
Escribe: Guillermo Boitano, director de la carrera de Economía de la Universidad de Lima
En el 2024, el Perú registró el mayor crecimiento relativo en inversión extranjera directa (IED) en la región, con un aumento interanual del 56.7%, de acuerdo a un reciente informe de la Cepal.
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El BID define a la IED como toda operación que implica una relación de largo plazo, en la que una persona física o jurídica de una economía adquiere una participación duradera en una empresa o entidad residente de otra economía. Su objetivo es ejercer un grado significativo de control y desarrollar actividades productivas en la entidad receptora.
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La IED es clave para el desarrollo económico, pues impulsa el comercio, financia empresas, crea empleo, facilita la transferencia de tecnología y buenas prácticas, y fortalece la competitividad y la eficiencia productiva. No obstante, implica riesgos, como la dependencia del capital externo, el desplazamiento de empresas locales y la repatriación constante de utilidades.

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Según el BCR y la Cepal, desde la apertura económica de la década de 1990, el capital extranjero se ha expandido: alcanzó 7% del PBI en 1994 y acumuló US$ 17,000 millones entre 1992 y 2001, provenientes principalmente de España, Estados Unidos, Suiza, Chile y México. Hasta el 2012, la IED se mantuvo estable, con un 6.3% del PBI (US$ 12,000 millones) ese año y un acumulado de US$ 64,000 millones, con mayor impacto en minería, electricidad, telecomunicaciones y finanzas. En el 2013, comenzó una etapa de volatilidad y caída, que culminó en el 2020 con solo 0.33% del PBI.
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En el 2024, la IED repuntó por efecto rebote tras la contracción del 2023, causada por la inestabilidad política vinculada a la elección y vacancia de Pedro Castillo, y por fenómenos climáticos que afectaron sectores clave. Además, Moody’s ajustó la calificación de deuda a perspectiva negativa por el aumento del déficit fiscal, lo que redujo el atractivo para el capital extranjero. Pese a la recuperación, el flujo sigue bajo el promedio histórico y solo muestra una mejora parcial frente a los niveles prepandemia.
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Ese año, el Perú se ubicó en el cuarto lugar en la recepción de IED en América Latina y el Caribe, con el 3.6% del total regional, detrás de Brasil (37.6%), Chile (10.9%) y Colombia (7.6%). De acuerdo con la Cepal, el principal motor fueron los aportes de capital, que aumentaron 43%, mientras que los préstamos entre empresas continuaron en terreno negativo y las utilidades reinvertidas experimentaron una fuerte contracción. Esto revela que, si bien persiste interés por ingresar nuevos recursos, las decisiones de reinversión y expansión están condicionadas por un entorno interno caracterizado por incertidumbre política y riesgos macroeconómicos, lo que podría limitar la consolidación de un flujo sostenido de IED en el mediano plazo.
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Históricamente, la IED en el país se ha concentrado en minería, energía e infraestructura, aunque en los últimos años se sumaron sectores como telecomunicaciones, comercio y servicios financieros. Sin embargo, la dependencia de industrias extractivas expone a la economía nacional a la volatilidad de precios internacionales y a presiones socioambientales.
Las proyecciones para el 2025-2026 dependerán del clima político y regulatorio. En el Perú, los años electorales suelen frenar la inversión por la incertidumbre institucional. La atracción sostenida de IED requerirá estabilidad macroeconómica, fortalecimiento institucional y reglas claras que favorezcan la diversificación hacia sectores de alto valor agregado y empleo formal.