Escribe: Ana María Martínez, cofundadora de Kaudal.
Uno de los libros que más me ha impactado este año es Generación ansiosa, de Jonathan Haidt. Como madre de un niño y tía de varios adolescentes, ya sospechaba sobre los efectos nocivos del exceso de pantallas y, en particular, de las redes sociales. No obstante, no había comprendido completamente el alcance hasta ahora. Un gráfico revelador del libro indica que actualmente una de cada tres adolescentes en Estados Unidos sufre de depresión. En el caso de los varones, la cifra es uno de cada diez. Ambos datos se mantuvieron estables año tras año hasta el 2010, cuando empezaron a aumentar dramáticamente. Otro gráfico muestra que uno de cada cuatro estudiantes universitarios en Estados Unidos sufre de ansiedad, una tendencia que también comenzó a ascender en el 2010. Anteriormente, era uno de cada diez.
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¿Y qué ocurrió en el 2010? Fue a partir de este año que los smartphones, junto con el internet de alta velocidad, comenzaron a masificarse. Las aplicaciones empezaron a competir ferozmente por nuestra atención, volviéndose cada vez más adictivas. Este cambio ha impactado a toda la sociedad, pero especialmente a niños y adolescentes que han crecido definiendo su identidad en este contexto digital. La Generación Z, y en particular las niñas que han buscado su sentido de pertenencia en las redes sociales, se han encontrado en un entorno virtual mucho más volátil y hostil que el de las verdaderas amistades.
Haidt también indica que ahora la tasa de ansiedad entre adultos de 18 a 25 años, los más jóvenes en ingresar a la fuerza laboral, es cercana al 20%, tres veces más alta que en los adultos de 35 a 49 años (mi generación) y cinco veces más que en los adultos mayores de 50 años, la generación de muchos CEO y tomadores de decisión. Esto me lleva a reflexionar que prevenir y reducir la ansiedad en niños, jóvenes y adultos no es solo una responsabilidad de cada hogar, sino un deber de toda la sociedad. A continuación, presento algunas acciones que podemos tomar:
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● Padres y madres: Recomiendo leer este libro o escuchar alguno de los podcasts que entrevistan a Haidt. El autor resalta que, debido a nuestra evolución como especie, el cerebro de niños y adolescentes se desarrolla mejor a través de relaciones humanas físicas y el juego libre, con algo de riesgo y conflicto a resolver sin intervención adulta. Mi infancia transcurrió así. Lamentablemente, hoy es más común que los niños interactúen en entornos controlados por adultos o en solitario con sus smartphones. Las redes sociales, en particular, tienen un efecto devastador en las adolescentes, en aumentar los riesgos de ansiedad, depresión, baja autoestima, autolesiones y suicidio. Es crucial retrasar la edad a la que nuestros hijos acceden a su primer smartphone y a las redes sociales. Haidt sugiere esperar hasta los 16 años. Para lograrlo, es clave coordinar con otros padres para minimizar la presión social y comprarles dispositivos más simples antes si es necesario.
● Instituciones educativas: Los centros educativos pueden desempeñar un rol activo recomendando estas restricciones en casa y exigiéndolas en la institución. En el colegio de mi hijo, por ejemplo, los estudiantes deben dejar sus celulares en un casillero al entrar y solo pueden recogerlos al salir. Aunque inicialmente esto generó malestar entre los alumnos, pronto descubrieron lo gratificante que es interactuar y jugar entre ellos. Sin embargo, tan pronto como se suben al transporte escolar, vuelven a sus pantallas y dejan de comunicarse entre ellos.
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● Gobierno: Las autoridades públicas deberían comenzar por mejorar la medición de este problema. En países como Perú, hay escasa información sobre la salud mental de niños, jóvenes y adultos y su correlación con las pantallas. Además, podrían lanzar campañas activas para sensibilizar sobre los efectos negativos del exceso de tiempo en celulares y exigir mayor responsabilidad por parte de las empresas implicadas.
● Empresas: Las compañías directamente responsables, como Meta y TikTok, que permiten la creación de cuentas a cualquier persona que afirme tener más de 13 años, deben actuar. Esta es una edad muy temprana y sus sistemas son fácilmente engañables. Otras empresas que invierten en publicidad en redes sociales o que pagan a influencers también deberían actuar con mayor responsabilidad. Finalmente, todas las empresas deben reconocer que cuidar la salud mental y reducir el estrés laboral, debe ser una prioridad.
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