Investigador de Ecosad/Rikolto
Proyecto Vecindarios Alimentarios Saludables en Lima y Quito
El Perú es reconocido como uno de los principales destinos culinarios del mundo, gracias a la diversidad de sus ingredientes y la fusión de sabores andinos y amazónicos con la influencia culinaria europea, africana y asiática. En este contexto, Lima ratifica el dominio de la cocina peruana en la región y se exhibe como la capital gastronómica de América.
Sin embargo, el sistema alimentario de Lima Metropolitana produce apenas el 3% de los alimentos de origen vegetal que la ciudad necesita, mostrando una alta dependencia nacional e internacional. Un estudio financiado por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo – IDRC de Canadá muestra que los cereales, que aportan alrededor del 43% de las calorías consumidas por los limeños provienen, para el arroz principalmente del norte del país, y de Norteamérica para el trigo y sus derivados. Incluso en los cultivos con mayor producción local como las verduras, la producción de Lima solo cubre el 20% de la demanda. Algo similar ocurre con los alimentos de origen animal, principalmente por la importación del pienso animal.
En consonancia con esta situación, la superficie destinada a la producción agrícola apenas representa el 1% de lo que Lima necesita, entre otras razones, por la creciente urbanización del suelo agrícola y la enorme presión sobre el agua. La situación se ha agravado si consideramos la reciente aprobación de ordenanzas metropolitanas que cambian el uso del suelo agrícola en los valles del río Lurín y Chillón, que han generado numerosas voces de alarma. Recordemos que, pese a las presiones y riesgos a los que se enfrentan, los valles de Lima aún mantiene una importante vocación de producción agropecuaria, contribuyendo a la mitigación de los efectos del cambio climático en una ciudad asentada sobre desierto.
Al analizar con más detalle el período 2015-2020, se advierte que la producción de alimentos para consumo humano cayó un 28%. Ninguna gran ciudad del mundo produce suficientes alimentos para cubrir su propia demanda. Sin embargo, cuando factores como la producción y el consumo sobrepasan la capacidad de carga del medio ambiente se pone en riesgo el funcionamiento de todo el sistema alimentario, convirtiéndolo en insostenible.
En el año 2020, marcado por las restricciones impuestas para controlar la pandemia de COVID-19, el 14% de los hogares de Lima Metropolitana no pudo comprar alimentos de origen animal (carnes, pescados, huevos), en su mayoría por problemas económicos. De hecho, en el periodo 2020-2021, el déficit calórico afectó a entre el 39 y el 45% de la población de la ciudad. Esta situación puede empeorar si se mantiene el incremento de los precios de los alimentos agravado por la crisis en Ucrania. Por ejemplo, en el 2021, el índice de Precios al Consumidor registró su valor más alto en los últimos trece años, siendo el grupo de alimentos y bebidas uno de los principales responsables de este aumento.
Por todo esto resulta paradójico que en Lima Metropolitana, donde es habitual conversar sobre la gastronomía como orgullo nacional, sea la autoorganización de más de 2200 ollas comunes las que hagan frente a la emergencia alimentaria atendiendo a diario y en forma solidaria y autogestionaria a unas 300.000 familias.
Desde el ámbito científico se advierte que el cambio climático, la destrucción de los ecosistemas, la tensión internacional por el aprovechamiento de recursos cada vez más escasos y el desacoplamiento entre el crecimiento poblacional y el abastecimiento de alimentos impactarán negativamente en la seguridad alimentaria global. Por lo tanto, urge que se adopten políticas pertinentes que, en el corto plazo, mejoren nuestra deficiente seguridad y soberanía alimentaria y, en el mediano-largo plazo, potencien y fortalezcan la resiliencia de nuestro sistema alimentario.