Director Gerente de Phase Consultores
El Gobierno ha destacado el crecimiento de alrededor de 13% (la cifra preliminar oficial la tendremos el 15 de febrero) que ha tenido la economía peruana el año pasado frente al 2020. Sin embargo, vale la pena realizar una disección de esta cifra y de qué factores la explican.
Así, si consideramos la evolución habitual en las últimas décadas del crecimiento del Perú frente al de otros países de la región y la correlación que usualmente tiene con los ciclos económicos globales y de América Latina, tanto la caída del 2020 como la recuperación del 2021 se hubieran producido a tasas bastante menores que las observadas. Según estimaciones propias, dado el contexto internacional del 2020, la economía peruana pudo haber caído “solamente” 6.2% en lugar de 11% (lo que básicamente es reflejo de que el confinamiento general aplicado en el Perú en el segundo trimestre del 2020 no solo fue más estricto y prolongado que en el resto de América Latina, sino uno de los más severos en el mundo), mientras que en 2021 el rebote hubiera estado alrededor de 5.4%, lejos del previamente mencionado 13%. En otras palabras, la economía peruana cerró el 2021 en un nivel de producción 0.6% superior al del 2019; si hubiésemos mantenido nuestra dinámica habitual en el contexto regional, habríamos terminado el año pasado a un nivel 1.1% menor al del 2019.
Todo lo anterior quiere decir que -notablemente a pesar de la incertidumbre electoral y de que bajo el nuevo Gobierno no se han recuperado del todo las expectativas- hay factores locales que explican haber terminado 2021 en un nivel de producción 1.7% superior al que se hubiera alcanzado si dichos factores se hubiesen mantenido constantes.
Si consideramos la dinámica sectorial, Construcción, que justamente es un sector no transable (es decir, que responde propiamente al mercado local), lideró la recuperación. Y el 2021 llegó a estar casi 17% por sobre su nivel del 2019. Su aporte ha sido tal que en el agregado ha permitido revertir la caída de 0.4% respecto al nivel del 2019 que se observa en promedio en el resto de sectores.
Ahora bien, ¿qué explica esa dinámica? En 2019, el avance físico de obras (que recoge la dinámica de la inversión pública) representó 48.7% de la construcción total, mientras que al cierre del 2021 ha decrecido a alrededor de 46.5%. Es decir que, a pesar de haberse destacado la fuerte dinámica de la inversión pública a lo largo del 2021 (con lo que ha alcanzado su mayor monto nominal de la historia, y en términos reales ya es 12% superior a la lograda el 2019), la construcción privada -con indicios de estar apoyada en un alto componente informal- ha crecido a un mayor ritmo, bordeando un nivel superior en 21% al del 2019.
En ese contexto, la subida continua de la tasa de referencia desde agosto (25 pbs. ese mes) y profundizada a partir de setiembre (50 pbs. cada vez en los últimos 5 meses), a la vez que ha ayudado a revertir la trayectoria alcista del tipo de cambio, puede tener un impacto adverso en el crecimiento de este año, sobre todo al moderar aún más las perspectivas para la inversión privada. Es un riesgo significativo y es ahí donde debería focalizarse el Gobierno, sobre todo previendo que 2022 será un año de bajo crecimiento y considerando nuestro déficit de infraestructura, buscando acelerar la ejecución de obras. Sin embargo, en el proceso se deben establecer prioridades de alcance nacional y regional y métricas de eficiencia en la ejecución de la inversión, no solamente metas nominales de gasto. Si no, hasta se exhibiría como buen resultado la construcción de inesperados aeropuertos.