, en fin, que según el Índice de Inclusión Financiera 2024 de Credicorp, el 69% del Perú no ahorre.
Para empezar, la informalidad, en la que trabaja el 70% del país, impone cierta distancia entre las personas y las herramientas que ofrece el sistema financiero para planificar el futuro. Solo el 20% ahorra dentro del sistema financiero y solo tres de cada diez personas acceden al sistema previsional. En este caso, no solo se trata de combatir las barreras para el acceso a la formalidad, sino también de distribuir información sobre el valor de guardar dinero para el futuro y de cómo funcionan herramientas de inversión a largo plazo, para que más personas se animen a utilizarlas voluntariamente.
Pero uno solo puede reservar la plata que le queda después de cubrir sus necesidades, y esto no lo van a hacer las personas cuyas circunstancias económicas las obligan a enfocarse en el día a día. En ese sentido, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza son, quizá, el camino más seguro para impulsar el ahorro. Combinado, por supuesto, con una campaña público-privada que fomente hábitos financieros sostenibles. Para lograrlo, el Estado tiene una responsabilidad clara de atraer inversión privada, facilitar el empleo formal y promover estabilidad macroeconómica.
Entretanto, desde el sector privado tenemos la obligación de permanecer creativos: ofrecer productos que faciliten y hagan atractivo el ahorro, y difundir el valor y el funcionamiento de herramientas de inversión a largo plazo, para que sean conocidos por todos.
