Escribe: Enrique Castillo, periodista.
¿Es de derecha o de izquierda este Gobierno? Ese es el debate que algunos grupos mantienen intensamente para tratar de liberarse de la posibilidad que el electorado los acuse de ser “la madre del cordero”. Un grupo señala que el Gobierno de Dina Boluarte es de izquierda porque fue elegida en la plancha de Pedro Castillo y que, por lo tanto, su posición actual es responsabilidad de quienes votaron por Perú Libre o contra Fuerza Popular.
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Otro grupo, en cambio, nos dice que Dina Boluarte si bien fue elegida en la plancha de Perú Libre, ha traicionado a la izquierda y se ha entregado a los brazos de la derecha para gobernar con ellos, librarse de una vacancia, y durar hasta el 2026.
En los hechos, Dina Boluarte ha tratado, por todos los medios y en toda ocasión, de desmarcarse de su pasado reciente como vicepresidenta y ministra de Pedro Castillo. No sólo evita hablar de ello, sino que, además, trata de desacreditar permanentemente a su Gobierno original como si ella no hubiese formado parte de ese.
Y, adicionalmente, ha buscado construir una imagen de política de centro, promotora de la inversión privada y de la economía de mercado, aunque hace muy pocos días señaló, públicamente, y por primera vez desde que asumió la Presidencia, que es una persona de izquierda, aunque deslindó de la izquierda que, según ella, quería destruir la patria.
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Debe tener un fuerte conflicto interno que seguramente es transmitido, sin querer o queriendo, a su Gabinete y a sus colaboradores más cercanos, porque –así lo creemos nosotros por su comportamiento en la campaña y durante la Presidencia de Pedro Castillo– ella siempre tuvo ideas radicales y tiene un corazón rojito, que ha debido tratar de esconder para evitar ser la siguiente en la lista de vacados; y, a la vez, tiene que aceptar, acatar, o tratar de sintonizar con las declaraciones, decisiones, y tendencias de los grupos políticos o parlamentarios que tienen la soga en sus manos.
No debe ser fácil para ella ser de izquierda y parecer fujimorista; querer cambiar la Constitución en su capítulo económico y aceptar que se modifique todo menos eso; ser de izquierda en lo económico y evaluar una posible quiebra o gerencia privada para Petroperú; sintonizar con las ideas de algunos presidentes de izquierda o hasta dictadores, y tener que aceptar que desde su Cancillería se lidere una posición contra ellos.
Y tampoco debe ser fácil para sus ministros, sobre todo para aquellos que no son de izquierda y que, por el contrario, son unos convencidos de las bondades de una economía de libre mercado. Debe ser una convivencia bien complicada, que seguramente posterga, difiere, modifica o hasta paraliza varias decisiones e iniciativas.
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Quizás por ello es que vemos que el Gobierno que no tiene ninguna dirección definida, y que tan pronto parece de derecha o fujimorista, como puede parecer de izquierda o cerronista. Aunque, esto no es incompatible con su oportunismo político para evitar su vacancia.
Esto genera una situación que para algunos es beneficiosa, y para otros es perniciosa.
Un sector cree que con una presidenta y un Gobierno así se logra un espacio para evitar el daño o las iniciativas peligrosas, sean por radicales, irracionales, o corruptas, y ponen como ejemplo el Gobierno de Pedro Castillo. Este sector es el que señala que tenemos, por lo menos, algo de estabilidad, y que algo se ha hecho en algunos sectores, como en la minería, donde el proyecto Tía María parece ver la luz.
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Otro sector, en cambio, cree que esto es muy malo, porque se trata de un Gobierno ineficiente, sin liderazgo ni iniciativa, que desaprovecha la oportunidad de sacar adelante reformas o iniciativas en un momento que más se necesitan, y tienen a la mano algunos ejemplos como el caso de Petroperú, el mejor uso de los recursos públicos para la seguridad ciudadana, por ejemplo, varias reformas económicas, y hasta asuntos políticos como este aparente retroceso en el tema de Venezuela; y creen que en lugar de pensar en el país, se está pensando en cómo salvar el cuello.
Los últimos cambios en el Gabinete, así como el comportamiento del Gobierno con el Congreso y los escándalos que comprometen a la familia presidencial y a algunos ministros, parecen darle la razón a los segundos. Y quizás esa falta de liderazgo, ineficiencia, y la falta de atención de los asuntos importantes por estar preocupados en los temas personales, es lo que ofrece un margen para que uno que otro ministro empuje algo de lo que ya venía de atrás, o impulse algo de lo que se tiene en cartera.
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Lo cierto es que, con la etiqueta de izquierda o de derecha, el Gobierno flota, y eso les conviene a algunos y molesta y perjudica a otros. Pero el tema central es cómo afecta eso al país.
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