Escribe: José Martínez Sanguinetti, vicepresidente Ejecutivo de Inversiones de RIMAC
Pocos temas en economía generan tanta controversia como la inmigración. En principio, la inmigración impulsa el crecimiento dado que agrega mano de obra a la economía receptora. Al incrementar la tasa de crecimiento de la fuerza laboral, los inmigrantes elevan la tasa de crecimiento potencial de la economía.
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Por el lado del mercado de trabajo, los inmigrantes elevan la oferta de mano de obra de modo que la economía crece sin generar presiones al alza en los salarios ni presiones inflacionarias. Por el lado del consumo, los inmigrantes elevan la demanda por bienes y servicios en la economía. De modo que su contribución a la producción genera beneficios en el resto de sectores productivos.
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Dado que, generalmente, los inmigrantes dejan una economía donde la productividad del trabajo es más baja que en su país de destino, el hecho de inmigrar genera un beneficio económico casi inmediato para el que migra. Por lo general, para un habitante de un país en desarrollo, el beneficio generado de esta forma puede ser aproximado mediante el diferencial entre los PBI per cápita del país receptor y el del país de origen. Por ejemplo, un peruano que migra a los Estados Unidos, recibe un shock de productividad que multiplica su capacidad productiva más de seis veces.
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Ahora, todo esto supone que el inmigrante se integra rápidamente a la actividad económica en el país receptor. Por lo general, esto debería suceder rápidamente si no existen impedimentos importantes como, por ejemplo, desconocimiento del idioma; problemas graves de salud, invalidez, diferencias culturales insalvables, crimen, etcétera. Un bajo nivel de educación o entrenamiento también ralentiza la integración del inmigrante. Sin embargo, las diferencias en el nivel de entrenamiento tienden a corregirse en el tiempo y no impiden su integración.
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Otra razón por la que la integración del inmigrante puede ser más lenta radica en la incapacidad del país receptor de ofrecerle trabajo, ya sea por leyes discriminatorias o por altas tasas de desempleo. Estas últimas pueden ser temporales, como durante una recesión, o estructurales, como el desempleo en algunos países del sur de Europa.
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Hasta ahora hemos discutido la inmigración económica. Sin embargo, existen otras formas de inmigración derivadas no del deseo de encontrar un mejor futuro económico, sino que derivan de la necesidad de protegerse de la persecución política o del flagelo de otro mal endémico como la guerra, el hambre o las enfermedades. Este tipo de inmigración se está haciendo cada vez más común y es un fenómeno muchísimo más complejo que genera altos costos para los países receptores. En primer lugar, es muy difícil diferenciar los casos que realmente corresponden a peticiones legítimas de asilo de los que no. La motivación para aceptar este tipo de casos es más humanitaria y no económica.
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Existen entonces, formas en las que la inmigración puede ser positiva para el desarrollo de una economía. De hecho, países como Estados Unidos, Canadá o Australia han conseguido promover su crecimiento usando políticas de inmigración flexibles, pero muy ordenadas. Como en todo, la dificultad está en los detalles.
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