Socio de Vinatea & Toyama
Las posibilidades de la Inteligencia Artificial (IA) son infinitas y cada posible aplicación abre una serie de preguntas que van desde las de contenido ético –¿se puede dar consejos psicológicos usando un chatbot o es honesto escribir una carta romántica usando el Chat Gpt?– a alguna de orden más práctico –¿en qué porcentaje estamos dispuestos a aceptar el uso de la IA en la preparación de una tesis doctoral, para considerarla como original y auténtica?.
Esas preguntas son válidas y a estas alturas ya hay muchas respuestas, pero también hay otras más relacionadas con el impacto de la IA en el trabajo de las personas.
Hace poco leí un interesante artículo que se preguntaba cómo podíamos aportar valor agregado a lo que no se hiciera mediante el uso de la IA, si mucho de lo que haría la IA era sustituirnos en tareas repetitivas, que son precisamente las que contribuyen a formar experiencia y criterio.
Me pareció una buena pregunta, que quizá podríamos responder viendo a la IA no como un sustituto ni como un obstáculo al aprendizaje, sino más bien como una herramienta muy potente para mejorar lo que hacemos o para desarrollar otras cosas diferentes y más valiosas que las que solíamos hacer. Pero esa pregunta me llevó a otra: ¿qué pasará con quienes no tengan acceso a la IA y simplemente sean sustituidos por aquella?
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La historia de las revoluciones industriales, capitalista y tecnológica, o “eras” como las ha llamado Eric Hobsbawm, nos muestra que, si bien ciertas tareas dejaron de realizarse por causa de la máquina de vapor, la línea de producción o la automatización, en cada una de esas revoluciones aparecieron otras actividades o desarrollos que poco a poco abrieron nuevas oportunidades laborales y disiparon el temor que tales revoluciones generaron.
Y no solo eso, cada revolución produjo cambios en la sociedad, las comunicaciones, el trabajo (con reducciones de la jornada, mejoras en la seguridad, entre otros), la cultura, el arte, la tecnología y hasta en la manera de hacer la vida en comunidad.
Esas revoluciones también generaron un efecto positivo mediato, tanto así que la economía mundial y la pobreza disminuyeron de manera significativa con cada nueva revolución.
Los efectos positivos del uso de la IA serán muchísimos. La IA es parte de lo que ya se denomina la Cuarta Revolución Industrial o Revolución 4.0, pero a diferencia de las anteriores revoluciones, esta se basa en el manejo de los datos y la información, está centrada en las personas y tiene la característica de aplicarse a todo en simultáneo.
Así, la cuarta revolución afectará a todos los procesos, sean productivos o de servicios, haciéndolos más eficientes, mejores y más seguros. También afectará a los campos científicos, profesionales, artísticos, musicales, deportivos, de entretenimiento, etc; a las cosas que usamos, televisores, teléfonos y todo aquello que esté conectado a internet.
Y también a la creación de nuevos objetos, negocios y actividades. No se trata sólo de una revolución en los medios de producción, sino de una revolución total.
Esto último es lo que me lleva a pensar que, por estar centrada en las personas, el problema de la falta de acceso a la IA o a la dificultad de adaptación a los cambios laborales que ella impondrá, se resolverá con la misma revolución.
Puede que esto parezca idealista, pero en verdad se trata de una necesidad económica, porque los consumidores de esta revolución serán las personas y, para que puedan acceder a los beneficios de aquella, requerirán contar con los recursos que solo se los dará su adaptación a la IA.
Esto, además, vendrá acompañado de un proceso de deslocalización geográfica del centro de trabajo y movilidad laboral –que se han potenciado con el teletrabajo–, lo que posiblemente tenga un impacto positivo en el sector informal y en el acceso de los trabajadores, locales o no, a distintas oportunidades de trabajo en diferentes lugares y actividades.
Pero, en fin, felizmente esta revolución no ocurrirá de la noche a la mañana, de manera que estamos a tiempo para prepararnos y mirar con expectativa sus resultados.
Los centros educativos tienen allí un reto: capacitar a los estudiantes para que se incorporen con éxito a este nuevo mundo.
Las empresas y organizaciones deberán hacer lo suyo, invirtiendo en ellas mismas y en su personal, potenciando las habilidades de sus trabajadores, para generar más oportunidades de crecimiento.
Y los emprendimientos y las personas independientes también tendrán sus propios retos, que irán por el lado de la autocapacitación para acceder a mejores opciones. Lo cierto es que esta revolución traerá más oportunidades. Hay, pues, que prepararse para aprovecharlas.
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