
Escribe: Galantino Gallo, CEO de Prima AFP
Dependiendo de la edición, la novela “IT” de Stephen King tiene 1,130 páginas. La sola idea de sentarse a escribir un libro de esas proporciones, de entregar tanto tiempo al teclado y al escritorio, es suficiente para disuadir a cualquiera de intentarlo. Como meta, redactar más de un millar de páginas resulta tan intimidante como contraproducente. Uno se cansa antes de siquiera empezar.
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Pero la figura cambia cuando la meta es otra: terminar seis páginas por día. Es la fórmula exacta con la que el escritor estadounidense ha explicado públicamente su productividad. Seis páginas diarias, treinta por semana (si asumimos que descansa los sábados y domingos), 120 por mes. “IT”, terminado en aproximadamente nueve meses. El objetivo, de pronto, resulta bastante más masticable.

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Es un error pensar que los grandes proyectos demandan (siempre) grandes y revolucionarios esfuerzos. El valor real está, más bien, en la consistencia, la disciplina y la paciencia, empleadas con visión a largo plazo, para lograr propósitos que, enteros, resultan difíciles de digerir. Se trata de acumular pequeños cambios o acciones (dependiendo de lo que se esté persiguiendo) que, repetidos, a la larga rinden frutos que exceden con creces el costo de ejecutarlos. Algo que, en el sector financiero, llamamos interés acumulado.
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En “Hábitos atómicos”, de James Clear –donde este principio constituye la premisa central–, el autor cita el caso de la selección británica de ciclismo. Según relata, el equipo cargó con “casi 100 años de mediocridad”, pues entre 1908 y 2003 apenas logró una medalla de oro en las Olimpiadas. Además, durante más de un siglo, ningún ciclista británico consiguió ganar el Tour de France. El cambio llegaría con Dave Brailsford, el director de Rendimiento que, lejos de implementar medidas radicales, impuso su filosofía de “agregación de pequeñas ganancias”: mejorar en 1%, y en el tiempo, cada uno de los componentes que influyen en el desempeño de los deportistas, desde la dieta y el descanso hasta la mecánica de las bicicletas y la higiene en los entrenamientos.
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Cinco años después, en las Olimpiadas de Pekín, ganaron el 60% de las medallas de oro disponibles. En las de Londres, establecieron siete récords mundiales. Además, en seis años obtuvieron cinco victorias en el Tour de France.
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Aislada, cada decisión tomada por la gestión de Brailsford (como pintar de blanco las paredes del vehículo que transportaba las bicicletas para detectar más fácilmente el polvo que las dañaba) aportaba poco. Pero la repetición y la combinación con otras de la misma escala les dio valor y extrajo un rendimiento que se manifestó y brilló con el paso de los años. Nada muy distinto a lo que puede lograrse con una estrategia de ahorro a largo plazo, donde alcanzar montos significativos no tiene que sustentarse en sacrificios exagerados en el presente, pero sí en paciencia y constancia.
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Pensemos en un ejemplo: un ahorro constante de S/ 100 al mes (algo más de tres soles diarios) colocado en una herramienta de inversión con una rentabilidad modesta de 4% anual, supera los S/ 14 mil a los diez años (alrededor de S/ 2,700 corresponden a intereses). Con el paso del tiempo, el efecto de la capitalización se hace mucho más notorio, y si se mantiene, digamos, durante cuarenta años, ese fondo superaría los S/ 118 mil, con más de S/ 70 mil generados en rentabilidad (aunque la inflación, en el tiempo, puede atenuar parte de ese valor). Una fuente de dinero sólida para emergencias construida con esfuerzos sostenidos en el tiempo.
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Y la ecuación del ahorro a largo plazo se enriquece con otras acciones discretas que pueden mover la aguja de forma significativa a futuro. La mensualidad puede crecer de forma escalonada con el salario de la persona, se pueden hacer contribuciones adicionales extemporáneas cuando hay ingresos extra (el 20% de una gratificación, por ejemplo), o se puede complementar el fondo con otros instrumentos (depósitos a plazo fijo, fondos mutuos o aportes voluntarios a una AFP).
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Hablamos de la misma lógica sobre la que se sostiene el sistema previsional, donde el interés acumulado nutre el ahorro del afiliado con el objetivo de que reciba, al jubilarse, una pensión que le procure tranquilidad.
Más allá de cuáles sean nuestros objetivos –que pueden ir desde leer más, comer mejor, ahorrar para una meta concreta o para nuestra vejez–, la clave no está en la ejecución de planes radicales que alteren nuestra normalidad. Podemos avanzar de a pocos, plantear estrategias de ejecución razonable, siempre con la consistencia y la visión a largo plazo como aliadas clave.
