En una semana se han dado muchos hechos políticos que son noticia y que generan inquietud. Tenemos nuevo primer ministro, no se cambió a ningún otro ministro, Alberto Otárola acumuló varias denuncias constitucionales, se aprobó la bicameralidad y la reelección de congresistas, los parlamentarios aprovecharon para sacar alguna ventaja para llegar al Senado, se decidió el futuro de la Junta Nacional de Justicia, se inhabilitó, al momento en que se escriben estas líneas, por 10 años para el ejercicio de la función pública a Inés Tello y a Aldo Vásquez, algunos congresistas se aseguraron con doble sueldo, Alberto Fujimori relanzó sus redes sociales, etc.
La pregunta que surge a continuación es si todo esto ayuda a superar la crisis y la inestabilidad política, o, por el contrario, las prolonga y las refuerza.
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La renuncia de Alberto Otárola y su reemplazo por Gustavo Adrianzén hizo que se superara el escándalo del audio difundido por el programa Panorama, pero no ha ayudado al Ejecutivo a mejorar su imagen. No se percibe voluntad de cambio de rumbo ni de actitud. Es más, con el paso de las horas –ni siquiera de los días– se ha instalado ya la idea de que el cambio en la PCM es más de lo mismo, aunque con menor capacidad y habilidad política.
Que la presidenta no haya aprovechado esta oportunidad para realizar algunos otros cambios que se piden a gritos, como en el caso del Ministerio del Interior, ha sido mal percibido. Que el nuevo premier no haya buscado convencer a la presidenta de la necesidad de esos cambios, y no haya aprovechado para incorporar a alguien de su confianza en el gabinete, no ha sido bien visto.
Y no se trata de señalar que quizás con el paso de los días se puedan realizar esos cambios, y que ahora no se ha hecho por el apuro en reemplazar al primer ministro. Porque sabido es que cada cambio de ministros se percibe como una nueva crisis ministerial, y cada renovación de confianza a un ministro cuestionado se ve como un grave error. Y lo del apuro solo sabe a improvisación o a falta de voluntad para corregir errores.
Luego de la juramentación, y al ver como se renovaba la confianza a todos los ministros, y como se hacía notoria la presencia del expremier en el salón y en la foto de estilo, no queda claro cómo es que se van a relanzar las políticas del Gobierno y se va a pasar a una segunda etapa, tal como lo ofreció y lo aseguró el canciller cuando dijo públicamente que había pasado varias horas conversando con la presidenta.
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El perfil del nuevo premier es lo que necesita la presidenta, un abogado con toda la capacidad para ser su escudero, y para dirigir una estrategia legal que sirva para enfrentar los procesos en curso en el país, o los cuestionamientos a varias acciones del Gobierno a nivel nacional o internacional. Es la persona que puede polemizar con los contrincantes políticos o puede salir ante la prensa a hablar en nombre de su jefa, y polemizar públicamente con quien se le ponga en frente.
Pero quizás no es lo que necesita el Ejecutivo ni el país en estos momentos. El Gobierno necesita un gran coordinador, un gerente, un hombre que sea capaz de hacer que los ministerios puedan trabajar coordinadamente en función de pocos objetivos pero bien priorizados. El Ejecutivo necesita un operador político, un hombre con la apertura suficiente para entender que hay que conversar, dialogar, escuchar y persuadir o convencer, cuando no rectificar y enmendar.
El país necesita, complementariamente, un interlocutor con apertura. Un político que escuche, evalúe, analice con su gabinete, pero que decida, que lidere, que se cargue los dos principales problemas del país al hombro y que no pare hasta enrumbar la solución. El país necesita un gestor, alguien que pueda recorrer el país sin miedo y sin vetos.
Y ambos, el Ejecutivo y el país necesitan a un primer ministro que sea capaz de trabajar con un Congreso que está desatado, que corre a una velocidad inusitada, pero para legislar en todo aquello que le conviene a sus intereses.
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Es verdad que la bicameralidad es una buena decisión, así como la reelección de los congresistas, porque los congresistas no se reeligen ellos mismos o por ley, son los electores los que los reeligen o los que los dejan de lado. Pero el diablo está en los detalles, y ahí es donde los parlamentarios sacan una serie de ventajas, como las facilidades para postular al Senado o como ese anunciado doble sueldo para algunos.
A lo largo de estos últimos años, el Congreso no ha dejado de dar leyes populistas y antitécnicas, así como no ha dejado de generar escándalos con sus decisiones o actitudes. Y ahora que se acerca la época en la que hay que definir candidaturas, o en la que varias organizaciones políticas van a pasar a la oposición para tentar alguna opción de llegar a la presidencia, no podemos descartar que el Parlamento va a acentuar su espíritu regalón.
Y es ahí donde se necesita un premier capaz de manejar políticamente la situación, y de aplicar cabalmente el equilibrio de poderes, que no es “yo te dejo tranquilo, para que tú me dejes tranquilo”.
El premier no debe esperar los 30 días para decirle al país cómo piensa enfrentar los principales problemas. En ese plazo, decenas de peruanos habrán muerto en las calles en manos de los delicuentes.
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