
Escribe: Diego Díaz Pastor, socio de Macroconsult
Estamos a puertas de iniciar un nuevo ciclo electoral y el debate público pareciera seguir enfocado en la crisis política. Sin embargo, subyace una crisis más profunda y silenciosa que deberá ser abordada por los candidatos en sus planes de gobierno: la falta de una visión de futuro para la economía peruana. Esta se manifiesta en la dificultad que enfrenta Perú para atraer inversión extranjera directa (IED) de forma sostenida y en la aceleración del drenaje de talento profesional. Ambos fenómenos serían dos caras de una misma moneda, la combinación de un entorno urbano disfuncional y la falta de consenso respecto a la estrategia económica a nivel nacional.
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En el frente externo, las cifras pueden ser engañosas. Si bien las estadísticas del BCR muestran que en el 2024 el Perú registró un notable crecimiento en la IED, alcanzando los US$ 6.8 mil millones, un análisis más profundo revela ciertas vulnerabilidades. Al comparar los flujos de IED con el tamaño de la economía, Perú (2.4% del PBI) se encuentra muy por detrás de Colombia (3.4%) y Chile (3.8%), nuestros socios de la Alianza del Pacífico. Otra debilidad radica en la composición de esta inversión. Entre el 2019 y el 2023, el 73% de la IED en el país provino de la reinversión de utilidades de empresas ya establecidas, y en los últimos doce meses esta cifra se ha disparado a casi el 90%. Mientras tanto, en Chile y Colombia, la reinversión apenas representó el 40% y 32%, respectivamente, demostrando una mayor capacidad para atraer capital fresco y nuevos jugadores internacionales.

Si bien Perú viene recibiendo importantes flujos de inversión en sectores como energías renovables, infraestructura y minería, este no es el caso en los sectores vinculados a la actividad urbana como tecnologías de la información, manufactura y servicios. Por ejemplo, mientras entre el 2020 y el 2024 los anuncios de inversión en tecnologías digitales se duplicaban en Chile y se triplicaban en Colombia, en el Perú se mantuvieron estancados.
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En el frente interno, el talento emigra. Tras una década de caídas en la migración internacional, la salida de peruanos alcanzó un récord histórico de 288 mil personas en el 2022, y las cifras se han mantenido muy por encima del promedio de la década pasada desde entonces. Esta tendencia no es casualidad. La falta de un ecosistema de innovación y servicios de alto valor crea un techo para el desarrollo profesional que empuja a nuestros mejores cuadros a buscar oportunidades fuera.
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La raíz de este drenaje se encuentra en un doble abandono. Primero, el abandono físico de nuestras ciudades, que se han convertido en un lastre para la competitividad. El caos del tráfico, que posiciona a Lima, Arequipa y Trujillo en el top 10 de las áreas metropolitanas más congestionadas del mundo según TomTom, le cuesta al país S/ 27.6 mil millones anuales, según estimaciones de AFIN. A esto se suma el costo de la inseguridad ciudadana, que el propio MEF calcula en S/ 19.8 mil millones para 2025, impulsado en parte por un alarmante crecimiento del 50% en las extorsiones en el último año según cifras de INEI. Sumados, estos dos factores representan una pérdida de más del 4% del PBI anual. Este es un impuesto implícito que pagan las empresas en sobrecostos logísticos y pérdida de productividad, y los ciudadanos con su tiempo y su seguridad. Una barrera para la calidad de vida que desincentiva a cualquier profesional, nacional o extranjero, a establecerse en el país.
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Segundo, padecemos un abandono estratégico. Debemos decir que ha sido positivo que el Gobierno se haya apalancado en los proyectos de infraestructura para promover la actividad económica en los últimos años. Esto a través del ambicioso portafolio de Proinversión y la negociación de adendas a contratos APP para generar nuevos compromisos de inversión. El resultado ya se viene reflejando en una aceleración reciente de la IED hacia el segundo trimestre de este año. Sin embargo, estos ciclos suelen ser ventanas cortas de dinamismo que se ven truncados por contantes cambios en ministerios y la falta de continuidad en la estrategia de las distintas carteras. El Perú no tiene una respuesta clara a la pregunta fundamental: ¿qué tipo de inversión queremos atraer y cómo pensamos hacerlo? Esta ausencia de rumbo genera incertidumbre y aleja a potenciales nuevos inversionistas que buscan reglas de juego estables. A modo de ejemplo, a cerca de un año de la inauguración del Puerto de Chancay, varios de nuestros clientes mantienen sus proyectos a la espera de que se aclare el panorama sobre la futura ZEEP.
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De cara al próximo gobierno, es imperativo que los candidatos incorporen en su agenda una visión que reconozca la simbiosis entre las ciudades y la economía. Necesitamos una estrategia de IED inteligente, que defina sectores estratégicos de alto valor y enfoque los esfuerzos en crear ecosistemas urbanos atractivos para ellos, alineando infraestructura, regulación y capital humano. Finalmente, es crucial incorporar la calidad de vida como una variable central de la política económica. Invertir en transporte público eficiente, iniciando el desarrollo de las nuevas líneas del metro de Lima, en seguridad ciudadana y en espacios públicos de calidad es una condición indispensable para la competitividad en el siglo XXI. Solo así podremos aspirar a construir ciudades que atraigan inversión y retengan talento.