
Escribe: José Ricardo Stok, profesor emérito del PAD.
El liderazgo suele ser un anhelo que entusiasma, casi como un objetivo de vida. El origen de esta palabra proviene del inglés “lead” (conducir, guiar) y “leader” (el que guía), adoptada en castellano como líder. También parece proceder del latín “lis” o “litis”, de donde derivan lid, combate, disputa. Así, se ha forjado el moderno sentido del liderazgo, una conjunción de jefe, guía, con ánimo audaz, decidido, intrépido, combativo, valiente. Y esto, cuando se refiere a un ejecutivo se convierte en un modelo atractivo, inspirador: “nuestro líder”, “bajo el liderazgo de x”, etc. Es aquel que va adelante, hace camino, que ve donde otros no ven, que entra en un bosque y sale por cualquier lado, eufórico. O, con un sentido más político o militar, el vocablo se aplica al caudillo.
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Por otro lado, suele escucharse el término “empresa líder”, haciendo referencia a la que más vende o la más grande, pero no necesariamente la mejor.
Junto a tanta parafernalia, resulta ser una imagen idílica: admirado pero lejano, un referente, pero inalcanzable, en parte por la distancia que él mismo pone de los demás, convirtiéndose en un modelo glacial: y esto no es nada motivador, no tiene sustancia, no perdura. Va adelante, sí, pero cada vez más solo, autorreferencial y con riesgo de rodearse de unos pocos aduladores: una pequeña comparsa.
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En mi opinión, hay dos maneras, no frecuentes, pero que son verdaderas manifestaciones de real liderazgo. Si una de las más importantes tareas de un líder es ser motor de la organización, es muy conveniente que vaya dentro del grupo de trabajo. Así, puede conocer muy bien las capacidades y debilidades de cada uno, para apalancarse en las primeras y ayudar a superar las segundas. Esto supone dedicarles tiempo a las personas para conocerlas, especialmente a sus subordinados de los dos niveles inmediatos; el afán protagónico debe dejarse de lado. Se aprende mucho estando en medio de las personas.
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La otra manera eficaz de liderazgo podrá sorprender: se trata de ir detrás del grupo. En este sentido, implica estar atento a los que puedan quedar rezagados, no para amonestarlos, sino para enterarse de sus debilidades y prestar la ayuda que puedan necesitar. Verdadero servicio, que puede pasar inadvertido para muchos, pero que es un aporte muy valioso. Como el corredor que acompaña al que va al final dándole soporte, estímulo y, de ser el caso, tendrá que llevarlo de la mano o en hombros.
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No nos engañemos: un verdadero líder no está para aparecer en las portadas, sino para cohesionar a su grupo cercano de colaboradores y, a través de ellos, a los demás. Y debe de tener verdadera vocación de servicio, que se traduce en pensar más en los demás que en uno mismo, ayudando a que cada uno pueda dar lo mejor de sí. Su mejor premio es el reconocimiento agradecido al pasar de lo mítico a lo real.

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