Economista, PAD – Escuela de Dirección de la U. de Piura
Recientemente, los analistas económicos han emprendido una acelerada carrera a efectos de actualizar sus proyecciones del crecimiento del PBI para el 2023. Como es conocido, estas se han venido ajustando a la baja. Hoy los rangos oscilan entre el 0.4 y - 0.4%. No obstante, estamos a dos meses de terminar el año y el foco de atención de los analistas debería ser más ambicioso dado que el problema central trasciende a como cierre el PBI el presente año.
Como pocas veces, además de la efectividad de la orientación de política económica contraciclica, hoy los peruanos enfrentamos tres elementos que vienen alimentando la crisis productiva. Es más, esos tres elementos podrían continuar limitando nuestra capacidad de recuperación hacia el 2024 y, probablemente, al 2026: la volatilidad internacional, la crisis socio política y la presencia de desastres naturales inadecuadamente enfrentados.
El primero, la volatilidad en el frente financiero internacional. Hasta hoy, nada es concluyente en materia de la desaceleración de la inflación a nivel global y, menos aún, de la recuperación de su actividad económica. Los bancos centrales del mundo se encuentran frente a un trilema: recesión, crisis bancaria o rebrote inflacionario. Si los ajustes de las tasas de interés no son adecuadamente administrados, la sombra de una posible recesión y crisis bursátil volverían a presentarse, ello podría complicar la estabilidad de los sistemas bancarios y, como colorario, los esfuerzos en la lucha contra la inflación podrían llevarnos hasta a una posible estanflación. Así de delicado. En particular, hoy la probabilidad de recesión en Estados Unidos para el 2024 ya supera el 70%. Aislarnos de estos escenarios recesivos e inflacionarios potencialmente observables los próximos meses, imposible.
El segundo, la inestabilidad socio - política que ha venido acentuándose desde el 2016 y que alcanzó su punto más delicado al interior del desgobierno de Castillo. Todo esto se ha hecho sentir a través de una profunda crisis de institucionalidad donde es claro el rechazo al desempeño del poder ejecutivo, del congreso y del poder judicial. El nivel de desaprobación está en no menos del 75% para cada uno de ellos.¿ Qué política económica puede ser efectiva en ese entorno? Esto, en su momento, se manifestó en protestas sociales que rompieron la cadena de suministro y pago a nivel nacional, lo que contribuyó al escenario de desaceleración productiva y de incremento de precios. Claro está, hoy en día los bloqueos de carreteras, los incendios a locales públicos y las paralizaciones se han retraído; sin embargo, nadie podría asegurar que en cualquier momento se vuelvan a reeditar. Eso suma a la incertidumbre.
El tercero, está constituido por la posibilidad creciente de que experimentemos, hacia fines del presente año e inicios del próximo, un nuevo “Efecto Niño”. De acuerdo al ENFEN, hasta hoy su probabilidad de ocurrencia, en una magnitud entre moderada y fuerte, ya alcanza el 55 y 33%, respectivamente; hace menos de seis meses atrás eran sólo la mitad. Cuidado. Ahora bien, únicamente por este factor, como lo han estimado entidades oficiales, el impacto derivado en materia de PBI históricamente ha oscilado entre 1 y 5 puntos porcentuales de menor crecimiento, dependiendo de su intensidad. Dado ello, como punto intermedio, podríamos asumir que el próximo año frente a un “Efecto Niño”, tendente a “fuerte”, le reste alrededor de 2 puntos porcentuales al PBI. Con un magro efecto esperado al 2024, esto es delicado.
Independientemente de las responsabilidades al interior del ejecutivo, los tres factores aludidos han venido y vienen socavando, en diferentes magnitudes, nuestras posibilidades de recuperación económica. Todos los sectores que delinean nuestra actividad productiva se han visto afectados. La inflación que experimentamos y la desaceleración están atados a la presencia y posible reiteración de dichos factores. Imposible negarlo.
Evaluemos muy brevemente posibles impactos sobre la dinámica del PBI.
El 2023 ya no tiene mucho sentido continuar discutiéndolo en términos de cifras asociadas al PBI, fue muy malo, todos lo sabemos. Punto.
El 2024, en cambio, sí es un reto interesante a evaluar dado que un “Niño Fuerte” podría llevar al rebote esperado de la actividad productiva de 2.5% hasta un 0%. El problema no es la asignación de partidas para combatirlo, el problema es la capacidad deficiente de gestión de la cosa pública. Todo esto sin considerar, durante el próximo año, un potencial rebrote de un nuevo desbalance socio-político o un deterioro marginal de la arquitectura financiera internacional. Despertemos.
Claro está, si vamos más allá, la situación esperada hacia el quinquenio 2022-26 también sería muy delicada. En las actuales circunstancias, el crecimiento promedio anual de nuestro PBI bordearía sólo el 1.5%. Tendríamos un quinquenio perdido. ¿Cómo se valida esto? Pues bien, para el período 2022-24 la inversión privada decrecería abiertamente en un promedio anual de 1.3% según nuestro BCR, con ello, simplemente, las posibilidades de crecimiento estarían hipotecadas más allá del 2024. Además, mientras no se sepa quien va a ser el próximo presidente del Perú, la inversión privada no tendrá grandes expansiones. Pero al igual que el 2024 no todo quedaría allí; si hacia el 2026 también se validara una nueva descomposición de nuestro escenario político-social y nuevas inestabilidades en el frente internacional, la situación podría llevarnos a un quinquenio aún más delicado del reseñado para nuestro PBI y nuestra economía.
En esas circunstancias, es lamentable mencionarlo, en la economía peruana lo único cierto, es lo incierto. Los escenarios esperados son poco alentadores hasta hoy. Estemos atentos y preparados para vencer tamaño reto. Es el momento de trabajar en unidad para levantar al Perú.