Economista
Cuando en el 2006 comenzamos a trabajar la marca país, nos encontramos con un reto: cómo sintetizar en una imagen una identidad nacional mega diversa y única a la vez. La investigación que se hizo para este propósito, nos señaló que nos veíamos y nos veían como una nación muy diversa en lo natural y lo cultural.
La Marca Perú tenía que mostrar no solo que somos un país con una historia milenaria, sino con un futuro prometedor. No en vano podemos jactarnos de tener a Caral, la cuna de la civilización de las Américas. Incluso podemos mostrar que existieron asentamientos humanos con desarrollo agrícola relevante hace más de 10 mil años.
Nuestra diversidad ecológica, de flora y fauna, marcada por la división territorial del eje andino, hizo posible que los antiguos cazadores y recolectores encontraran, en los diferentes pisos ecológicos, tal variedad que pudieron adaptarla a sus necesidades de vida en comunidad.
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Los antiguos agricultores peruanos, con su ingenio, fueron capaces de domesticar plantas que, en tiempos modernos, son alimentos básicos para la humanidad. La más notable es la papa, con sus más de 4 mil variedades, que fue usada para combatir hambrunas en diversas partes del mundo. Junto a la agricultura, en los diferentes pisos ecológicos de nuestra patria, se desarrollaron múltiples culturas, algunas vivas hasta nuestros días.
Nuestra diversidad cultural se enriquece con la llegada de los europeos, africanos y asiáticos, en diversos momentos de nuestra historia. Estas culturas terminaron amalgamándose, creando un rico crisol cultural que nos hace una nación única, en una perfecta diversidad, que puede depararnos un futuro prometedor si nos proponemos.
Nuestra gastronomía es la epítome de ese concepto de unidad en la diversidad, al juntar muchas cocinas e ingredientes nativos de costa, sierra y selva, con sazones e ingredientes foráneos, adaptados a nuestros suelos y herencias culturales. Es también una señal de las oportunidades del Perú, si sabemos invertir nuestros esfuerzos, recursos y pasión para el desarrollo integral del Perú en todo su territorio.
Es cierto que los sectores minero-metalúrgico y energético son claves para nuestro desarrollo, por las divisas que generan hoy y generarán en el futuro inmediato, dadas las tendencias de la demanda internacional.
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Pero nuestras posibilidades de desarrollo también están en otros sectores: el agrícola, el pesquero y acuícola –para consumo humano directo–, el forestal –manejado de manera sostenible–, y el turismo. Todos ellos generadores de empleo, factibles de realizar en las tres regiones del Perú, con capacidad de formar parte de cadenas globales de valor no solo en la base, sino en las partes de mayor creación de valor.
Para ello se requiere políticas públicas bien diseñadas e implementadas. Desde la infraestructura para el desarrollo productivo –sobre todo en las regiones–, hasta mejoras en los servicios públicos que permitan aumentar la productividad total de factores.
En el caso del sector agropecuario, por ejemplo, podemos ser la despensa del mundo, al mismos tiempo que aseguramos una alimentación nutritiva para todos los peruanos.
Esto se logra no con promesas fatuas, como la proclamada “segunda reforma agraria” del gobierno de Castillo. Un anuncio vacío de contenido real, pues la mayor parte de la propiedad de la tierra en el Perú está conformada por minifundios; y las promesas proteccionistas de esa propuesta solo beneficiaban a los intermediarios y no a los agricultores.
Más bien debemos pensar cómo asegurar que esos pequeños propietarios, muchos de agricultura familiar, puedan progresar integrándose a cadenas de valor locales e internacionales.
Lo hicimos antes con la agricultura de exportación, aunque se le afectó irresponsablemente al eliminar la ley de promoción agraria para crear una ley parche, que no beneficia ni a los trabajadores ni a los exportadores, muchos de ellos pequeños y medianos propietarios.
Podemos repotenciar este sector incorporando mejoras en las condiciones de la agricultura familiar. Es vital aumentar su productividad –con ello mayores ingresos–, facilitarles el acceso a mejores semillas, a los mercados y al financiamiento para su desarrollo.
Para ello se debe fortalecer la institucionalidad de nuestros sistemas alimentarios, para enfrentar el cambio climático, asegurando alimentos nutritivos –que eviten los peligros de hambruna que ya se observan en algunas regiones– y permitir a los pequeños agricultores mejorar su calidad de vida. Recuperar al MIDAGRI en su capacidad de desarrollar políticas sectoriales y ampliar sus tareas de extensión agrícolas.
Al SENASA para asegurar la inocuidad sanitaria y fitosanitaria de nuestros productos y, recordando el ingenio de los antiguos pobladores del Perú, afianzando al INIA para convertirlo en un banco de semillas con los mejores estándares técnicos, que preserven y mejoren nuestra agrobiodiversidad. Todo esto, contando con excelentes investigadores, conectados a universidades y centros de investigación nacionales e internacionales.
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