Escribe: Pilar Bustamante, fundadora del emprendimiento social Kusi Kusi
Soy una fiel admiradora de los micro y pequeños empresarios peruanos. Así como también soy amante de las piezas hechas a mano por artesanos peruanos y de su maravillosa capacidad para transformar fibras y materiales diferentes en productos de calidad altamente competitivos en el mercado internacional. Todo esto, poniendo en valor nuestra rica herencia cultural.
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Sin embargo, la tarea empresarial no es fácil. Las barreras que tenemos los micro y pequeños empresarios en el Perú son monumentales. Se reconoce al Perú como un país de emprendedores con gran creatividad y garra. Pero todas las cualidades y la fuerza que tiene la gente para remar en aguas bravas tienen un límite cuando se topa uno con un sistema y una institucionalidad que lejos de protegerlo, busca aplastarlo.
La vulnerabilidad de los microempresarios debería ser algo a considerar a la hora de diseñar políticas públicas, que fomenten su crecimiento y su inserción a la formalidad. Existen diversos factores externos que amenazan continuamente la sobrevivencia de los micro y pequeños empresarios: el crimen organizado, los efectos del cambio climático, la falta de acceso a financiamiento y capacitación técnica, la distancia del mercado, y por supuesto el abandono del Estado al no cumplir con sus obligaciones. Acá dos casos a tomar en cuenta.
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Anselmo es un tejedor artesano con un trabajo impecable, delicado y cuidadoso en los detalles. Tiene 20 años tejiendo desde que llegó a Lima de Puno, su tierra natal. Ha tenido épocas buenas y no tan buenas; ha aprendido a nadar contra la corriente, pasando por todo tipo de crisis, igual que todos los empresarios peruanos. En su caso, los rezagos de la crisis del covid, los efectos de las lluvias de enero (que arruinaron no solo su mercadería sino también sus máquinas) y la Sunat, están a punto de sacarlo de carrera.
Anselmo ha sido multado por la Sunat de una forma desproporcionada, por no declarar en los años del covid por un valor que no podría pagar en varios años. Su cuenta bancaria está embargada, por lo que recibe sus honorarios en la cuenta de una vecina, quien le cobra el 10% cada vez que intermedia.
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El sistema ha logrado expectorar a Anselmo de la formalidad y del sistema bancario. ¡Con lo que nos ha costado y nos cuesta como país bancarizar a este segmento de empresarios! Deberíamos pensar en soluciones tributarias menos punitivas y más constructivas, para atraer y no ahuyentar a microempresarios como Anselmo y que puedan reinsertarse al sistema económico moderno y a la formalidad.
Zoila, por su lado, desde hace 15 años tiene un taller con unas cuantas máquinas de tejer, con un cartel que da a la calle. Desde hace dos años Zoila, tal como todos los que tienen negocios en su barrio, viene siendo extorsionada por una mafia organizada, que le cobra el 50% de todo lo que vende. Recibe cartas amenazadoras donde indican saber el recorrido de sus hijos y a qué colegio van. El mes pasado, miembros de la mafia les rompieron la puerta y ventanas a balazos porque no había cumplido con el total del pago del cupo. Hace poco, Zoila fue escoltada al banco de su zona por dos criminales para que retirara el saldo pendiente. La policía le sugirió que así lo hiciera. Hoy ya tiene la calcomanía distintiva de haber pagado el cupo en la puerta de su casa-taller, señal para que otros grupos de mafia organizada la dejen en “paz”. Pero la paz es lo último que ve por llegar. Zoila se ha visto obligada a cerrar su negocio, el crimen organizado le ganó la batalla.
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Empresarios valientes como Zoila, pagan doble impuesto en el Perú: a la Sunat y a la mafia. Sin obtener nada a cambio del Estado.
Lamentablemente este no es un caso aislado. Hay barrios y pueblos donde nadie se libra. Nuevamente en la historia del Perú, tenemos zonas liberadas.
Ahí van dos ejemplos de buenos exempresarios formales que como país no hemos sabido proteger. ¿Por quién votarán ahora los miles de Anselmos y Zoilas peruanos?
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