Director ejecutivo CIES (*)
En un país tan dividido como el nuestro, sería conveniente que la elección congresal se realizara en simultáneo con la segunda vuelta presidencial. Los electores tenderían a favorecer a los dos partidos finalistas, disminuyendo la atomización del Legislativo. Pero no será así, ¡y tendremos 10 bancadas! Además, como los partidos son débiles y los egos fuertes, varias se dividirán, agudizando la fragmentación del Congreso.
Asimismo, el porcentaje de votos nulos ha sido más del doble en las parlamentarias que en las presidenciales del 11 de abril; y la dispersión del voto más aguda. Sin la valla electoral del 5%, tendríamos una torre de Babel.
Pero, el otro lado de la moneda, es un deterioro de la representatividad. El ausentismo ha trepado al 30%, en parte por la pandemia; y la suma de los blancos y nulos alcanzó el 27% de los votos emitidos para el Congreso. A pesar de la poca afección ciudadana, Perú Libre logró 37 escaños (29% del total) con solo 14% de los votos válidos; y Fuerza Popular 24 curules (19%) con solo el 11% de la votación válida.
La izquierda (Perú Libre y Juntos por el Perú) obtuvo 41 escaños; la derecha consiguió 44 asientos (Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País); y el centro logró 45 curules (AP, APP, SP, PP, y PM). Es decir, un tercio para cada segmento. ¿Tenderá el nuevo Ejecutivo puentes hacia el centro para asegurar la gobernabilidad?
Durante el 2016 se produjeron menos sorpresas en la primera vuelta. Keiko, que brillaba con más del 30% en las encuestas, ganó efectivamente en abril, con casi el doble de votos que PPK, pasando al balotaje dos partidos de derecha. Al final, primó su antivoto, perdiendo por un cuarto de punto frente a PPK, en la final de junio.
Esta vez la situación es diferente. Ahora, en medio de un pico en la pandemia, masivo subempleo y profunda desafección con la élite política, tendremos la final del 6 de junio entre una izquierda radical y una derecha conservadora. Si uno hace un ejercicio calculando cómo se distribuiría el sufragio de quienes no votaron por los dos finalistas, según afinidad ideológica, Fuerza Popular ganaría por alrededor de ocho puntos.
Pero el voto no se guía solo por razones ideológicas, ni racionales. Influyen decisivamente las emociones y en especial los miedos. Según el promedio de las principales encuestadoras, a mediados de abril, Pedro Castillo tiene 40% de intención de voto y Keiko Fujimori 25%, pero la suma del blanco, viciado y no precisa alcanza 35%. Entonces, nada está dicho; y ganará quien logre reducir su antivoto, disipando miedos o aversiones, y atrayendo al elector de centro.
En cualquier caso, la bancada oficialista será minoritaria; y la gobernabilidad para el Ejecutivo sumamente complicada. ¿Estamos condenados a repetir los enfrentamientos 2016-2021? No necesariamente. Lo crucial sería introducir incentivos a la cooperación entre bancadas afines y a la negociación entre bloques programáticos. Harto difícil, pero no imposible.
(*) Opinión personal.